—Maestro, se está pasando.
La irrupción de la imponente androide en la isla había provocado un revuelo en sus tres habitantes. Krilin se deshacía en atenciones hacia ella, que se limitada a observarlo todo pero sin abrir la boca, sentada en los cojines de la sala de estar junto a los hombres; Umigame paseaba la vista feliz de Krilin a ella, y el maestro… pues el maestro miraba animado un programa musical de la televisión, donde un grupo se chicas bailaba al son de la melodía. Se estaba comportando, hasta que empezó a insinuarle obscenidades de un momento a otro.
—¿Qué tiene de malo que le pregunte qué tal bailan las gemelas? ¿Es que las conoce?
—Maestro, venga conmigo a la cocina un momento, por favor —se volvió a la chica para sonreírle cortés—. Dieciocho, te ruego no tengas en cuenta lo que dice el maestro. Cuando no se toma la medicación actúa de una forma extraña.
—¡Oye, Krilin! —protestó Muten Roshi.
—Venga conmigo —le dijo en tono de reproche, arrastrándolo a un rincón de la cocina.
Los hombres se levantaron y Dieciocho los siguió con la vista, sin pestañear, escuchando con nitidez lo que se cuchicheaban en un vano esfuerzo de no ser oídos.
—Muchacho, te aconsejo que no me faltes el respeto cuando hay mujeres hermosas delante —le reprendió el anciano con severidad—. Es ella, no me cabe la menor duda.
—¿Ella? ¿La mujer con la que ha soñado?
—No fue un sueño, la vi como la estoy viendo ahora —volvió levemente la cara y vio que los observaba—. Y, ¿bien? ¿Qué vas a hacer ahora?
El guerrero quedó pensativo, asimilando la llegada de la mujer que aún le seguía pareciendo una ilusión producto de su imaginación. Temía que por una mala reacción se marchara para no verla más, por lo que no estaba dispuesto a que el maestro tirara por tierra una oportunidad como ésa.
—Pues, supongo que invitarla a que se quede a cenar y… tal vez… a que se quede.
—¿Estás seguro de lo que estás diciendo, Krilin? —El anciano miró a su discípulo con severidad detrás de las gafas de sol, que llevaba puestas a pesar de que ya era noche cerrada—. Estás diciendo que vas a invitar a quedarse en nuestra casa a una androide que en un tiempo futuro se dedica a asesinar a quien se le cruza por pura diversión.
—¡Maestro! No diga esas cosas de ella, Dieciocho no es así, ella es... diferente.
Tortuga Duende puso sus manos a la espalda y bajó la cabeza, con aire pensativo.
—Ha estado merodeando a escondidas en la casa antes de dejarse ver. Eso no me inspira demasiada confianza —levantó la vista otra vez hacia su alumno—. Siempre has sido un muchacho muy intuitivo, nunca lo puse en duda. Voy a confiar en ti, pero te aconsejo que no te tiemble el pulso en caso de que las cosas se tuerzan.
—No se preocupe, Maestro.
—Me marcho al piso de arriba para daros intimidad —Dijo el viejo yendo hacia las escaleras y tomando del revistero algo para leer antes de dormir—. Ha sido un placer conocerte, jovencita.
Dieciocho no respondió. Se limitó a verlo ascender las escaleras hasta que desapareció por ellas y, acto seguido, Krilin se le puso delante con el rostro risueño, portando dos platos con delicias de cangrejo en forma de maki para ofrecerle de cena.
—No sé si te gustará, lo he atrapado y cocinado yo mismo —Puso los platos sobre la mesa y se sentó junto a Dieciocho para cenar, relamiéndose con el suculento olor, pero reparando en el extraño gesto de la muchacha antes de hincarle el diente al marisco—. ¿Ocurre algo, Dieciocho? ¿No te gusta? ¿Puedo preparar otra cosa que te apetezca más que esto…
—Me da igual, no tengo hambre —habló finalmente la mujer.
Su suave y grave voz provocó un estremecimiento en el interior de Krilin.
—Oh, vaya, ¿has cenado ya, entonces?
—No. Yo no como.
Krilin no supo qué responder a eso. Realmente, tenía todo el sentido del mundo que un ser con una fuente de energía inagotable no necesitara reponer fuerzas comiendo. Mas aún así, se le hizo raro estar compartiendo mesa cuando él era el único que disfrutaba del manjar.
—Claro, entiendo… no lo necesitas. Pero, ¿puedes comer aunque no te haga falta? —sentía curiosidad auténtica por ello.
—Supongo —se encogió de hombros para acompañar su respuesta, sin apartar los ojos un instante de Krilin.
—¿Y por qué no lo pruebas?
Krilin comprobó que seguía surtiendo el mismo efecto en él que el primer día, sintiéndose inmerso en una sensación intensa a caballo entre la fascinación y la intimidación. También se preguntaba si no necesitaba pestañear. No la había visto hacerlo en todo el tiempo y su mirada se intensificaba sobre él a cada segundo.
—¿Para qué? —Dieciocho pensaba que era una cosa totalmente absurda comer sin necesidad.
—No sé, a lo mejor te resulta divertido —sosteniendo con estoicismo los dos zafiros que se le hincaban en los ojos como dagas, Krilin le sonrió sincero, buscando traspasar de alguna manera el frío e inquebrantable muro de la actitud de Dieciocho.