"Los sueños son mejores cuando los sueñas despierto"

—¡Noel, que vas a llegar tarde! —Gritó como si no hubiera un mañana. 
—Voy, voy mamá. No se desespere, son recién las siete y media y entro a las ocho, y además mi colegio está a la vuelta de la casa. 
—Sí, pero mi hijo no será como el resto de muchachitos que llega justo a la hora. 
—Sí, mamá. Pero tranquila que me arrancarás el brazo. 
—¡Ay! exagerado. 

Pues, he visto colegios ¡gigantes, enormes!, pero en la televisión. Pero esto es todo lo contrario, este colegio es como la casa de mi abuela. Creo que la casa de mi abuela es más grande, pero, ¡Me gusta! 

—Cuídese mi niño hermoso, lindo, precioso. 
— ¡Mamá! Cortala, me avergüenzas. —Trágame tierra. 

Y en eso que voy entrando al colegio, veo un niño muy parecido a mí y no sé, quería hablarle. creo que voy a hablarle después. Mejor tomo un asiento del salón que no me quede tan lejos del pizarrón. 
Coincidentemente se me sentó al lado. Cosas de la vida, a veces el destino es muy loco, no me imagino la flojera que debe de haber tomado crear toda esta maraña de cosas que hacen que funcionen las coincidencias. 

—Hola, niños y también niñas. Soy Natalia Fuentes y soy su nueva profesora jefe. Espero que hayan tenido unas lindas vacaciones. ¡Y pues! Comenzaremos por presentarnos frente al curso, no sean tímidos que aquí nadie los va a morder. —Habló con su vozarrón típico de profe buena onda o eso creo. 
—Me llamo Pedro, tengo nueve años y soy del sur, de Coquimbo. 
—Gracias Pedro. 
—Hola, me llamo Raúl y tengo ocho, nací aquí. 
—Gracias. 
Ahora le toca al niño que vi afuera del colegio —¿Lo dije en voz alta?  
—Hola, pues… me llamo Gabriel, soy nacido de aquí el norte y ¿Qué más? 
—¿Cuántos años tienes, Gabriel? —Pregunta la profe, con una sonrisa de oreja a oreja como el del gato de Alicia en el país de las maravillas. 
—Eh… tengo nueve años. —Noté su rostro muy incómodo. 
—Bien, Gabriel, muchas gracias. —Y aún con su sonrisa, ¿No le dolerá el rostro de tanto sonreír? 

Ya, me toca. 

—Hola a todos, me llamo Noel y soy nacido aquí en esta linda ciudad, y tengo ocho años, y me gustaría conocerlos, y también tengo una pelota en mi casa, y también me gusta pintar y colorear mis dibujos, y también… 
—Tranquilo, tranquilo Noel, Muchas gracias y veo tus grandes ansias por estar en clases, espero que seamos buenos amigos. 
—Gracias mamá, ¡Digo, profesora!
—Está bien, el siguiente por favor… 
—Profesora ¿No le duele la cara de tanto sonreír?  

Todo el curso se rió como si les hubiese dado un ataque de risa o como si un tanque de gas que usan los dentistas de la tele hubiese estallado, no paraban y la profesora estaba muy pero muy colorada. Creo que no debí decirle eso, ahora esta como tomate. 

—¡Silencio chicos! Gracias Noel por tu observación. 
—Lo siento, profe Natalia. 
—Bueno niños ya ha tocado la campana, nos vemos en quince minutos. 

Guao, que intenso fue todo eso. 
No son ni las nueve y media y ya tengo hambre. 
Qué más da. Tengo hambre y no puedo callar al demonio del hambre ignorándolo. Ojalá mi mamá me haya dejado, aunque sea una manzana. 

—¡Están dando desayuno en la cocina!  

Un niño gritó como si fuese la mejor alegría del mundo comer una de esas durísimas galletas Junaeb. Bueno, el hambre en estos momentos es más grande, mis dientes resistirán, eso creo, pero, no puedo evitar reírme de estas galletas. 
Recuerdo cuando en mi anterior colegio donde estaba, me ponía a jugar con mis amigos a la guerra en el salón. Poníamos mesas como trincheras y nos lanzábamos las galletas Junaeb, lo más impresionante era que la lanzábamos tan fuerte y se golpeaban en la pared y aun así no se rompían ni un poco. Creo que, si mal no recuerdo, al Francisco le tiraron un diente con una galleta, que risa.

Les extraño tanto.