Saya lanzó una patada a las piernas del gordinflón que lo había empujado para después insultarlo por estorbar.
–Eres un…– blasfemo el gordinflón.
Saya no le temía a la masa de carne y grasa que se le plantaba al frente estaba frustrado y furioso, llevaba varias horas parado en la sala de espera, los asientos se habían acabado y los pocos que quedaban o estaban rotos o cubiertos de alguna sustancia que solo Dios sabría de su paradero. Su padre lo había llevado con él a todo lado, sin perderlo de vista evitaría a toda costa que su hijo cumpliera su promesa de escaparse.
–¡Saya! – grito el padre mientras detenía a último momento otra patada.
–¡Él empezó! – reclamo – estaba parado aquí y me paso toda su panza por la cara– dijo Saya mientras se limpiaba el rostro.
–Lo siento, mi hijo puede ser un poco malcriado, es por el temporal y el vuelo…– dijo el padre tratando de calmar los humos del hombretón que le rebasaba con cuatro cuerpos de ancho al suyo.
–Saya compórtate, por ahora debemos buscar un lugar para descansar hasta que el clima mejore o los vuelos se reanuden– el padre tomo a Saya del piso y le subió con dificultad a los hombros así evitaría que su hijo se peleara con otra persona y también poderse mover con algo de soltura al patio de comida donde podrían tomar una silla y pensar si debían volver a casa o quedarse ahí hasta que la tormenta pasase.