NUEVA REALIDAD
Las semanas siguientes las recuerdo muy poco, como cuando recordamos un mal sueño. Al día siguiente llegó mi tía Mónica con Pilar una de sus hijas, mi prima que es de mi edad, su otra hija, Pía se había quedado con su padre, ella tenía la edad de Connor. En las noches era muy difícil dormir, lloraba la mayor parte del tiempo contra la almohada. Cuando me dormí agotada de llorar me despertaban las pesadillas, no podía descansar, tenía unas ojeras que me hacían parecer más a un topo que a mí misma. Cada día que despertaba, en esos segundos que te cuesta reconocer dónde estás, o qué es real y que no, pensaba que había sido una pesadilla, deseaba que todo fuera una pesadilla, pero apenas recuperaba la conciencia me daba cuenta que no era así. Nunca había sentido tanto dolor, tanta impotencia, tantas ganas de romperlo todo y al segundo no tener fuerzas ni para respirar. La opresión del pecho no se iba por más que llorara, gritara, corriera o incluso bailara. Dejé de hacerlo, dejé de bailar, ya que no me daba la felicidad de antes y de cierta forma me sentía culpable por sentir un poco de paz con todo lo que había pasado. Todo era un caos, los vecinos venían a darnos el pésame y a traernos comida, como si comiendo fuéramos a tapar un poco la angustia que sentíamos. No podía comer, el nudo en la garganta me lo impedía. Era algo que tenía a todos preocupados, siempre fui delgada al igual que mi padre y el hecho de no alimentarme correctamente estaba pasando las facturas correspondientes.
Tía Mónica hacía un esfuerzo enorme porque estuviéramos bien. Decidieron que lo mejor era que se mudara a nuestra casa con Pilar, Pía había decidido quedarse a terminar este año escolar allá con su padre, nuestros tíos estaban separados hacía varios años pero tenían una buena relación.
Siempre me había gustado pasar tiempo con mi prima pero ahora todo se sentía mal. Estaba molesta constantemente, muy irritante, lo sabía y no quería ser así con la gente que me daba apoyo, pero era mi forma de escapar del dolor. Nunca fui buena con las palabras y los sentimientos y en este momento era peor.
La rutina ya no era la misma y si intentaba seguirla dolía y mucho. Cuando quise darme cuenta ya había pasado un mes de la muerte de mis padres y yo no sabía cómo debía seguir con mi vida, que debía hacer. Me refugiaba en Luzbel, era con el único que podía mostrarme de verdad como me sentía. Si bien él también fue blanco de mis ataques de ira, él siguió firme, al pie del cañón. Todas las noches iba a mi ventana esperando que lo dejara entrar, pero mi respuesta era cerrar la cortina. Hasta que una noche cansada del dolor, de pelear, lo deje entrar. Él me sonrió de esa forma que hacía cuando éramos chicos cuando me lastimaba o cuando hacíamos esas travesuras que sabíamos que el castigo iba a ser grande. Esa sonrisa que decía que todo iba a estar bien, que él siempre iba a estar allí para mí. Pero ni eso calmaba mi dolor.
Connor cada vez se alejaba más de mí y no sabía el motivo. Entendía que estaba dolido pero me lastimaba que me alejara, no estaba nunca en casa y cuando estaba pasaba encerrado en su dormitorio. Lo necesitaba, era mi hermano mayor. Siempre había sido mi punto de apoyo, era mi confidente, le contaba todo. Me defendía cuando se metían conmigo. Se culpaba de algunas de mis travesuras. Me llevaba chocolate por las noches cuando me acostaba triste. Los días de lluvia hacíamos maratón de películas juntos. Me contaba de sus amores y me pedía consejos. Teníamos una hermosa relación, peleábamos, claro que sí, como todos los hermanos, pero la relación que teníamos era hermosa. Pero ahora solo veía como poco a poco todo eso solo quedaba en el recuerdo. Trancaba la puerta para que no entrara, más de una vez pasó por la puerta de mi dormitorio en las noches y me escuchaba llorar, pero nunca entró. No me preguntó como estaba, no se sentó junto a mi cuando miraba fotos viejas. Cuando me acercaba a él buscando consuelo me corría, cuando buscaba conversar con él se iba y cuando intentaba abrazarlo me rechazaba. Lo estaba perdiendo y me dolía en el alma.
Mi tía había conseguido licencia de su trabajo por lo que estaba en su mayor parte del tiempo en casa. Los Gilian que siempre fueron mi segunda familia poco a poco se apartaban, menos Luzbel, el siempre estuvo para mi. No entendía porque no me permitían ir a su casa y él tampoco lo entendía. Discutía mucho con sus padres cada vez que venía a verme, le prohibía que me visitara. Una de las tardes no pude contener el cúmulo de sentimientos y me fui a su casa, llorando y gritando, exigiendo una explicación de porque me estaban abandonando también, siempre habíamos sido como una gran familia. Nadie abrió la puerta, se que me escuchaban gritar y llorar porque yo podía escuchar a Luzbel pelear con sus padres, pero ni él logró que abrieran esa puerta. Poco a poco me fui dando por vencida y ahora tenía otro duelo más, el cual superar.
De a poco, esta nueva vida se volvió una rutina. No había día que no recordara a mis padres, pero poco a poco empezó a doler menos. Connor ya era prácticamente un extraño al que nunca veía y por más que intentara acercarme lo único que conseguía era rechazo.
Una noche de viernes, noche que fijó tía Mónica para cenar todos juntos ya que el resto de la semana casi no nos veíamos, Connor nos dio la noticia que ya habían llegado las respuestas de las Universidades. Todos estábamos muy ansiosos esperando las noticias. Mi hermano había estudiado duro para que lo admitieran en la Universidad en la que habían estudiado nuestros padres y los vecinos. Estaba tan nerviosa que no pude tragar otro bocado, al observar al resto vi que estaban igual. El que Connor fuera aceptado en esa Universidad era algo muy importante, más ahora que nuestros padres no estaban, era una forma de sentirse conectado a ellos. Poder recorrer los pasillos de ese lugar donde todo comenzó, estaba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta que mi tía estaba hablando