–Buenas tardes, señorita– dijo el padre de Saya acercándose a la ventanilla –¿Mis boletos? – dijo mientras rebuscaba cada bolsillo que parecieron ser cientos en la chompa polar –espéreme un segundo, yo los había guardado…– reviso el mismo bolsillo dos veces.
La expresión de la recepcionista cambio de una forma pasible a una nada amable. –por favor si no tiene su boleto permita que las demás personas sigan– anuncio.
–No no no, sé que están aquí yo los guarde esta mañana antes de salir, mi hijo…– corto de seco.
Saya al darse cuenta de que había sido incluido en la búsqueda de los boletos agacho la mirada, disimulando no saber nada.
–¡Saya!– dijo el padre llamándole la atención –antes de salir tú me pediste los boletos–
–¿Yo? –
–¿Yi? – dijo el padre sarcástico –a ti te los di de tanta insistencia. ¿Dónde están? –
–Creo que se cayeron– respondió Saya metiendo sus manos en los bolsillos para sacarlos y mostrar que estaban vacíos.
–De eso nada– el padre tomo a Saya con firmeza.
–¡Eh! ¿Qué hace? – dijo una mujer mayor que estaba detrás de ellos.
–Llevando a mi hijo, así sea– levanto a Saya de cabeza –atado de pies y manos, aunque tenga que atarlo al asiento–
El padre elevó y bajo a su hijo, sabía que, si Saya había escondido los boletos, los habría guardado en alguna parte de su cuerpo. Las cosas y su mochila también eran lugares más seguros, pero él sabía que eso llevaría más tiempo, el tiempo necesario para perder el avión.
–¡Suéltame! Papá– dijo Saya sin poder hacer nada –te – trato de vocalizar a pesar de la subida y bajada continua de su cuerpo –dije que– la ropa de Saya lo había vuelto algo pesado, pero la decisión de su padre era más fuerte –no los tengo–
Un tirón más fuerte había aflojado la basta de sus pantalones en donde había guardado los boletos.
Después de la escena cómica por fin el padre había ganado.
–Aquí están señorita– acerco el padre exhausto.
La expresión de la recepcionista tambaleaba entre una risa y la seriedad del momento mientras Saya yacía en el piso despeinado, con la ropa fuera de su lugar y aturdido del subidón.
–Con permiso, por favor– dijo una mujer abriéndose paso cuál nadadora mueve sus brazos para abrirse paso en el agua. –Buenos días– se acercó a la ventanilla –me podría ayudar, tengo que tomar un viaje en cosa de nada– entrego los boletos a la recepcionista.
Después de confirmar unos datos la recepcionista a punto con un dedo hacia arriba.
–¿Podría bajar a la niña?–
La madre de Ela había olvidado que tenía a su hija aun en sus hombros, el peso de ella y el apuro se habían desvanecido al éxtasis de estar a unos centímetros de su vuelo.
–Si todo es correcto– dijo el recepcionista sellando los boletos de ambas –debe subir al segundo piso a la sección vip, ahí le harán una última revisión de sus pertenencias y deberá esperar en la sala hasta que su vuelo esté listo–
–¿Listo?– pregunto sin entender, se supone que los pasajeros con preferencia de primera clase no tienen retraso alguno, su vuelo salía a las 5, dentro de 45 minutos para ser exacto. –¿Qué ha pasado? –
–El mal tiempo está retrasando los vuelos, y hasta no despejar las pistas de aterrizaje esto podría tomar un par de hora– respondió
–Pero ¿No hay un vuelo que esté a punto de salir? No importa si tengo que pagar un recargo o cambiarme de clase, necesito un vuelo lo más antes posible–
–Lo sentimos eso es imposible todos los vuelos están llenos–
Ela miraba a su madre se guiaba a través de sus gestos y ademanes para tener una idea de lo que estaba pasando, entendió que esto tomaría un poco más de tiempo de lo esperado. Cuando su madre fruncía el ceño peculiarmente como lo hacía ahora, sabía que estaría ahí un rato largo hasta que se solucionaran las cosas.
Miro a su alrededor la gente iba y venía, pero había más gente a cada instante, los tropezones y apretujones se habían vuelto continuos, la gente miraba su reloj sus teléfonos como buscando la manera de que el tiempo pasara más rápido.
Busco a su alrededor algo que la distrajera, encontrando solo la parte baja de los cuerpos de las personas, bolsos, carteras, maletas de mano, maletas con ruedas, pantalones de varios colores, zapatos, zapatillas, tacones y demás.
Hasta que cruzo con el rostro de un chico que estaba acostado en el piso, estaba despeinado y con la ropa vuelta un desastre.
Reconoció el gesto en su rostro, uno de derrota y resignación.
Saya no se levantaría, había perdido. Él hubiera quemado los boletos, lanzados a la basura tenía los momentos, pero jamás lo hizo una pequeña parte de él quería ir donde su abuelo en especial donde su madre.
Las ideas de lo que hubiera hecho o no cruzaron por su mente, mientras su padre terminaba de arreglar lo poco que faltaba para tomar el vuelo. Odiaba volar, no entendía si era mala suerte o una conspiración por parte de su padre, pero la mayoría de veces la persona que se sentaban a su lado no eran nada agradable.