Noctium Sidus

CAPÍTULO 2

El silencio fue la única compañía de Delia, hasta que horas más tarde se desvaneció con el chirrido una puerta al abrirse. El maestro salió de la habitación con la cara un tanto pálida y cubierto de sangre. Parecía que había salido de un matadero.

En cuanto cerró la puerta tras él, se quedó mirando a Delia. La chica se había quedado sentada en el suelo frente a la habitación después de haber encontrado las vendas. Se puso en pie, lentamente, esperándose lo peor.

-Está vivo -respondió el maestro a la pregunta silenciosa de la chica.- Es sorprendente, no, ni siquiera sé como es posible que siga vivo…. Pero lo está.

Delia no dijo nada, pero sintió un gran alivio en su cuerpo.

-¿Dónde lo encontraste? -preguntó el hombre.

-Cayó al río… -respondió Delia con cautela esquivando la mirada inquisitiva del maestro.

-¿En una pelea?

Delia se mordió el labio, nerviosa, ¿Qué podía decir? No se atrevía a contarle la verdad.

-Si… -murmuró en voz baja no muy convencida con su propia respuesta y el maestro lo notó, pero no dijo nada.

-¿No te han enseñado a no meterte en asuntos ajenos?

-No podía dejar que se muriera.

El maestro la miró con tanta intensidad que la chica comenzó a retorcerse las manos.

-Ni siquiera voy a preguntar que demonios hacías caminando sola a esta hora de la noche -gruñó el hombre.- Iré a lavarme -fue lo único que dijo mientras pasaba por su lado con las manos ensangrentadas.- entra y venda la herida. Luego, vete a casa. No quiero ni imaginarme lo que podría hacer tu madre si se entera de que no estás en la cama en estos momentos.

Delia asintió y no insistió más en el tema. Entró en la habitación y se dignó a mirar al chico que estaba apostado en la cama. Ahora respiraba con calma, la sangre había desaparecido y el color le había vuelto a la cara.

Se acercó con cautela y sin esperar un solo minuto más, se puso manos a la obra. Le rodeo el abdomen con la venda y durante el proceso se fijó que no era la única herida que había tenido. Aún podían verse las cicatrices de otras, finas líneas blancas que recorrían su cuerpo bien definido. Terminó sujetando bien las vendas, se dio la vuelta dispuesta a recoger las sabanas que había cambiado el maestro y que se encontraban en una esquina de la habitación, cuando sintió un tirón del brazo.

Dalia sintió como su corazón se le subía a la garganta y con cierta resistencia volvió la mirada hacia atrás. Unos ojos plateados la miraban con desconcierto, estaba claro que no era a ella a quien esperaba.

-¿Quién eres tú? -preguntó él medio sentado, clavando aún más sus dedos en el brazo de la chica.- ¿Dónde estoy?

-E-En la casa de mi maestro -tartamudeó ella.- caíste al río y te saqué de allí, te estabas muriendo.

El desconocido paseó la mirada sobre ella. Delia tragó saliva. La estaba evaluando para ver si decía la verdad, y pareció que lo había convencido cuando dejó de notar la presión en su brazo y quedó libre.

La chica cerró los ojos calmando su corazón. Había conocido a cazadores antes, había visto sus miradas cuando estaban ante su presa y esa había sido exactamente la mirada que le había dirigido ese chico. No le había gustado nada.

De repente, aún con los ojos cerrados notó una fuerte presión en la mente, algo dentro de ella estaba intentando abrirse camino. Se resistió a dejarlo pasar, pero aquello era más fuerte, más resistente, como unas garras aquella cosa se aferró a su mente y no la soltaba. Intentó abrir los ojos, pero no pudo. Estuvo a punto de rendirse cuando las garras desaparecieron sin más.

Delia abrió los ojos rápidamente y dio varios pasos hacia atrás, intentando entender que había pasado. Se le pusieron los pelos de punta al mirar hacia el lugar donde se encontraba el chico y ver aquel brillo siniestro en sus ojos.

-Eres humana… -murmuró él casi como una pregunta más que una afirmación. Delia se llevó una mano a la cabeza, no sabía cómo, pero no tenía dudas de que aquella persona que tenía delante había intentado hacerle algo.

-¿Qué eres tú? -preguntó Delia en su susurro.- Te vi… vi tus alas.

-Tendría que matarte por ello.

La amenaza quedó suspendida en el aire durante unos segundos que se hicieron interminables hasta que la puerta de la habitación se abrió y el maestro entró mirando a ambos con el ceño fruncido.

-¿Me he perdido algo? -preguntó el hombre al ver la cara de la chica blanca.

Antes de decir nada, Delia miró al chico y la mirada de éste fue suficiente para advertirla que si decía algo más no saldría vivo ninguno de allí.

-Ha sido mi culpa- respondió el chico al final.- La he asustado al levantarme de repente.

-Bueno, es comprensible -comentó el maestro cruzándose de brazos.- me sorprende que hayas podido abrir los ojos, ya sin comentar que puedas sentarte con toda la sangre que has perdido.



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En el texto hay: juvenil, romance, magia

Editado: 17.01.2020

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