Narrador Anny
Pasé por la casa de mis padres buscando a Colyn y me recibió con una sonrisa que me desarmó por completo.
Lo abracé fuerte y le prometí que ese fin de semana iríamos juntos a ver a sus abuelos.
Le dije que su papá también iría.
No sé si me creyó… yo tampoco estaba segura.
Volvimos a casa.
Bueno… a la casa que ahora parece más un hotel de lujo que un hogar.
Pero al menos, esa tarde seguía siendo mía.
—¡Estoy en el jardín! —escuché gritar a Zoe apenas crucé la puerta.
Crucé la casa hasta el patio trasero. Colyn fue directo hacia sus juguetes.
Y allí estaba ella.
Zoe, en traje de baño, gafas de sol y una bebida rosada con sombrillita incluida.
Tirada sobre una reposera, como si estuviera en Ibiza.
—¿Te estás tomando vacaciones en mi jardín? —pregunté entre risas.
—Estoy adaptándome a la nueva vida de lujo de mi mejor amiga. No está tan mal, ¿sabes? La casa limpia, desayuno servido, café caliente y ahora un chef que parece modelo de revista. Estoy considerando mudarme.
—Por favor…
—No, en serio. Anny, ¿viste el cuerpo de ese chef? Tiene tatuajes. Y sabe hacer croissants rellenos de crema pastelera. ¿Eso no es amor?
Solté una carcajada mientras me sentaba a su lado.
—¿Y tú cómo estás? —preguntó, bajando un poco las gafas para mirarme mejor.
Me quedé en silencio unos segundos. Miré a Colyn, que reía en el césped con uno de los nuevos juguetes que mágicamente habían aparecido esta semana.
—No sé —dije por fin—. Tengo una mansión, pero siento que vivo en casa ajena. Hay gente que no conozco, cámaras en cada esquina, una agenda que no es mía. No puedo respirar tranquila.
Zoe me miró con una mezcla de ternura y resignación.
—A ver, no voy a defender a Cody, ya lo sabes. Pero también sé que no es fácil para él. Tiene que manejar un imperio que no decidió, tratar de ser padre, esposo, el gran CEO que quieren que sea, y… soportar que perdió a su padre y no tuvo ni tiempo de llorarlo.
—Lo sé, Zoe, y lo entiendo, pero dime: ¿yo no importo? ¿Colyn no importa? Me quedo callada y solo me adapto a esta vida que no quiero.
—No, tonta. Pero al menos disfruta el café caliente. Y a Colyn. Y a mí. Porque te juro que si ese chef me sigue guiñando el ojo, te lo robo.
Ambas estallamos en risas justo cuando Colyn llegó corriendo a lanzarse entre nosotras, empapado de sudor y con el rostro feliz.
—Entonces… ¿ya pensaste qué vamos a hacer para el cumpleaños número tres del heredero? —preguntó Zoe, mientras le hacía cosquillas a Colyn y le hablaba en su idioma de tía tonta.
—Zoe…
—No me digas que no pensaste nada. Anny, es su cumpleaños. ¡Hay que hacer algo! Podríamos alquilar una granja, traer ponis, inflables, contratar magos, payasos…
—Zoe… no.
—¿Qué? ¿Tampoco vas a querer pastel? ¿Qué clase de madre eres? Aunque con ese chef que tienes, capaz hace uno de tres pisos y encima se quita la camisa mientras lo sirve.
Solté una risa inevitable. Zoe siempre encontraba la forma de hacerme reír cuando más lo necesitaba.
Pero luego bajé la mirada, acariciando la manita de mi hijo que dormía profundamente.
—No quiero fiestas —dije al fin.
—¿Cómo?
—No quiero tocar ese tema ahora. No quiero celebrar algo cuando… él no va a estar presente.
Zoe se quedó en silencio.
—Sé que Cody no lo soportaría —continué, con la voz bajita, sintiendo un nudo en la garganta—. No sabría ni siquiera cómo pedirle que sonriera ese día, como le digo con todo esto.
—Anny…
—Él lo adoraba, Zoe. No hay forma de que te explique lo que ese hombre fue para nosotros. Para mí.
Jamás me trató como “la novia de su hijo” o “la mamá del nieto”. Ese hombre me trató muy bien, siempre me dio una sonrisa, nunca me hizo una cara mala ni me dijo algo mal.
Zoe me tomó la mano. Sabía que lo necesitaba.
—Ese hombre nos cuidó, Zoe. Ahora lo veo muy claro. Nunca permitió que la presión del apellido Montealva nos aplastara. Nos protegió de todo ese peso de la empresa. Nunca hubo alguien que nos molestara con cámaras, con preguntas. Vivíamos tranquilos. Colyn tenía a su papá aquí, yo tenía a Cody apoyándome, cuidándonos… y ahora Colyn crecerá sin… su abuelo.
Me limpié una lágrima, molesta conmigo misma por no poder contenerla.
—Zoe… yo quería que lo viera crecer. Que lo llevara al estadio, que lo malcriara con regalos innecesarios, que lo recogiera del colegio y le comprara helado a escondidas.
Ese era el plan.
—Lo sé —susurró Zoe—. Y aunque no esté, lo estás honrando todos los días. Colyn lo llevará en la sangre, Anny. Y tú… tú vas a contarle cada historia, y Cody le enseñará que tuvo al mejor abuelo.
Me sonrió con ternura.
—Aunque igual deberías dejar que el chef riquísimo haga un pastel, al menos para mí. Vamos, es para mi bebé. Y además, ¡él no necesita invitación para derretirse con esa sonrisa!
Volví a reír, esta vez entre lágrimas.
Colyn se acostó en el pecho de Zoe y ella le acarició la cabeza, diciendo:
—Tu abuelo estaría tan orgulloso de ti, pequeñito. Y de ti también, Anny.
Suspiré profundo.
No sabía si habría fiesta.
Pero sí sabía que ese hombre —mi suegro, el verdadero jefe de los Montealva— seguiría vivo en nuestro recuerdo.
Y que, de una forma u otra… seguiría protegiéndonos desde donde estuviera.
Editado: 01.09.2025