Novia desafortunada

En las garras del enemigo

Rafaela

—¿Lo dices en serio? —Sofía me miró con la boca abierta, como si no creyera lo que le acabo de decir.

Crucé los brazos, aunque la verdad yo tampoco lo creería si yo misma no lo hubiera pasado, que el gerente general se ha vuelto loco, claro, muy guapo será, con esos encantadores ojos claros, y esa silueta, y ese pecho trabajado, y esos brazos. Moví la cabeza a ambos lados, no puedo dejarme llevar por las apariencias, más cuando parece haberse vuelto loco, siento que es él quien me ha contagiado de su mala suerte más cuando su madre llegó de improviso encontrándonos en esa posición.

—Será cierto que eres esa tal carta de la novia del infortunio —indicó pensativa, y luego se puso seria colocando sus manos en mis hombros—. Porque de verdad, amiga, que te hayas cruzado con la esposa del dueño de la empresa es lo peor que pudo pasarte, esa mujer es mala, te lo digo en serio.

La quedé mirando pensando que me lo dice en son de broma, pero luce tan seria e incluso espantada que empiezo a sentirme contagiada de su temor. ¿Esa mujer buscará la forma de hacerme desaparecer del mapa pensando que intenté engatusar a su sexy y loco hijo? Sentí que el mundo se me venía encima, y mis piernas se doblaron como si fuera a desvanecerme retrocediendo hacia atrás, para justo chocar con alguien. Alcé la mirada asustada ante quien parece superar mi tamaño y me encuentro con el rostro de mi jefe Daniel, quien me sonríe en forma cordial.

—¿Estás bien, Rafaela? —me pregunta y como respuesta ante aquella angelical expresión solo muevo la cabeza embobada.

De verdad que si hay un hombre con el que quisiera quedarme junto a él toda la vida sería alguien como Daniel, guapo, dulce, cordial, como el príncipe azul en su blanco caballo. Y aunque suene superficial, de verdad es mucho mejor alguien así de amable, que el gerente general, que aun siendo más apuesto es un hijo de mamá que ha perdido la razón. Refunfuñé moviendo la cabeza en forma afirmativa de acuerdo conmigo misma.

—¿Señorita Rafaela? —me habló mi jefe mirándome divertido—. ¿Todo bien?

—¡Sí, sueño mío! Digo, sí, jefe —le respondí de inmediato.

—Llámame solo Daniel —sonrió.

Quisiera llamarlo de tantas otras formas, suspiré, y solo moví la cabeza en forma afirmativa, definitivamente quiero un hombre como él, alguien que parece que nada podría molestarlo y que sonríe como si a su alrededor aparecieran los ángeles tocando las trompetas celestiales. Sentí un ligero golpe en la nuca y me giré molesta, Sofía cruzaba los brazos.

—Daniel acaba de volver a su oficina, y tú seguías mirando al vacío con cara de boba, ¿No eras tú acaso la que dijo en la mañana que no quería nada de hombres y solo querías dinero? —me reclamó—. En todo caso te será difícil, aquí no eres la única que se siente atraída por el jefe y entre nos, aunque es muy apuesto, nadie le ha conocido novia alguna…

—Entonces seré la primera —y ante su fija mirada comencé a reírme para que se diera cuenta de que bromeaba.

—Vamos por un café, yo invito —y dicho esto salimos del edificio.

Así pasaron las horas, con mi actitud a la defensiva, que ante cualquier ruido reaccionaba como si alguien fuera a atacarme hasta la retaguardia, ante la expresión de estupor de Sofía que se cubría el rostro ante cada uno de mis movimientos. La verdad es que el gerente se puede aparecer por cualquier lado e intentar secuestrarme, un hombre alto, apuesto, futuro dueño de gran hotel, que me secuestre me hace sentir como la protagonista de una novela. “Rafaela, una joven ingenua, es secuestrada por su jefe, que no duda en <censurado> y luego <censurado> y enseñarle su <censurado> de 50 cm”

—¿Estás bien? Tu cara parece estar enrojecida ¿Tienes fiebre? —me preguntó Sofía tocándome la frente.

—No, no, no, solo es hambre, no estoy pensando en nada indecente —repliqué sonriendo.

—Indecente —alzó las cejas antes de reírse—. No quiero ni imaginar que pensabas sobre nuestro jefe Daniel.

La verdad es que es peor, pensaba en el gerente. Suspiro, avergonzada.

—Que les vaya bien, tengan cuidado, nos vemos mañana —fue la despedida de nuestro jefe Daniel, cuando le avisamos que ya nos íbamos.

Quedarnos con la imagen de esa dulce sonrisa es la mejor forma de irse a casa.

—Te imaginas lo bonito que debe ser llegar a casa y que te reciban con esa misma sonrisa —suspiré sonriendo pensando en eso.

Mi amiga suspiró.

—Sigue soñando, es inalcanzable, solo nos mira como sus asistentes, aunque sí, volver a casa y encontrarme con alguien así, con la camisa abierta y una copa de vino en la mano, correría a casa —se puso a reír.

—Señoritas —nos interrumpió un hombre alto, de rostro sepulcral, y de un traje negro y elegante.

¡¿Acaso me morí y no me di cuenta?!

—¿Es la Parca? —musité y Sofía me miró espantada mientras yo intenté reaccionar de mi impresión.

—¡No digas tonteras! —me reprendió.

El hombre tosió incómodo.

—Señorita Rafaela Torres, mi señora, quiere hablar con usted —y dicho esto abrió la puerta trasera del auto que estaba a su lado, un auto elegante de vidrios oscuros y de color negro.

¿Su señora? Pensé, hasta que vi asomarse a la madre del gerente, con sus lentes de sol, un bonito sombrero negro y un elegante vestido blanco de rayas negras, luce espectacular, como si fuese una actriz de cine lista para ir a una gala.

—Oh, Cariño, ¡Qué coincidencia! —dijo en tono irónico—. Justo quería hablar contigo, puedes subir al auto.

Me quedé estupefacta intentando entender a qué se refiere con “coincidencia” cuando su temible conductor nos estaba esperando a plena calle para detener nuestro camino. Sentí que una de mis cejas tiritaba de estrés ante la presencia de ella, tan hermosa y yo tan… común, me sentí como una pequeña cucaracha a punto de ser pisoteada.

—Bien, Rafaela, nos vemos mañana —dijo Sofía y se alejó a paso rápido a pesar de que quise detenerla.




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