Nothing to Do

¿Quién sufrió realmente?

Seis de enero del apenas nacido año 2023. Tres con cuatro de la tarde, una hora perfecta para ver el sol color amarillo sobre un infinito fondo azul cielo y sin aquellos agujeros color blanco o a veces gris que interrumpen lo liso y perfecto que el cielo llega a ser durante, desgraciadamente, no todos los días.

La lluvia ha marcado su ausencia estos meses, como es de costumbre en los inicios de cada año que por la vida de cada individuo pasa, para unos como tortuga, para otros como liebre y, en la percepción de algunos, como esponjas, caracoles o incluso la misma flora: sin movimiento, ni uno sólo; si llegan a hacerlo, es responsabilidad del aire, no de su propia voluntad.

La hierba que en jardines yace sufre de la famosa decoloración a causa de la ausencia de agua, factor claro del característico color verde que esta planta refleja al ojo y se percibe normalmente como símbolo de frescura que este mundo necesita; ese verde que te hace admirar lo limpio que la Tierra solía ser antes de esta época que se conocerá por lo exterminada que fue la naturaleza misma.

Puede que el amarillo que el pasto ahora refleja sea suficiente como para que los mismos propietarios de un patio lo vean con repulsión, pero a mí me conmueve incluso más que el mencionado color verde. Todos los que conozco me preguntan el porqué de la existencia de ese extraño gusto que, al parecer, nadie más posee pues se hace difícil de entender cómo es tan siquiera posible que me encante ese pasto que muchos describirían como incómodo, espinoso, poco decorativo y lleno de insectos que te harán la vida imposible, aunque, irónicamente, justo esas características son los que me hacen adorarlo. Es por eso por lo que enero está entre mis meses favoritos.

Justo ahora, estoy acostado sobre el pasto seco que en mi jardín se encuentra, tratando de olvidar aquello que sucedió hace apenas unas horas, sin embargo, no está funcionando. Aquello me rodea la mente sin ni siquiera dejarme respirar. Rodea mi cerebro, golpeándolo en la mayor sensibilidad de mi ser. Ya ni puedo disfrutar de mi actividad más preciada. Vete. ¡SÓLO VETE!

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Mi par de tímpanos y posiblemente el de todos los aquí presentes, están saturados de risas, una música intensa e innumerables voces; mientras que mis ojos están siendo lastimados (aunque otros extasiados) por luces que parpadean en distintos colores y en una frecuencia poco saludable para los que sufren de epilepsia.

Compartía sala con mi común círculo social, platicando sobre cualquier estupidez que nos llega a la mente, pues a causa de la prohibida bebida, nuestra coherencia se hace cada vez menos existente en la mente de todos. A su vez, compartí sillón con ella, la persona más bella, la persona que me ha transformado, la persona que más aprecio y más cuido, la persona que más amo. Gelia.

Gelia es el mejor romance que he tenido hasta hoy. Siempre a mi lado, disfrutando de la compañía del otro en todo momento, riendo de los chistes y bromas que el otro comenta, sin importar lo tonto que pueda ser. Ella siempre me apoya en cualquier contratiempo y yo también a ella. No me sorprendería si termino casado a su lado, es simplemente perfecta de acuerdo con mi personalidad.

Ella, mi grupo de amigos y yo estamos jugando algo que, sinceramente, ni siquiera sé en qué consiste. Sólo me preocupo por hacer sentir bien a Gelia. Lo único que hago es abrazarla y mirar su hermosa cara, algo que deseo hacer cada vez que no estamos juntos.

“Te toca”, uno de mis amigos me indicó que era mi turno para jugar su extraña dinámica. “¿Eh? ¿Qué? ¿Qué estamos jugando?”, pregunté atontado gracias a Gelia. Fue entonces cuando todos en la habitación, a excepción de ella, me lanzaron una mirada que parecía decir: “¿En serio?”. En el momento en el que continuaron el juego, reanudé mi observación detallada al admirable rostro de mi alma gemela.

Tras esa vergonzosa situación, Gelia también comenzó a mirarme a los ojos, aunque no con la misma intención que yo tenía, sino que con el objetivo de decirme algo importante, pues su gesto transmitía una profunda preocupación. “Debo hablar contigo”, ella dijo, mientras me indicaba con su dedo índice que vayamos a un lugar privado. Yo asentí en señal de obediencia. Nos levantamos del sillón con exalto y nos dirigimos a cualquier sitio donde no haya nadie. Todos nos miraban confusos y otros curiosos, ansiosos por saber lo que sucedía.

Encontramos el lugar perfecto para que me comunicara lo que quería decirme: la habitación del que organizó la fiesta en la que estábamos. Al entrar, observamos a grandes rasgos lo que allí se encontraba y, una vez registrada la habitación en nuestra memoria, nos sentamos sobre la cama y giramos nuestros cuerpos levemente para poder vernos frente a frente.

Yo estaba viéndola con miedo a lo que sea que dirá. “¿Acaso querrá cortar conmigo?, es lo que dirá, yo lo sé. No quiero que suceda. ¡NO QUIERO!” es lo que pensaba, imaginando el peor escenario. Ella era mi novia, pero también mi mejor amiga y, al inicio, la única. Siempre he sido reservado, pero gracias a ella, obtuve una gran cantidad de amistades valiosas. Sin ella, lo hubiese perdido todo.

Mientras conjeturaba lo más terrible que podría pasar, ella estaba suspirando, preparándose para decirme lo que me tenía que comentar. Fue tanto el tiempo en el que se alistaba, que logró que mi miedo aumentara más de lo que ya, sin importar lo alto que ya se encontraba.

—Esto que te voy a decir... ya lo llevo pensando desde ya hace tiempo y creo que ya es tiempo de decirte... —Ella comenzó a hablar con la voz rota, como a punto de llorar. Mi corazón latía más rápido que el aleteo de un colibrí; estaba a punto de salir por mi boca.

—De acuerdo, me alegro de que quieras confiar en mí. —Respondí mientras ocultaba con torpeza mi miedo por lo que diría a continuación.

—Creo que... mejor voy al grano... —Mi corazón se detuvo de repente a causa de su seriedad fácil de identificar. —He pensado en.… matarme.



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Editado: 19.03.2020

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