Crucé mis piernas al sentarme en la silla de la sala, una taza de café intenso en mis manos que agradecí y, por el momento, un silencio que me dejó disfrutar del líquido caliente que trataba de despertarme. Mis párpados me pesaban, mucho más de lo normal, y lo culpé a la rabieta del día anterior y la cantidad de horas fuera de mi departamento. A nada más que eso. No a otra cosa.
En una esquina, Doc y Troy compartían otras tazas de café, hablando entre ellos y gesticulando sobre vaya a saber qué aparato que estaban desarmando para sacar el mejor provecho posible. Del otro lado, Enzo y Olivia revisaban las planillas que habían llenado el día anterior, nuevos nombres de personas recién llegadas, desesperadas por un lugar. Julia todavía no llegaba, seguro estaba con los demás entrenando abajo. Faltaban quince minutos para que terminara el entrenamiento matutino, y aprovechando esos minutos, seguí tomando mi café. A mi favor, mi hermana no había intentado colarse en aquella sesión, actuando más astuta al saber que yo estaba a solo unos metros de distancia.
Ella tenía en cuenta esos horarios y momentos que no estaba, porque no había nadie que conociera alrededor (o que fuera cercano a mí, para ese punto ya todo el mundo sabía de quién era hermana Morgan). Las misiones estaban apareciendo cada vez más seguido, a veces teníamos una semana de descanso por pura suerte, y volvíamos a la ruta. No siempre veníamos con las furgonetas llenas, parte de las misiones gastábamos más combustible del que nos hubiese gustado y volvíamos con un puñado de anómalos o humanos que contábamos con los dedos de una sola mano. Incluso si salvábamos la vida de otros, no significaba que no hubiera pérdidas materiales que nos costaba conseguir después. Era difícil obtener combustible, o yantas que estuvieran en mejores condiciones de las que gastábamos. Todo recurso se agotaba y desgastaba, lo que significaba otros sacrificios que no podíamos tomarnos a la ligera.
De misión en misión, y en otras donde nos dedicábamos a buscar sólo recursos o rescatar lo posible de viejas instalaciones, era cuando Morgan aprovechaba para cometer sus sutiles delitos. Yo vivía en la carretera, más que nada en los últimos meses, y con Morgan sola (con los ojos de la líder y muchos conocidos en ella) era cuestión de horas antes de que cometiera la primera sanción; o robarse, “tomar prestado” en sus palabras, utilería del centro, o era colarse a una clase detrás de la pila de colchonetas. Por su torpeza de aprender el movimiento era atrapada, y si faltaba algún instrumento, ya sabían a donde buscarlo. En muchas de esas veces, le había retenido el cuchillo que le había regalado Jacob como castigo, escondiéndolo en distintos lados del departamento. A mi muy mala suerte, en sólo días volvía a estar en sus manos sin que yo lo supiera. No había forma de castigarla ni de hacerle entender nada.
Conmigo en la ciudad, volvía a un comportamiento neutro. No nos hablábamos, gran parte de mis vueltas terminaba en una discusión con ella, portazos y, por alrededor de tres días, ni una mirada en dirección a la otra. Para el cuarto, empezaban los saludos, el sutil buenos días y buenas noches entre dientes. Comenzando el sexto, podíamos estar volviendo a una normalidad con una tregua muda dada entre ambas. Hasta que llegaba el séptimo día, si es que no aparecía una misión en el medio, donde podíamos compartir una risa y fingir que todo estaba bien. Minutos u horas después llegaba la llamada a mi radio, una despedida rápida con una falsa promesa que se comportaría y todo volvía empezar. Llegar, rabieta y todo el ciclo se repetía.
Imaginé, en un mundo hipotético, si mis padres hubieran escapado con nosotras, si estuvieran viviendo con nosotros en el departamento; ¿qué harían ellos en mi lugar? ¿Cómo detendrían a una adolescente de catorce años de que no corriera a un campo de batalla? ¿Cómo le harían entender que merecía crecer primero antes de querer tomar la vida de alguien más? O peor, ¿cómo decirle que ya lo había hecho y que las consecuencias de sus actos nos estarían mordiendo los pies en cualquier momento?
Mis uñas se arrastraron por mi pecho, tratando se saciar esa incomodidad que me abrumaba con cada incertidumbre, con cada pensamiento que me agitara el pecho o la mente. Unos dedos frotaron mi pelo, desacomodando la trenza que Claire me había hecho esa mañana. Al hacer la cabeza hacia atrás, el Doc me sonrió.
—¿Qué te tiene tan ansiosa? —quiso saber, ya habiendo calculado la razón por la cual mi mano volaría a mi pecho. Me encogí de hombros, levantando la taza para darle otro trago.
—Nada en particular, sólo espero no escuchar ningún griterío que comparta el nombre de mi hermana.
—Creo que es más inteligente, no aparecería contigo acá.
—Me lo pone más en duda cada día.
Se rio por lo bajo, Troy detrás de él sirviéndose otra taza de café. Tras reuniones largas y que nos cerraban los ojos del cansancio, habíamos decidido traer una cafetera para poder servirnos en caso de emergencia. Penosamente, nuestros casos de emergencia eran cada mañana, cada tarde y cada noche. Ni Enzo se quejaba de nuestro consumo, él era el que más tomaba de todos, seguramente por la carga extra de horarios que se cargaba encima. A veces pensaba que era para tratar de remediar la situación en dónde estábamos, yo por encima de él en las misiones, hasta que una parte de mí le daba lugar al pensamiento: podía estar haciéndolo por buena persona. De alguna manera u otra, había ganado su lugar al lado de Julia antes de que nosotros llegáramos.
El ruido de la puerta hizo que Troy corriera lejos de la cafetera, apurándose con su café y alejándose de la líder que iba encaminada hacia la máquina. Tom, Anna y Cassia detrás de ella, también deseosos de un poco de cafeína en su sistema. Había un cansancio general al que nos adaptábamos, no el que solucionábamos. Abajo la clase había terminado y para la mayoría el día recién empezaba. Tom me empujó en broma al sentarse a mi lado, otra taza en su mano y largando un suspiro pesado al relajarse contra la silla.