Félix Holfman:
Cuando llegué a casa, estaba muy cansado. Eran las diez y media de la noche, ya que nos entretuvimos un poco. El día fue fantástico, y por fin le había pedido a Savannah que si el fin de semana podíamos salir.
O ahora que lo recuerdo, me falta pedirle su número de teléfono. Bueno ya se lo pediré.
— Hijo, ¿Qué haces en el porche de casa? —me pregunta mi madre, me paso los dedos por el cabello, y por fin entro en la cocina. —Yo conozco esa sonrisa, ¿Quién es la chica? —me pongo rojo de la vergüenza, ¿Cómo lo sabe?
— No hay ninguna chica —le digo intentando evitar el tema, estoy por irme corriendo y subir a mi cuarto, pero ella es más rápida y me detiene.
—Siéntate. Tú y yo, vamos a tener una conversación de madre e hijo —estoy por protestar, pero su mirada me dice que me calle, antes de que sea demasiado tarde. —Cuenta. —parece impaciente por saberlo, yo estoy muy nervioso, y me quedo mirando una mancha que hay en la mesa, preguntándome de que será.
Ella me pellizca el brazo, y hago una mueca.
— ¡Ay! Vale, está bien. —Respiro y me pongo a hablar — Hay una chica que-que me gusta, se-se llama Savannah, es rubia, de unos ojos azules preciosos, es inteligente, callada. Me encanta cuando sonríe, ella es especial.
Mi madre me mira con sus ojos morenos, y tiene una sonrisa de estar complacida.
— ¿Es tu novia, o eres tan rezagado que todavía no has dado el paso? —tiene la barbilla apoyada en sus manos, y no para de mover las cejas de arriba a abajo. ¿Seguro que esta es mi madre? Creo que sí.
—No-no es mi novia. Pero le he invitado a que el fin de semana, salgamos a algún lado —le digo un poco avergonzado —Quiero no meter la pata, ya que ella es muy reservada, y me ha costado sacarle aunque sea una sonrisa. Pero por ella vale la pena.
Ella me mira, y no sé de dónde saco un cuenco de palomitas, creo que se las estaba preparando antes de que yo llegara.
— ¡Ah, hijo! ¡Eres tan adorable! —me dice con la boca abierta, masticando sus palomitas — Me recuerdas a tu padre. Me pongo tenso de solo oírle nombrar a mi padre.
— Mamá, Patrick no es mi padre —mi padre nos dejó solos, cuando tenía 12 años, le fue infiel a mi madre, y se fue con una chica más joven. Me dolió horrores sobrellevar que mis padres se hubieran divorciado, pero a la que sí que le hizo daño fue a Isabella, ella estaba muy unida a mi padre. No me importa hablar de él, cuando se me pregunta, pero delante de mí madre no se me ocurre pensarlo, ella es muy sensible con el tema, y yo prefiero dejarlo.
— Él ha llamado, dice que le encantaría que fueras para la noche de Navidad a celebrarlo con ellos —de solo oír eso, tuerzo los labios — Se que no te parece buena idea, pero debes ir. A pesar de ello, sigue siendo tu padre.
— Después de todo lo que te hizo, ¿Esperas que vaya a su casa, como si nunca hubiera pasado nada?—esto es indignante, no me lo puedo creer —. Mamá, no quiero hacerte esto. Se que en el fondo te duele.
Se le escapa una lágrima, con sus manos envuelve las mías. Me da una sonrisa de melancolía.
— Vas a ir. El pasado es pasado, y allí se queda, dime que por lo menos lo intentaras —me súplica con los ojos.
—Está bien, pero no te prometo nada. No sé si aguantaré la tensión — ella es la mejor, a pesar de todo lo que ha pasado es la mejor mamá que podría tener —. Eres muy valiente.
— Ay, mi niño. Sabes que os quiero mucho. —me mira con esa ternura maternal —. Creo que ya es hora de que te vayas a dormir, es tarde y mañana tienes clase.
Asiento, le doy un beso en la mejilla y subo hacia mí habitación.
Me despojo de la ropa, quedando solo en bóxer y me duermo con esos ojos grisáceos que no puedo quitarme de la mente.
***
Ya es el día siguiente, he tenido una mañana movida, por poco llego tarde, así que debí usar mi coche, ese que tenía en el garaje y que me compraron en mi dieciseisavo cumpleaños.
Es un Mercedes azul, está inmaculado.
—Félix, hermanito, el hombre de mi vida. Llévame a clases, por favor —me insiste ella, vamos al mismo instituto, pero ella está aprovechando la oportunidad ya que el coche no lo suelo usar muy a menudo —Por favor — cruza los dedos, y pone morritos como si fuera un perro abandonado.
— Esta bien. Sube, que si no llegaremos tarde —digo resignado, suelo preferir ir andando pero hoy no tengo excepción.
Conduzco con cuidado, mirando los coches y el reloj de mi móvil.
— Ayer, escuché vuestra conversación —le doy una mirada a Isabella — ¿Cómo se llama la chica?
— Sabes que es de mala educacional escuchar conversaciones ajenas, ¿Verdad? —Le reprendo, ella entorna los ojos — Se llama Savannah.
— Se nota que te interesa —nos hemos parado en un semáforo en verde, la miro sin entender — Esa brillo que tienes en los ojos, al pronunciar su nombre. —me mira con la ceja levantada, ya
que me he puesto rojo de la vergüenza — Te ves muy tierno sonrojado, quiero conocerla.
Editado: 31.01.2020