Rafaela
La reunión se inició, Leonardo, el gerente, fue el primero en hablar mostrando unos gráficos mientras su padre permanece serio y atento a cada dato que da, y su madre no deja de sonreír con una malicia que no puedo entender.
En tanto, su hermanastro, no deja de mirarlo con atención, pero con una sonrisa tan cordial que contrasta con todo el clan familiar, claro que eso en vez de ser un alivio provoca que haya mayor tensión en los presentes.
Los socios escuchan y cuestionan, afirman con la cabeza, están de acuerdo y así finaliza la reunión ante mi alivio, que no dejo de sentirme incómoda con esta ropa tan cara, y tener que mantenerme firme, casi sin pestañear sintiendo sobre mí la sigilosa mirada de la mujer del dueño de los hoteles.
—Vamos, volvamos a la oficina —me dijo el gerente saliendo a paso rápido y firme del lugar como si estuviera huyendo de alguien.
Intento seguirlo, pero con estos zapatos de taco alto apenas puedo moverme como quisiera.
—¿A dónde vas, cariño? —apareció su madre deteniéndonos justo a pasos del ascensor—, es costumbre que después de una reunión vayamos la familia a comer juntos.
—Lamentablemente, tengo mucho trabajo pendiente en la oficina —le respondió con seriedad.
—¿Trabajo pendiente? —exclamó su hermanastro sorprendido, abriendo los ojos con gesto inocente—. Siempre eres muy ordenado con lo que haces, me extraña que se te acumule trabajo sin hacer.
—Si es así, entonces la señorita Torres podría acompañarnos —habló su madre mirándome mientras siento como un frío escalofrío sube por mi espalda ante la mirada de maldad de esa mujer.
—Será un gusto, así podremos conocernos más —agregó su hermano entrecerrando los ojos sonriendo.
Leonardo pareció turbado ante esta situación, no sé si por mi mirada de súplica o porque se da cuenta de que si me interrogan pueden descubrir que realmente no soy una asistente y que sus intenciones de mantenerme a su lado es evitar la mala suerte que ahora lo persigue, eso podría hacer peligrar su imagen del perfecto gerente de los hoteles Hall.
—Ella también tiene trabajo pendiente y…
—Aníbal, creo que llegué justo a tiempo —se escuchó una voz femenina.
La mujer que acaba de llegar es bellísima, de cabellos castaños y rizados, de labios rojos y gruesos, sí, es la misma que vimos afuera de las tiendas acompañadas de su hermano. Nos contempló a todos confundida hasta que se detuvo en Leonardo, quien desvió la mirada de inmediato para tomarme de la mano ante mi sorpresa que sentí que el corazón me dio un salto del susto de que se tomara esa libertad.
—Será en otra ocasión, tenemos mucho trabajo —y sin esperar palabras me llevó consigo al ascensor con paso rápido.
Apenas entramos y las puertas se cerraron, respiró aliviado. Lo contemplo de reojo incómoda por la situación, más aún cuando su mano no suelta la mía, me miró confundido por mi expresión hasta darse cuenta de lo que ha hecho y soltarme de inmediato fijando su atención en la esquina del ascensor, inquieto.
—No es lo que piensa, le pido disculpas, fue un error, quería tomarla de la muñeca, no de la mano —pareció bastante perturbado, por lo que solo desvié mi mirada alzando las cejas.
—Entiendo, no lo acusaré de acoso, entonces —le respondí con seriedad sin poder sacarme la sensación de calor de la mano.
—¿Sería capaz de hacer algo como eso? —me preguntó, y aunque luce serio vi miedo en sus ojos.
—Solo bromeo, no se lo tome en serio —le dije sin mirarlo mientras bajamos en el estacionamiento.
No me sigo, pareció turbado, hasta que bufó molesto cruzando los brazos. Salió detrás y aun así me adelantó, claro, porque no lleva puesto estos ridículos e incómodos zapatos con taco que llevo yo.
—Volveremos a la oficina —me dijo, apenas subimos al auto.
—Necesito un lugar donde cambiarme —le dije de inmediato—. No quiero que me vean con estas vestimentas.
Me miró de pies a cabeza haciéndome sentir un escalofrío, notando lo parecido que es con su madre.
—Puede cambiarse en el auto —respondió ante mi estupor.
—¿En el auto? ¿Frente a usted? ¿Quiere verme desnuda? —le pregunté sin creer tal sinvergüenzura.
Pero al notar como de aquel temple serio y perfecto se enrojecía colocándose tan nervioso que no fue capaz de poner la llave del auto en su posición, me doy cuenta de que nunca hubo tal mala intención en él.
—No es lo que piensa —replicó intentando por tercera vez colocar la llave en su lugar—. Podemos ir a mi casa y ahí se puede cambiar y luego nos vamos rápido a la oficina ¿Le parece?
Moví la cabeza de forma afirmativa mientras echaba andar su vehículo y salíamos del edificio. Durante todo el viaje guardó silencio, no solo luce serio, sino que además se ve muy preocupado. Quisiera saber qué es lo que le molesta, pero en su rostro claramente parece decir “Por favor, no molestar”
Al volver a la oficina me hizo entrar primero, según él tenía primero otras cosas que hacer, se quedó en el auto en el estacionamiento mientras subía por el ascensor, solo alcancé a ver que tomaba su teléfono y hacía unas llamadas.
—Me encanta tu maquillaje —dijo Sofía en cuanto me vio sentada en mi escritorio.
Alcé la mirada con pánico, olvidé sacarme la pintura, sin embargo, sonrió con naturalidad.
—Tranquila, nuestro jefe Dani nos dijo que te envío con el gerente a ayudarlo a cargar con unos documentos, supongo que te obligaron a cumplir ciertas etiquetas, ya que ibas justo a encontrarte con toda la familia Almendarez —indicó antes de mirarme con curiosidad— ¿Pudiste verlo?
—¿A quién? —le pregunté sin entenderla tomándome un té caliente.
—Al hermano mayor del gerente, Aníbal, dicen que es guapísimo y en persona su piel es tan suave y tersa como la de un ángel —suspiró juntando sus manos y la miro de reojo sin dejar de sorber mi té.
—No me pareció lindo —entrecerré los ojos con fastidio, de solo recordar su sonrisa, siento escalofríos —, nuestro jefe Daniel, incluso nuestro gerente, son mucho más apuestos.