—Señora Montealva, tiene una visita.
Me giré al escuchar la voz de Fernando, firme y cortés como siempre.
—¿Quién?
—La mamá del señor Montealva. Está aquí… y no se irá hasta que usted la reciba.
Mi mente se nubló por un instante.
¿Su madre? ¿Ella?
—¿Colyn?
—Ya va de camino a casa de sus abuelos, señora.
Asentí con un nudo en la garganta.
—Está bien.
Mientras caminaba hacia la sala, no sabía ni cómo describir lo que sentía. Una mezcla de curiosidad, incomodidad… y rabia contenida.
—Buenas tardes.
Allí estaba.
La madre de Cody.
Elegante. Impecable. Su mirada era profunda, casi filosa.
Su porte erguido imponía respeto, como si todavía cargara sobre los hombros la dignidad de los Montealva.
—Buenas tardes —respondí con cautela.
—Sé que tengo prohibida la entrada a esta casa —dijo sin rodeos—, pero quiero hablar contigo, señora Montealva.
—¿Conmigo?
—Sí. ¿Podemos?
No dije nada. Solo asentí.
Nos sentamos en la sala. Una de las chicas de cocina apareció con una bandeja de café y galletas, como si presintiera que esa conversación necesitaría azúcar para digerirse.
Ella tomó la taza con delicadeza. Suspiró.
—Vi las fotos. Los titulares. Todo lo que empieza a correr sobre tu imagen y la de mi hijo. ¿Sabes lo que significa, verdad? Esto… apenas comienza.
Me apreté las manos sobre el regazo.
Ella siguió hablando, con una frialdad calculada.
—Cody siempre pensó que lo abandoné porque no lo amaba. La verdad es otra. Yo fui joven, ingenua. Me casé con su padre demasiado pronto. Teníamos dinero, lujos, una vida resuelta… pero atención, amor… eso no. Cuando Cody nació pensé que las cosas cambiarían, que seríamos una familia. Pero justo entonces llegó la herencia: una empresa al borde de la quiebra. Su padre se enterró en ese imperio y yo quedé sola en una casa enorme con un bebé en brazos y platos brillantes como única compañía.
Respiré hondo.
—Lo siento mucho. Pero… ¿por qué me cuenta esto a mí?
Ella apartó la mirada, casi con un destello de vergüenza.
Sacó un periódico viejo, amarillento, y lo dejó sobre la mesa frente a mí.
Me incliné a mirar.
Ahí estaba ella, joven y hermosa, sonriendo en la portada junto a un hombre que no era su esposo. Salían de un hotel, de un restaurante… y arriba, en letras enormes:
“La gran esposa del CEO Montealva paseando las calles con su amante.”
Sentí el aire escapárseme del pecho.
—Era verdad —dijo, sin pestañear—. Me sentía sola. Tuve un amigo, alguien que estaba allí cuando nadie más lo estaba… mi guardaespaldas. Marco, míralo bien. Era mi confidente, mi sostén… y después, mi amante.
Levanté la vista, incrédula.
—Cuando todo explotó, cuando mi cara apareció en cada portada, lo único que pensé fue en Cody. Esa gente no tiene piedad. Te devoran viva y no dejan nada. Y mi hijo… no iba a pagar por mis errores. Así que acepté un trato. Me marché a París, con la condición de que Cody se quedara con su padre. Tomé mis maletas y nunca miré atrás.
La voz se me quebró.
—Yo no estoy engañando a su hijo. Esas fotos no son lo que dicen.
Ella sonrió con ironía.
—¿Eso piensas decirle a Cody? ¿Que son montajes? Mi hijo no es tan tonto, Anny.
—¿Entonces a qué vino? —pregunté, crispada.
Su respuesta me heló.
—A darte una salida. A evitar que termines como yo: odiada por tu propio hijo y sola.
Me erguí, con el corazón golpeándome el pecho.
—¿Qué salida?
Sacó de su bolso un sobre. Lo abrió y dejó caer dos boletos de avión sobre la mesa.
—Vete con Colyn. Empieza de cero. Tendrás todo lo que quieras, dinero, seguridad, una vida cómoda… solo toma tus maletas y márchate. Deja que Cody encuentre a una mujer que sí sepa moverse en este mundo.
La sangre me subió a la cara.
—¿Qué?
—Renata —dijo con calma venenosa—. Ella es perfecta para Cody. Sabe cada movimiento que necesita en la empresa, entiende el mundo Montealva. Nunca lo haría quedar en ridículo corriendo a los brazos de otro. Y con lo que te ofrezco, tú puedes vivir feliz… incluso con ese amigo tuyo.
Me puse de pie, temblando.
—Usted está loca. Jamás sería capaz de alejar a Colyn de su padre. Cody lo ama.
—¿Ah, sí? —arqueó una ceja—. ¿Dónde está ahora? ¿Cuántos días lleva sin verlo? Cody vive para el imperio. Y los sentimientos, querida… en ese mundo son una distracción.
La rabia me recorrió entera.
—Después de todo lo que vivió, después de lo que le hizo a su propio hijo, ¿todavía quiere repetir la historia?
Se inclinó hacia mí, con esa frialdad aristocrática que me heló.
—No seas ingenua. No estoy haciéndole daño a Cody. Estoy cuidando sus intereses. ¿Sabes qué están diciendo ahora mismo los socios de la empresa? ¿Sabes qué preguntas le hacen en sus reuniones? No sobre el nuevo proyecto, no sobre sus logros… sino sobre ti. Sobre tu supuesto amante.
—¡Basta! —mi voz retumbó en la sala—. Váyase de mi casa. Ahora.
Ella se levantó con calma, como si yo no hubiera dicho nada. Tomó su bolso, pero antes de salir dejó los boletos sobre la mesa.
—Piénsalo bien, Anny. Una decisión equivocada… y lo perderás todo.
El sonido de sus tacones alejándose me atravesó como un eco.
Yo me quedé allí, inmóvil, con el corazón desbocado.
Y esos dos pasajes de avión… ardiendo sobre la mesa como si fueran dinamita.
Editado: 01.09.2025