Esa noche, cuando por fin Colyn se quedó dormido y Zoe se encerró en su cuarto designado para cuando se queda a dormir —probablemente viendo alguna serie con sus cascos a todo volumen—, Cody y yo nos encontramos en la cocina, en silencio, con una copa de vino cada uno.
Nos miramos.
Ni siquiera hacía falta decir nada.
Dejé la copa en la encimera y él me rodeó por la cintura, pegando su cuerpo al mío.
—Estás hermosa —susurró, dejando un beso lento en mi cuello, justo en ese punto que conocía demasiado bien.
Sonreí mientras enredaba mis manos en su camisa, tirando suavemente hasta desabrochar uno a uno los botones.
—Cansado —murmuró, pero sus labios no dejaron de recorrer mi piel.
—Yo también... —suspiré, mientras él me levantaba con facilidad y me sentaba sobre la encimera.
Y entonces, como tantas otras noches, el cansancio se volvió deseo.
Su boca recorriendo cada rincón de mi cuerpo.
Mis manos aferrándose a su cabello, a su espalda... a él.
No necesitábamos palabras.
Nos conocíamos tan bien que todo fluía con una naturalidad que todavía me sorprendía.
Como si, pese al caos de nuestras vidas, siempre encontráramos ese espacio para recordarnos que éramos más que padres, más que estudiantes, más que adultos agotados.
Éramos nosotros.
Después, apoyé la cabeza en su pecho, aún con la respiración agitada.
—Te amo... —murmuré, acariciando su pecho desnudo con la yema de los dedos.
Él sonrió, besándome la frente.
—Y yo a ti.
Nos quedamos así, en silencio, durante un rato.
Hasta que, con un poco de culpa, solté:
—Mañana... Quedé con Alex para hacer un trabajo.
Cody se tensó inmediatamente.
—¿Alex?
—Sí... tenemos que avanzar en ese proyecto de edición —me encogí de hombros, intentando sonar casual—. Le dije que podíamos hacerlo aquí, así estoy con Colyn y no tengo que salir.
Él me miró en silencio, arqueando una ceja.
—¿Aquí?
—Sí...
—Mmm —se acomodó, recostándose en la encimera mientras jugaba con una de mis manos—. ¿No podían hacerlo en la biblioteca?
Solté una risita, besándolo en la mandíbula.
—¿Estás celoso?
—No.
—¿No? —pregunté con una sonrisa, mientras subía sobre él y lo rodeaba con mis piernas, pegando nuestros cuerpos otra vez.
Suspiró, apoyando la frente en la mía.
—Tal vez un poco. Solo... no me gusta que pases tanto tiempo con él.
—Es solo un amigo —le recordé, con una sonrisa traviesa.
—Ya... —me miró, con esa expresión mezcla de fastidio y ternura—. Pero es que eres mía.
Lo besé, suave primero... y después con la misma intensidad con la que él siempre me reclamaba su amor, su espacio, su vida.
—Siempre tuya —le aseguré.
Me levantó en brazos y me llevó de nuevo a la habitación, cerrando la puerta con el pie.
Esa noche, como tantas otras, volvimos a amarnos con esa mezcla de ternura, deseo y un poquito de celos...
Porque, aunque el amor crece...
A veces también muerde un poquito.
Editado: 11.07.2025