Recibí a la oscuridad con un abrazo.
Con todo negro en mi visión, no sentí la presión en el pecho. Ni las cosquillas, el dolor, o las náuseas. Fue como apagar todo por momento, ser rodeada por una oscuridad que estaba protegiéndome del último momento que había sentido atravesar mi pecho. Era como nadar en la nada misma y que esta me relaje cada pequeña parte de mi cuerpo.
Escuchaba los tonos de mis amigos, seguramente diciendo mi nombre, pero no pudiéndolo deducir en lo que llegaba a mis oídos. Si me estaban moviendo o sacudiendo, no lo sentía. No sentía nada más que una sensación débil, sutil, de estar flotando o cayendo. No sabía cuál, tampoco me importaba, quería hasta suspirar del alivio de que todo haya parado en un instante.
Pero había algo más, algo que me había llevado a mí, algo que me había apagado de la realidad para llevarme a ahí, a ese río oscuro que me resguardaba. Ya había estado ahí, lo sentía, lo recordaba brevemente, y una vez que una sutil luz rompió con esa oscuridad, mis pies encontraron una solidez debajo de mis pies.
La luz se transformó en un contorno y, rodeada de aquella luz que conocía de memoria, Hiro apareció. Me puse contenta de verla, después de meses de silencio, y quise acercarme a ella para verla mejor. Ella, en cambio, se quedó en su lugar. No compartía esa emoción que yo sí.
Me detuve a unos metros, notando su rigidez, y por su luz pude verla bien. Se suponía que era un reflejo mío, era otra yo que, tiempo atrás, envidié y quise ser. Había visto una figura fuerte, segura, hasta en cierto lado egocéntrica por su poder, que reconocía la fortaleza que tenía.
—¡Hiro! —sonreí, parpadeando en la oscuridad para adaptarme a su brillo. Hiro devolvió la sonrisa con otra más sutil—. ¿Qué…?
Ahora no estaba aquel reflejo. Se veía… cansada.
—¿Qué pasa? ¿Me trajiste acá …? —empecé a preguntar, confundida por su estado, por la razón por la cual me encontraba ahí, e Hiro empezó a menear la cabeza, sus manos pasando por su rostro. Fruncí las cejas—. ¿No fuiste tú?
La última vez que me había encontrado con ella así, había sido en el ataque de Costa Norte, con Jack Parker al mando. Había sido atacada con una anti-navita, lo que me había hecho suponer que me volvería una caída. Pero no, Hiro no permitía que esas armas llegaran a nosotras. Éramos inmunes a ella. Y, después de que me abriera los ojos con respecto a los límites que le había establecido durante tanto tiempo, yo la dejé salir para detener todo aquel ataque. Lo hizo impecable.
Volvió a agitar su cabeza, dando su respuesta, y se cruzó de brazos.
—Estaba tratando de ayudarte. Pensé… —se detuvo, sus dedos frotando sus antebrazos. Parecía tener frío—. Pensé que, sintiendo la energía de Noah, podríamos seguir sus trazos.
Parpadeé un par de veces:
—Tú recreaste una memoria, entonces. Ese impulso, la absorción de ella —noté, recordando esas emociones crudas que me aferraron al mueble con las marcas. Ella lo estaba haciendo por mí—. Venías moviéndote inquieta todo el camino, ¿acaso lo estabas sintiendo de antes?
Hiro volvió a negar.
—Un poco, pero mi inquietud no era por la energía de él.
—¿Entonces?
Se removió, sus brazos apretando su agarre y comenzó a caminar, cerca de mí, manteniendo distancia, y respirando hondo. Si fuese humana, o si fuese un real reflejo de mí ordinario, hubiese pensado que estaba ansiosa. Esas cosquillas molestas tenían cierta similitud con esos temblores, inquietudes.
Se detuvo una vuelta después, sus facciones tensas.
—Acaso no sientes que algo anda… ¿raro? —susurró, su tono de voz de la mano con cómo se veía. Inquieta—. ¿Qué algo no anda del todo bien?
Fui yo la que tragó en seco.
—¿Hablas de los Benignos…? —pregunté y ella suavemente negó. Me animé a acercarme a ella—. ¿O hablas de nosotras? ¿Del…? —señalé mi pecho, ambas sabiendo a qué me refería.
No contestó. En cambio, me miró por un largo rato, pasando por mi rostro, mi pecho y brazos, y volvió a mis ojos. En ellos vi un peso que supuse que era lo que la estaba cansando, algo que a ella le estaba costando sostener, y cuando quise preguntarle, quise saber a qué se refería, ella se animó a estirar una de sus manos y apoyarlas en mi pecho.
Fue un milisegundo de tacto. Sacó la mano tan rápido como la puso, mirándola con cierto terror que me hizo dar pasos hacia atrás.
—¿Qué pasa?
Evitó mirarme, dándome la espalda y alejándose. Sólo contestó:
—Tú sigue tu camino. Voy a estar ahí cuando me necesites siempre —dijo—. Pero cuídate. Y cuídame.
De la misma manera que había dejado de sentir todo, como una ola de tsunami me volvió a envolver y lanzar por todos lados, mis sentidos despertando en cada revuelta, en cada sensación molesta volviendo a caer en su lugar. Inspiré el aire con tanta fuerza que me senté donde estaba, totalmente perdida, la luz cegándome y haciéndome parpadear unas cuantas veces.
Estaba en mi habitación, de vuelta en Costa Norte. Miré las fotos de mis amigos y familia colgando de la puerta de mi armario, la ropa doblada en la silla cerca de mi cama y mi mochila de la misión puesta a los pies de esta. Inspeccioné el cuarto de vuelta, aturdida entre la ida a la Ciudadela, el cuánto tiempo estuve inconsciente y las palabras de Hiro repitiéndose.
Pero cuídate. Y cuídame. Me sentí culpable de saber que no lo estaba haciendo, no en el último tiempo, y peor sabiendo que ciertas cosas no las podía cambiar. Hasta Hiro sabía eso.
Me paré con cuidado de mi cama, notando que me habían sacado los zapatos y el pantalón. Mi pelo estaba trenzado, así que supuse quien se habría tomado el tiempo de ponerme cómoda. Mis piernas estaban un poco débiles, tuve que volver a sentarme para ponerme un jean de la tanda limpia en la silla. Para cuando abrí la puerta de la habitación, tuve suerte de haberme agarrado del marco de la puerta.