Me dejé caer detrás del árbol, mi espalda contra el tronco, manos aferrándose a la áspera textura de este, con mis pulmones expandiéndose al tope para poder volver a respirar. Mantuve mis sentidos atentos a mi alrededor, el molesto pitido en una de mis orejas tras la explosión que, junto a la oscuridad del bosque, no ayudaba con mis nervios. En lo que trataba de relajar mi agitación tras la larga corrida que había dado, empecé a contar lentamente. Uno, dos, tres...
Esto podría haber sido mucho peor, pensé. Y sí, podría haberlo sido.
Las misiones no eran fáciles, no lo habían sido antes con sólo la idea de ellas, ni tampoco se volverían sencillas conmigo al mando. Desde que me habían asignado tal cargo, sabía que no podía aventurarme en situaciones tan imprudentes yo sola o con parte de una Nivelación. Traté de armar el mejor equipo —dentro de lo que teníamos en Costa Norte—, donde debíamos tener un entrenamiento constante, que haya una confianza y seguridad entre cada integrante, donde todos nos podíamos dar la espalda y saber que alguien más nos protegería. Todo habría salido de maravilla dentro de mi cabeza, si estaba tan bien planteado desde un principio, la base sería tan fuerte para poder mantener un buen proceso y progreso.
Eso fue hasta que pisamos por primera vez la misión que apareció a las semanas del entierro de Sue Lee. No tuvimos pérdidas, más que la dignidad de cada uno. Fue más difícil la vuelta con la cabeza agacha que la ida con la incertidumbre. Julia nos dejó los oídos saturados apenas volvimos, a mí más que nada.
Sin embargo, apreció nuestra escasa victoria cuando más gente llegó a Costa Norte. Poca, dañada y con más dudas que respuestas, pero finalmente a salvo. La ciudad se volvía más fuerte en lo que nosotros volvíamos de rescates, donde anómalos encontraban un buen hogar, y los humanos que se sumaban nos apoyaban. Un par de golpes, heridas o sustos eran nada a comparación de ver a la gente llegar y sonreír por primera vez en días, semanas, meses o años, porque se sentían en paz. Se sentían seguros. Eso era lo importante. Renacer de las cenizas y volvernos mejor que antes.
Y no ser, o rebajarnos a, lo que estaba fuera. No había estado preparada para verlo. Incluso con las pantallas en la sala de reuniones, las cadenas televisivas informando y mostrando las atrocidades cometidas en todos los continentes del mundo, uno hubiese pensado que podía imaginármelo. Me dolió el alma verlo ahí, pero peor fue presenciarlo. La esencia del mundo que alguna vez había conocido, se había camuflado y escondido detrás de un arma con el grito de falsa protección en la punta de la lengua. Una guerra dividida de poderes que consumían y mataban.
Apreté los dientes al volver a levantarme, una mano en mi pecho ardiente y masajeando la zona donde comenzaban unas costillas, entre las curvas que formaban lo poco que tenía de pechos, y me moví con cuidado por la oscuridad. Ninguno de mis colegas estaba cerca de mí, todos habíamos corrido en distintas direcciones apenas la trampa para la emboscada se había activado. Había sido tarde para los militares a los que habíamos apuntado. Desde hacía meses que estábamos derribando campamentos suyos, o en sus saqueos aparecíamos para arruinarles el día. Era una constante pelea que empezó a vibrar en la comunidad anómala que se escondía, y si uno sacude mucho a una bestia como ellos estaban haciendo, como habían hecho en el último tiempo, iba a terminar saliendo de su refugio a defenderse. Lo terminaron logrando.
Nosotros éramos esas bestias.
Así que ahí estábamos, con una de sus camionetas habiendo estallado y detenido su recorrido, nuestro equipo se había dividido por los bosques alrededor de dicha calle oscura, esperando a una reacción y el momento justo. A que saquen alguna arma o explosivo que gasten para espantarnos, algo que no sucedería, y así poder derribarlos cuando ya no tuvieran nada. Saber en qué momento atacar, sin chance a dañarnos.
Cuando se calmó mi respiración, escuché más atentamente mi entorno, el único sonido interrumpiéndome era mi corazón todavía bombeando con fuerza en mis oídos. Apreté mis dedos contra mi pecho al oír pisadas. Suaves, calculadas. Abrí parte de mi mente para escuchar mejor, sutiles susurros mentales haciéndose paso por mi cabeza que delataban a mi enemigo y el paso que iban a tomar. Conté las voces que escuchaba, los tonos distintos en ellas, los planes que tenían o al menos los que pensaban que podrían hacer. Al estar más cerca, pude ver las linternas en sus armas, sus dedos pegados a los gatillos listos para derribar a cualquiera que se asomara. Me quedé quieta en mi lugar, no queriendo actuar por mi cuenta, y esperando al menos una señal de mi equipo.
Habíamos puesto una lista de reglas en el grupo, no sólo porque creía que la confianza se basaba en dar lugar a una opinión e idea, sino que gran parte de mi equipo se trataba de mis amigos. Tom y Claire, incluso con el desacuerdo de su madre, fueron los que propusieron la idea —la impusieron más que proponerla, siendo honesta— porque conocían mi forma de actuar. Jacob, Anna y Luna no se opusieron a la idea, creían que era lo correcto y lo justo, y agregaron las suyas. Y la primera de ellas, ante todo, era no atacar solo. Esperar apoyo a menos que sea de vida o muerte.
Con una de las armas de los militares rozándome la nariz, podría haberlo justificado como una emergencia, pero conmigo no era tan fácil la excusa. No sólo no me veían por mi invisibilidad, sino que en un soplar podría volverlos del tamaño de las partículas de tierra o en un ademán tendría un escudo impenetrable de energía que rebotaría las balas hacia ellos. Hiro me había enseñado a apreciar las habilidades que me otorgaba y las saboreaba más cuando tenía la chance de usarlas y no podía. No iba a hacerlo y romper con lo básico que habíamos pactado. Lo único que me detenía era esa maldita lista, respetando el deseo de mis amigos, y que fue la única condición que propusieron. Entre las demás reglas, también estaba no ser impulsiva, un hermoso guiño hacia mi persona, establecida por Jacob, que también me hundía los pies en la tierra.