Mateo no cree en dios, pero cuando alzo la vista, le pareció ver un ángel.
Su cabello negro bajando a rubio, su piel blanca y sus ojos marrones, estos últimos eran, sin lugar a dudas, maravillosos y muy expresivos, desprendían un brillo que lo dejo sin aliento.
Él estaba tan pasmado que solo le sonrió. Le daba vergüenza que ella se diera cuenta de que quedó maravillado con sus ojos, con ella.
−Perdón, no te vi− lo último que dijo le pareció absurdo, ¿Quién no ve a un ángel como ella?
−No pasa nada, yo también venia distraída− su voz no era angelical ni musical, sino que era más grave y eso le agrado más, era única.
Cuando ya están ambos de pie, se quedan uno frente al otro en un silencio incomodo donde solo se miran sin saber qué hacer.
Eleonora, avergonzada por quedarse como estúpida delante de un chico que le pareció dulce y amable, además de guapo.
Sin saber que más hacer y sintiéndose torpe, lo saludo con un movimiento de cabeza y paso por su lado teniendo el pensamiento de que su camino no será igual.
Mateo, al ver como el ángel se aleja, comete un acto de impulsividad y corre hasta quedar frente a ella haciéndola sobresaltar y que lo mire sorprendida.
−Quería saber si tú...−se queda callado ya que no sabe cómo proseguir, nunca hizo nada como esto en la vida− ¿Te gustaría tomar un café?
A Eleonora nunca le pasó eso, estaba por negarse pero, al ver al chico tierno pareciendo nervioso y hasta asustado, solo sonrió y acepto. Ganándose una sonrisa aliviada por parte de él.
Mientras caminan hasta el mismo lugar donde ella tuvo su cita fallida, el habla cortando el silencio que se había instalado.
−Por cierto, soy Mateo ¿y tú?
−Eleonora, mucho gusto.