Michael.
—¿Eso te ha dicho mamá? —preguntó Terry asombrada.
Asentí y me giré hacia ella, abandonando las espectaculares vistas que se dejaban ver desde mi despacho. Su rostro era todo un dilema entre confusión e incredulidad.
—Se ha hecho un poco la víctima o, más bien, me ha puesto a mí como víctima —resumí toda nuestra conversación anterior.
Esta mañana había pasado por casa de mis padres y le había dejado algunas cosas claras a mi madre con respecto a la situación que se había desarrollado en mi apartamento el fin de semana. Mi padre enfureció y mi madre se quiso hacer la víctima alegando que solo me defendía.
—¿Y cómo está Mía con todo esto? —continuó indagando.
Mía.
Bueno, Mía se encontraba ahora en su casa haciendo las maletas para trasladarse definitivamente a mi apartamento. También había discutido un poco con ella. Le había dejado claro que no tenía por qué encubrir a mi madre cuando había sido ella misma quien lo había hecho mal.
—Lo está llevando —fue lo único que dije y Terry pareció comprender.
—¿Quién dice que lo de la suegra malvada no está pasado de moda? —intentó bromear.
Le lancé una mirada que dejó muy claro lo que yo pensaba de su bromita y se mantuvo en silencio.
—Dentro de dos horas tengo que recoger a Mía en su casa. Hoy se muda conmigo —le dejé saber para cambiar un poco de tema y relajar el ambiente.
—Eso es muy bueno, hermanito. Comienzan a afianzar su relación —dijo una muy sonriente Terry.
—Lo sé. Pero también sé que Mía tiene algunas dudas con lo de la mudanza.
Terry resopló en un gesto bastante cómico.
—Es normal. Ella nunca ha tenido una relación tan seria como para vivir juntos.
—Eso mismo me ha dicho Thony —le dejé saber—. Me dijo que le diera su tiempo para que se hiciera a la idea.
Terry asintió ante mis palabras.
—Tiene toda la razón. Tú solo deja que se haga a la idea y, cuando lo consiga, le propones matrimonio.
Eso sí logró hacerme sonreír.
—No es mala idea —coincidí.
Si quieres, puedo ayudarte a mejorar el estilo o la redacción también.
☆☆☆
Mía.
Si alguien, algunos años atrás, me hubiese dicho que abandonaría mi casa, nunca le hubiese creído.
No le hubiese creído porque era algo inaudito para mí. No me veía capaz de hacerlo. ¿Cómo podría?
Aquella casa me había visto nacer. Me había visto crecer para irme a la universidad y me había visto volver. Había dado mis primeros pasos, dicho mis primeras palabras en aquel lugar. Había compartido innumerables cenas con mis padres, así como nuestra última charla. Todo dentro de aquellas paredes. Las mismas que me vieron llorar su muerte o me vieron durante mi embarazo.
Mi hija había sonreído por primera vez aquí. Había dado sus primeros pasos y dichas sus primeras palabras también en aquel lugar. La mayoría de sus travesuras habían sido presenciadas por los muebles y las luces de este hogar.
Había aprendido a cocinar con mi madre en aquella cocina. Había pintado tantas tonterías en los sillones del salón. Incluso había montado mi primer estudio de pintura en una habitación inutilizada al final del pasillo.
A la persona que me dijese que hoy la abandonaba le hubiese reprochado su locura, su falta de visión.
¿Quién no era capaz de ver el amor que tenía por esta casa? ¿Quién era capaz de decir tantas mentiras?
No tenía ni idea de quién pudiese decirlo, pero tendría toda la razón.
Hoy, después de años de vivir en ese —aunque pequeño, pero precioso y acogedor— hogar, me marchaba. Y aunque estaba segura de que volvería en algún momento de mi vida, aunque fuese a presenciar sus paredes y recordar los momentos.
Pero me marchaba por algo más grande que el gran cariño que le tenía a esa casa. Me marchaba por amor. El amor que poseía hacia Michael y la necesidad de vivir todos los momentos que nos habíamos privado durante estos años en los que no éramos más que unos simples desconocidos.
—¿Mía? —la voz de Thony me hizo girarme hacia él, abandonando mis pensamientos—. ¿Dónde te has ido?
—¿Qué? —pregunté confundida.
Thony entró de lleno en mi habitación, donde me encontraba terminando de empacar mis cosas, y se acercó hasta mi posición.
—Parecías ida, como si estuvieses en la Luna.
Desvié la mirada hasta las maletas que se encontraban sobre mi cama y en las cuales había pasado entretenida la última hora.
—Solo estaba recordando algunas cosas —expliqué—. No me he hecho a la idea aún.
Thony se acercó a mí y me abrazó.
—Yo diría que es normal. Llevas años viviendo en esta casa. Sería anormal que no tuvieses recuerdos —me consoló.
Asentí sin muchas ganas de hablar del tema y me deshice de sus brazos para continuar con mi labor.
—¿Has sido tú quien le ha contado a Michael lo que sucedió con su madre? —pregunté intentando cambiar de tema, aunque este también era igual de complicado.
—Solo le dije que malinterpretó la situación. No tengo ni la menor idea de lo que vosotras hablaron —aseguró. Asentí malamente, decidida a no tocar más el tema. Pero Thony no pensaba lo mismo—. ¿Ha sucedido algo?
Suspiré, agotada de todo a mi alrededor. Tiré de mala gana la última prenda dentro de la maleta y me dejé caer en la cama.
