LA NIEBLA SE tragó todo. Ni las puntas de los rascacielos eran visibles en el horizonte. Además, el aroma a algo quemado irradiaba toda la ciudad, como un virus mortal que contagiaba todo a su paso.
Alina estaba en la azotea de su casa; una delgada bufanda cubría su boca del incipiente frío. Poca gente caminaba en las calles, la mayoría de ellos lucían llenos de pánico y apresurados por llegar a sus hogares para refugiarse del extraño fenómeno que se había hecho presente. Nuevamente, Alina intentó marcarle a su madre para contactarla y asegurarse de que estuviera bien; sin embargo, su intento fue vano, mamá no le contestaba y eso le preocupaba demasiado.
En ese instante una explosión hizo cimbrar la ciudad. En la lejanía apareció una inmensa bola de fuego que se elevó entre la niebla, hasta desvanecerse a varios metros de altura y dar paso a una columna de humo más grande que los edificios. A la par, nuevas detonaciones nacían desde distintos puntos de la ciudad: algunas al norte, otras al sur...
De repente, los brazos de Morfeo decidieron soltarla y despertó sobre su cama, sudada y con la respiración entrecortada.
Ese sueño resultaba muy frecuente últimamente: la ciudad envuelta en fuego y cubierta de niebla venenosa; la gente inquieta y con miedo; el caos permeándolo todo.
Aquí lo único que le preocupaba era una sola cosa: que muchos de sus sueños se hacían realidad.
Cuando tenía catorce años, Alina soñó con la muerte de su abuelo; meses después, un infarto al miocardio le arrebató la vida mientras pescaba en un lago de Michoacán. Años más tarde, una vidente itinerante, que probablemente estafaba a los transeúntes de Morelia, se atrevió a leerle la mano; con voz misteriosa le dijo que poseía un don, obsequio de las divinidades que gobiernan el cosmos: su regalo era la clarividencia.
Es decir, muchas de las cosas que ella soñaba podían hacerse realidad en el futuro más próximo.
En ese preciso instante la chica no le creyó; recordó que le dio veinte pesos y salió huyendo de la mujer vidente. Aunque después de reflexionarlo por varios días, Alina cayó en la cuenta de que quizá la bruja tenía un poco de razón.
Por ese motivo presentía que el sueño donde la niebla lo cubría todo, tarde que temprano, se haría realidad.
Se talló los ojos mientras inspeccionaba el lugar donde había despertado. Por la ventana de la recámara entraban los primeros rayos del Sol sabatino. Eran inicios de septiembre y, con los aguaceros caídos, era una fortuna tener un día de Sol en la gran mancha de asfalto.
Sus sentidos se iban despertando lentamente.
Como era de costumbre los fines de semana, escuchó pocos autos en la calle: la mayoría de la gente permanecía en sus casas a disfrutar de sus familias. ¡Ojalá ella pudiera hacerlo! Toda su familia se encontraba en Michoacán y casi no los visitaba, salvo en las vacaciones de invierno y verano, mismas que habían acabado hacía menos de un mes.
El teléfono bajo su almohada vibraba insistentemente. Lo tomó con ambas manos y notó que tenía dos mensajes de texto. El primero era de su novio preguntándole si podría salir con él ese día; el segundo era de Roxana, su mejor amiga, diciéndole que había conseguido las casas de campaña para el campamento que habían organizado semanas atrás y que iniciaba el viernes siguiente y culminaría dos días después.
Decidió no responderle a Roxana, pero sí a Mateo, su novio. Le dijo que por la mañana haría limpieza de su hogar, pero que por la tarde podrían verse en algún parque o en algún centro comercial. Sin esperar su respuesta, se levantó y desayunó lo primero que encontró en la alacena: barras de pan blanco con jalea de cacahuates y una taza de humeante café soluble.
Recordó que un mes atrás se encontraba en Michoacán, con su familia; donde su madre le servía los alimentos a la mesa, sin la necesidad a que ella lo hiciese tres veces al día. La independencia era un fenómeno que resultaba complejo.
Separarse de sus padres, hacía dos años, fue un momento complicado. Nunca había tenido la fortaleza para irse a vivir sola, pero ahora tenía que hacerlo; se veía en la imperiosa necesidad de dejar a sus padres en el occidente y mudarse al centro de la república. Había conseguido un lugar en la mejor universidad del país, y en menos de dos años se graduaría como licenciada en relaciones exteriores. Sus planes a futuro involucraban el estudio de varios idiomas, mismos que le abrirían muchas puertas en el mercado laboral.
Ya sabía inglés, pero deseaba estudiar francés e italiano; quizá idiomas más alejados de las lenguas romance, como lo eran el árabe o el ruso.
Alina encendió el estéreo de su casa y se puso a recoger el desorden que ella misma había provocado durante la semana. Vivía sola; la casa era de uno de sus tíos paternos que vivía en Estados Unidos y que casi nunca la ocupaba, salvo las veces que visitaban México, y eso era casi nunca. La vivienda tenía una gran ubicación dentro de la ciudad, lo que le permitía trasladarse de manera rápida y eficiente tanto a la universidad, como a los lugares más concurridos de la urbe.