Rafaela
Apenas terminó mi jornada laboral salí del edificio respirando el frío aire de la capital nocturna. Ha sido un día agotador, lo suficiente para llegar a casa, darme un baño, comer y dormir. No solo el haber tenido que aguantar las ideas del gerente en cuanto a la forma adecuada de vestirme ante una ocasión como esta, sino además el haber visto a su familia, incluyendo a ese hermano que aparenta ser tan amable y risueño, pero aun así es quien menos confianza me da.
Me giré dispuesta a seguir mi camino rumbo a la estación del metro ansiando la calidez de mi cama cuando me detuve de golpe al ver al “orangután” chofer de la madre del gerente. Me devolví como si estuviese viviendo un horrible déjà vu y quise huir, pero de un solo tirón me encontré en un auto con esa mujer sentada a mi lado bebiendo licor y sonriéndome con esa mirada maliciosa que causa estupor hasta en el más valiente.
—Hola cariño, tenía tantas ganas de verte ¿Quieres algo para beber? —me preguntó sin dejar de sonreír tal cual gato mirando a su presa.
—No, no, lo agradezco, pero no bebo entre días laborales —me excuse, la verdad es que desde la última vez no volvería a beber algo que ella me dé, estoy segura de que esa vez algo le echó al trago.
Se rio ruidosamente, con tal agilidad de no botar ninguna gota de su bebida, antes de mirarme abriendo los ojos como si hubiese perdido la cordura.
—Eres tan inocente y graciosa —y dicho esto me rodeo con su brazo por el cuello acercándome a su lado—. Por eso es por lo que tanto mi marido como mi hijo quieren que estés presente en el cumpleaños de mi príncipe.
“¿Su príncipe?”, pensé, pues si se refiere al gerente más bien lo veo como el caballero negro malvado sin corazón dispuesto a matar a todos, todo menos un príncipe azul a caballo.
—Un momento —dije mirándola estupefacta—. ¿Yo? ¿En el cumpleaños del gerente?
Y sé que miente al decirme que él quiere que esté en su cumpleaños, a menos que sea porque sigue creyendo que mi presencia le atrae la suerte, sin embargo, lo que menos quiero es pasarme un día de mi descanso al lado de él y rodeado por su padre, su madre, su hermano. Siento como un escalofrío me sube por la espina dorsal.
—Claro que sí, corazón, que esa noche estés presente le dará un toqué especial a esa noche —habló con misterio asustándome aún más.
—¿Qué quiere decir con eso? —arrugué el ceño, incómoda por la expresión de su rostro.
Se tomó de una sola vez el contenido de su copa antes de entrecerrar los ojos, mirando hacia el frente del vehículo que ha avanzado por la ciudad sin siquiera saber a dónde vamos. Sonrió como si por momentos se olvidará de mi presencia y estuviera solo metida en sus pensamientos.
—Puedo verlo, un baile, un momento especial, y el broche de oro, un beso —habló como si se hubiera olvidado de mi presencia.
“¡¿Beso?!”, pero de que está hablando, no puedo entenderla menos con la sonrisa que sigue dibujada en su rostro ¿Qué pasará por la cabeza de esta mujer? Me mordí los labios, sé que es la esposa del dueño de las empresas y por eso mismo debo mantenerme cauta, pero ya en momentos como estos no sé ni siquiera si lo mejor es saltar del vehículo en movimiento.
—No entiendo a qué se refiere con eso —señalé con seriedad.
Al notar mi tono y la expresión de mi rostro me miró sorprendida antes de echarse a reír.
—Tranquila, solo soñaba despierta —exclamó después de que se calmó su risa—. Entonces este sábado vendré por ti, ya lo sabes, hay que sorprender a mi hijo.
—La verdad en cuanto a eso, ese día, ya tengo un compromiso —le mentí buscando zafarme de tener que ir a esa fiesta.
Se echó hacia atrás del asiento con calma.
—Simple, anula ese compromiso —dijo, así como así.
—Pero yo…
—¿Vas a rechazar la invitación del dueño de la empresa para la cual trabajas? —me miró con sorpresa, aunque sé que está fingiendo.
Me quedé en silencio, me ha costado tanto conseguir este trabajo que lo que menos me gustaría que una bobería como esta fuera la causal de mi despido, es injusto, pero en este momento mi cabeza no piensa en una idea suficiente para poder evitar este compromiso.
—Está bien —balbuceé con molestia.
—¡Eres tan inocente! —me dijo sin que entendiera por qué dice esto, más cuando se acercó tomando de las mejillas y juntando su frente a la mía ante mi estupor—. Si fueras un hombre te juro que te besaría, pero eres una chica y le dejaré ese privilegio a mi hijo.
Y luego se alejó volviendo a su puesto mientras siento que mis mejillas se colocan rojas, no sé si por el hecho de que me las hayas aprisionado entre sus manos, su cercanía o el hecho de pensar que el gerente fuera una vez a besarme.
—Jaime, ¿cuánto falta para que lleguemos? —preguntó.
—Una media hora, señora —le respondió de inmediato.
—¿A dónde vamos? —miré por las ventanas dándome cuenta de que vamos por la carretera.
—Pues, a tu casa, corazón —indicó con naturalidad.
La miré con extrañeza, pero no creo que vaya a dejarme en un lugar peligroso, por lo que intenté calmarme, en un lugar así ni siquiera puedo bajar y huir, solo debo respirar y pensar en cosas bonitas, como ponis y arcoíris. Sí…
El auto se detuvo cuando menos me lo esperaba, en un lugar irreconocible.
—Bueno, descansa, nos vemos —me dijo ante mi aturdimiento, ni siquiera sé dónde estamos.
No logré ni siquiera preguntarle, cuando el orangután de Jaime me agarró del brazo, me sacó y me dejo ahí parada, en plena carretera mientras el auto iniciaba la marcha y se iba sin que yo reaccionara, hasta que vi a la mujer sonriéndome por la ventana y mostrándome que se lleva en su mano mi billetera con mis documentos ¡Mi pase de metro! Intenté correr detrás, pero no fue posible, me tropecé y ahí quedé tirada en el piso con mi dolorida rodilla sin entender.
—¡¿Qué le pasa se ha vuelto completamente loca?! —exclamé con la cabeza pegada en el suelo.