—Michael cree que traté de encubrir a su madre para que él no tuviese problemas con ella —expliqué.
—Y es cierto —fue más una afirmación que una pregunta.
Apenas asentí.
—No quiero que tengan problemas —me excusé—. Capaz que le dé más razones a Míriam para odiarme.
Thony sonrió malicioso antes de negar con suavidad y acomodarse a mi lado con mucha más delicadeza.
—Ella no te odia. Solo se preocupa por su hijo —aseguró—. Tú harías lo mismo.
—Yo hubiese permitido una defensa —me puse de pie, algo frustrada y, por qué no, enfadada—. ¿Ya has terminado en la habitación de Noa? —cambié de tema antes de partirle la cabeza con una de mis maletas.
—Sí. Por eso he venido a buscarte, por si necesitabas ayuda.
Asentí, cerrando la última maleta y bajando la de la cama, así como las otras dos.
—Ya puedes ir bajando esas —señalé a las que había bajado de la cama—. Yo voy a revisar si se nos queda algo.
Thony asintió y, poniéndose de pie, comenzó a bajar las maletas, dejándome sola en la habitación.
Revisé cada rincón de esta y, al no encontrar nada más que me hiciese falta, salí de allí y me encaminé hacia la habitación de mi hija. Esta fue otra historia.
Había dibujos por todos lados. Dibujos que mi niña había hecho durante los años y que habíamos guardado como buenos recuerdos. También había dibujos míos, pero estos estaban dibujados directamente en las paredes como murales. Recuerdo que pasé todo un mes de mi embarazo haciendo esos murales para mi bebé. Ahora todos se quedarían en ese sitio y sería imposible empacarlos.
También encontré pequeñas prendas que una vez pertenecieron a mi hija. Había preciosos vestiditos que había comprado durante el embarazo y que ella había utilizado en los primeros meses de su vida. Esos recuerdos me hicieron llorar.
Y así me encontró Thony. Sentada en la cama, con la cara llena de lágrimas y aquellas cositas tan pequeñas en mis manos.
—Aún no puedo creer lo rápido que ha crecido —dije entre hipidos.
Thony se acercó y me abrazó.
—Siempre puedes tener otra pequeña a la cual poner estos vestiditos —bromeó después de algunos minutos en silencio, en los que se dedicó a consolarme solo con sus brazos.
Le pegué alejándolo de mí mientras volvía a ponerme de pie.
—No digas tonterías, Thony —le reñí, pero él, el muy idiota, tenía una sonrisa en el rostro.
—No son tonterías, cariño —aseguró—. ¿En serio crees que tu Michael no querrá otra personita corriendo por casa?
—Thony, para de una vez y ponte a hacer algo —intenté que dejase el tema. No me gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación.
—Mía, no te enfades —dijo mientras se ponía de pie—. Solo era una broma —aseguró—. Una broma en la que tienes que pensar un poquito demasiado.
Intenté volver a pegarle, pero el muy desgraciado ya estaba huyendo de la habitación.
Cuando bajé las escaleras un rato después, cuando ya había guardado todas las cosas que no necesitábamos y que se quedarían en la casa, me encontré con Michael junto a la puerta y a Noa en sus brazos. Ella parecía muy emocionada y contenta de estar en los brazos de su padre al fin. Él parecía estar igual de feliz.
Sonreí, feliz por la pequeña familia que ahora constituíamos, y decidí resignarme al fin. Esto era una buena idea después de todo. Noa tendría todo el tiempo que Michael podía darle, sin que yo y la distancia estuviésemos por medio. Michael sería feliz de tenerla, de tenernos, junto a él.
Y yo sería la persona más feliz del mundo por estar con ambos.
Michael le sonrió a mi pequeña antes de girarse directamente hacia mí, como si sintiese mi presencia y supiese el punto exacto donde me encontraba, para sonreírme también.
Mi niña también me vio y enseguida alargó sus manitas para que fuese yo quien la cogiese en brazos. No dudé un segundo en dejar mi posición y acercarme a ambos. Justo cuando tomé a Noa en mis brazos, Michael se inclinó y dejó un corto beso en mis labios. Sonreí como adolescente y me quedé embobada en sus preciosos ojos.
—Hola —susurré un corto saludo.
—Hola —eso también fue un susurro, pero mucho más sexy—. ¿Ya terminaron de empacar?
—Si, papi —saltó Noa tomando la palabra—. Eh sido una niña buena y eh ayudado a mami y al tito Thony.
Michael sonrió ante la ternura de nuestra hija y yo decidí que era buen momento para quedarnos a solas.
—Cariño, ve a buscar al tito Thony para irnos —le pedí mientras la dejaba en el suelo. Cuando desapareció por el pasillo, Michael me tomó desprevenida, acercándome completamente a su cuerpo y robándome el beso que ambos habíamos deseado desde que nuestras miradas se cruzaron.
—Dios, te he extrañado —susurró contra mis labios cuando la falta de oxígeno se hizo presente.
—Solo han pasado unas horas —susurré de forma entrecortada.
Dios, ese beso.
—Unas horas interminables —susurró divertido—. ¿Ya está todo listo? —preguntó.
Asentí.
—Todas las maletas listas —aseguré.
—Entonces larguémonos de una vez. Vamos para casa —fue más una orden que una petición.
—Sí.
Editado: 09.09.2025