Probablemente esa era la décima vez que el beta se paseaba por su habitación.
No le molestaba, al contrario, su omega se sentía tan tranquilo con el doctor Lee rondando a su alrededor, revisando sus constantes vitales y preguntando por su estado.
Se cuestionaba si era algo común, puesto que los demás internos vagamente merodeaban a sus pacientes que no fueran quirúrgicos, pues preferían gastar el tiempo pescando cirugías o halagando titulares para poder asistirlos.
Pero el beta era totalmente diferente. Se la pasaba enfrascado entre sus libros y se ganaba a pulso sus cirugías, lo había visto cuando las enfermeras lo sacaban a pasear en su silla de ruedas, incluso podía escuchar su voz serena contestar sin titubear a las preguntas de los mayores cuando se encontraba en las habitaciones contiguas.
Y tal vez no debería, pero su lobito estaba al pendiente de cada uno de sus movimientos, levantando las orejas apenas le escuchaba caminar por el pasillo.
Había postergado su salida del hospital todo lo posible, con tal de seguir viendo al beta, pero aquel perspicaz doctor se dio cuenta de sus intenciones.
Sabía que era necesario mantenerlo en observación por un tiempo para determinar que era lo que sucedía con él, pero todos los estudios y exámenes estaban limpios, todo en rangos normales, por lo que, de alguna manera lo atribuían al estrés de su trabajo y lo enviarían a otra especialidad.
Pero Jaiden no quería, porque eso significa no ver al doctor Lee otra vez, ni poder admirar su piel lechosa y brillante, ni poder disfrutar de su aroma, que aunque era pequeño y tal vez era solo por su champú, lo alcanzaba a oler y se deleitaba con el.
No quería ser dado de alta, porque sabía que apenas pusiera un pie fuera del hospital, jamas volvería a ver a Alaska Lee.
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Editado: 09.10.2021