Julia Ambrose era la líder, o intendente de haber seguido el nombre de las leyes, de Costa Norte. De carácter duro, audaz y quien conocía el campo y movimiento de los militares más que cualquier otra persona dentro de la ciudad fantasma. Y, para sorpresa de todos, ella era humana. No necesitó ninguna anomalía para liderar a los demás, con su forma de ser y lidiar con las situaciones dejó en claro que podía.
De ser que hubiera tenido alguna habilidad, habría sido el doble de estricta o seria, lo cual no era algo que yo quisiera. Desafortunadamente, yo conocía solo sus rasgos y características negativas, porque por más que una líder se tratara de seriedad y responsabilidad, ella era la mamá de Claire. Y me recordaba día a día el estado de su hija.
Ella se había vuelto una caída. Alguien que, tras ser herida por el artefacto militar, había caído en un pesado sueño como la Bella Durmiente BellaDurmiente al haberse pinchado con la máquina. A diferencia del cuento de hadas, el beso de amor no existía como solución. Así que ahí estaba todas las mañanas donde la visitábamos con Tom, dormida y esperando un rescate que desconocíamos cuando llegaría.
Es por eso por lo que Julia, desde el momento que se había enterado qué había sucedido en nuestro viejo lugar de residencia, de quién lo había causado y por qué había pasado; no tardó en darme la espalda y resentirme, sólo enviando a mi propio grupo a buscarme una vez que pareció valorar mi anomalía. De vuelta, no a mí. Yo podría ahogarme en la misma playa y ella se haría cargo de esconder mi cadáver en la arena.
En lo único que concordábamos, era en nuestro cariño por su hija y las ganas que teníamos de que volviera a despertarse. Era, también, lo único que me detenía de no saltarle al cuello el momento que la hallé dentro del departamento y mirándome con ese rencor que me anudaba el estómago.
Lo único que pude hacer fue un asentimiento de cabeza al reaccionar y saludar: — Julia.
Por más que no había dejado de mirar lo que el proyector plasmaba en la pared de la sala, tomé las bolsas que había dejado caer y las dejé en la mesada. Julia se tomó la libertad de sentarse en el sillón, acomodando su tapado negro que siempre usaba y se cruzó de piernas.
—Te di tu tiempo, fui lo innecesariamente amable contigo como para mandar a tus amigos a que te trajeran a verme en lugar de otras personas—fue lo primero que dijo, sus labios en una mueca que me molestaba—. Y de igual forma fuiste tan desagradecida como para evitar cada oportunidad de forma descarada. ¿Pensabas que no iba a venir o qué?
—Pensé que mi respuesta había sido clara —hablé con el mejor respeto que encontré en mí—. No te hubieras tomado la molestia de buscarme, nos habríamos evitado toda esta situación. Yo no quiero ir, usted no me quiere cerca, ¿para qué intentar?
Ella me quería bajo sus ojos, lo cual no significaba que me quería cerca. Me quería controlar y limitar a su manera. Al escucharme, chisteó unas cuantas veces y señaló la proyección frente a ella al chasquear la lengua.
—Yo no te quiero cerca, es verdad, pero no te equivoques —ladeó su cabeza en dirección de la imagen, mi imagen—. Yo quiero a esa anómala, a esa arma de energía.
Me mordí el interior de la mejilla al escuchar lo que me había llamado. Tan cruda, tan honesta.
—Lo primero que pensé cuando te nombraron, cuando me dijeron sobre tu anomalía —siguió hablando, sus ojos fijos en la imagen. Siendo la primera vez que teníamos una conversación de más de cinco segundos, pareció aprovecharla—, era que me parecía irrazonable. Increíble, en el sentido de no poder pensar que eso es real. ¿Una chica que controla energía? ¿Qué tiene la fuerza y habilidad para proteger al resto? ¿Una espía perfecta con su invisibilidad?
Una risa amarga e irónica surgió de su garganta, meneando la cabeza y girándola para poder encararme.
—Y que, al mismo tiempo, era quien había decidido sacrificar a su gente por el simple hecho de salvar a su hermana. De, egoístamente, elegir a otra persona y poniendo a quienes ya estaban a salvo en riesgo —se volvió a reír, más ácida que antes—. ¿En dónde estaba esa supuesta protección? ¿Podía, entonces, confiar en esta chica que tan descaradamente trajo a mi hija en brazos en un estado irreversible? ¿Sin cura?
Yo no hice nada más que mantener mi vista de ella, mis manos inconscientemente haciéndose puños a mis costados. Ella frunció todo tipo de gesto en su rostro.
—Creo que la respuesta es clara y es un no. No confío nada en ti y no creo que merezcas la lealtad de tus amigos ni de nadie —escupió—. Pero, penosamente, tu anomalía es lo que sirve y como la cargas tú, no tengo otra opción más que lidiar con tu presencia y hacerme cargo de que no puedas volver a hacer lo mismo que hiciste.
—No tienes confianza en mí para dejarme sola y, al mismo tiempo, quieres hacerte cargo de mis acciones y querer controlarme —siseé. Ella no iba a ser dócil conmigo y me lo hacía difícil a mí para responderle sin elevar mi tono de voz—. ¿Quieres que me ponga una correa también? ¿Para que no me pueda ni mover de tu agarre?
—De haber querido ponerte esa restricción, ya lo hubiera hecho —se levantó del sillón y jugó con el control de sus manos—. Y la verdad no voy a decir que esa idea de control no me vendría mal. Tu entrenamiento podría hasta considerarlo una domesticación si significa que vas a aprender a escuchar y obedecer.
Más allá de sus palabras tajantes y con la clara necesidad de molestarme, yo entendía su dolor. Entendía su resentimiento, su asco hacia mi persona. Había traído a su hija en un estado espantoso, de haber sido la situación al revés y que ella trajera a Morgan en ese estado, no sabría cómo hubiera reaccionado. Detestaba entenderla cuando me estaba tratando como mugre en la punta de su bota, la pena y culpa latentes todavía en mí. Ella buscaba cada botón para apretar en mi paciencia y yo intentaba mantener la compostura solo por su hija.