Sentada en el sofá de su casa, con un libro entre sus manos, Sara, releía por enésima vez la misma línea. No conseguía concentrarse. Era evidente que todo lo acontecido hacia ya una semana en aquel yate la tenía atormentada. Sobretodo esa parte en la que Kai le confesaba sus sentimientos y en como ella reaccionó al respecto. No lo había vuelto a ver desde entonces, ni recibido ninguna noticia suya, ni siquiera había aparecido en los medios.
Finalmente, cansada de no poder avanzar en su lectura, se dio por vencida y cerró el libro, exhalando un lamento de conformidad. Su mirada se volvió entonces, hacia una pequeña mesa de cristal que estaba su lado. En ella había un pequeño paquete, aun sin abrir, dos cheques (uno de ellos en blanco) y una carta de escaso contenido que decía:
“Lo siento hija, una vez más el trabajo se ha complicado y debo quedarme más tiempo del previsto, pero prometo hacer todo lo posible para pasar contigo el año nuevo. Te adjunto dos cheques, el primero, ya sabes, para los gastos de la casa, el otro, es para que te compres algo que te haga feliz y que compense un poco mi ausencia.”
Sara observó con melancolía aquella nota y sus ojos se humedecieron. Era veinticuatro de diciembre, Nochebuena. Una noche para pasarla junto a las personas más importantes de tu vida, alrededor de una mesa repleta de comida. No tendría ninguna de esas cosas. Ya estaba acostumbrada a los desplantes de su padre. Michael y Alicia se habían ido fuera de la ciudad junto a sus familias, seguro que de haber sabido que su padre no podía venir habrían insistido en invitarla. Pero en el fondo era mejor así, desde hacía cuatro años, esta época del año le resultaba cada vez más difícil de soportar.
A pesar de todo, no quiso ceder al llanto, decidió que el tiempo de las lamentaciones, ya había pasado y en un intento por sobreponerse, se dirigió hacia la cocina, para preparar la cena. No era muy buena cocinando, por lo que la mayoría de la comida que tenía, era precocinada. Abrió la nevera, y sacó un rostí de pollo relleno, comprado para la ocasión, que decía: “listo en cinco minutos”. Tras leer cuidadosamente las instrucciones lo extrajo el embase y lo metió en el microondas. Mientras esperaba, se quedó ensimismada mirando las luces parpadeantes enroscadas a un gran abeto blanco.
Podía parecer extraño, aunque solo era para ella, todavía continuaba llenando su casa de adornos navideños y decorando con enormes bolas rojas, aquel árbol blanco de navidad, que un día compró junto a Allen, y que le hacía recordar todos aquellos años en los que había sido feliz.
El agudo timbre de la puerta, sonó repentinamente, devolviéndola a la realidad, con un sobresalto.
Se acercó un tanto desconcertada y observó por la mirilla. No vio a nadie, así que pensó que se habían equivocado. Cuando se alejaba de la puerta el timbre sonó de nuevo…
Volvió a mirar más preocupada y asustada, esta vez pudo observar con dificultad a un hombre trajeado, el cual tocó otra vez, con más insistencia.
Ante la persistencia de aquel invididio desconocido, Sara decidió abrir la puerta, con mucha cautela...
-¿Qué desea?- preguntó con voz temblorosa.
-Buenas noches, somos del catering.
-¿Del catering?-dijo confusa-Perdone, pero debe de haber una confusión.
-Es usted la señorita Sara Márquez ¿No?
-Sí, pero…
-Entonces, no hay ninguna confusión –confirmó con seguridad.
-Pero yo no he contratado ningún catering.
-Usted no, ha sido el señor Kai. Me llamo, soy su cocinero particular. El señor Kai nos ha dado instrucciones muy concretas, de que debíamos venir a esta casa. Así que si no le importa, le ruego que nos deje entrar, para comenzar a trabajar. Ya hemos perdido mucho tiempo.
Sara resopló, por supuesto que esto era obra de Kai ¿Cómo no lo había pensado antes? Aunque todavía muy reticente, le permitió pasar. Junto a él, entraron seis camareros más, todos igualmente trajeados, los cuales se distribuyeron por la cocina y comenzaron a trabajar, con una perfecta sincronización.
Sara los observaba completamente idiotizada, jamás en su vida había visto nada parecido.
En ese momento, hizo su aparición el artífice de alterar la tranquilidad de la joven escritora.
-¡¡Feliz Navidad!!-Saludó efusivamente él atractivo editor.
Sara, lo estaba esperando con ansía, para rendirle cuentas.
-Señor Roswell ¿Que significa todo esto? ¿Cree que puede hacer lo que quiera en mi casa?
-Tu padre me ha dado permiso - Explicó
-¿Mi padre? - inquirió arrugando el entrecejo.
-Sí, me llamó para decirme que no iba a poder pasar las navidades contigo y que estarías sola...
-No debió hacerlo, ese no era asunto suyo.
-Puede que no, sin embargo no iba a dejarte sola en Nochebuena y además...- hizo una pausa- tenía ganas de verte -confesó con una sonrisa.
Sara se dio la vuelta, para que Kai no pudiese verla con la cara colorada. No podía creérselo, después de lo sucedido, sus sentimientos no habían cambiado.
-¿En... entonces cenaremos usted y yo... a solas? - Sus piernas temblaban solo de pensarlo.
-Esa fue mi idea inicial, aunque después pensé que sería más divertido con más gente, así que...
De pronto se escucharon unas voces. Sara se quedo parada, aquellos gritos le resultaban tan familiares que… Corrió hacia el balcón para asegurarse. No podía ser verdad, tenía que estar equivocada…
-Shhh, quieres hablar más bajo. Kai nos ha dicho que era una sorpresa para Sara y nos va a oír.
-Pues me da igual lo que diga ¿Quieres explicarme porque le tenemos que hacer caso siempre a ese?
-Es él, quien ha organizado todo esto.
-Exacto, a eso me refiero. De repente parece que forme parte de nuestro grupo, allá donde vamos esta él.
-¿Se puede saber porque te molesta tanto? ¿Es que acaso estas celoso?
Mike resopló.
-No empecemos con eso otra vez, ¿vale, Al?
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Editado: 14.10.2024