Nuestro Último Beso

Capítulo 6

Mierda. Mierda. Mierda. 

Llego tarde. 

Y ES EL PRIMER DIA DE CLASE.

Me levanté como un resorte de la cama y casi me lancé contra el armario. 

Siete minutos para que empezara la primera clase. 

Agarré lo primero que encontré y me lo puse, para después salir corriendo por la puerta. No podía empezar así el curso, se suponía que iba a dar buena imagen y llegar temprano. La culpa era de Lizz; entre mi incapacidad para poder dormir la noche de la fiesta y tener que aguantarla a ella hasta la madrugada diciéndome lo que se iba a poner para el primer día de clase tenía demasiado cansancio acumulado… 

LIZZ. 

Me giré a mirar su cama, ahí estaba, durmiendo en una posición extraña y con la boca abierta. 

—¡LIZZ! ¡DESPIERTA, LLEGAMOS TARDE!

Se removió un poco, aunque no se despertó. Me acerqué a ella y la sacudí como si fuera una maraca. 

—¡QUE TE DESPIERTES! ¡VAMOS A LLEGAR TARDE! —grité pegada a su oído. Abrió los ojos de golpe y se apartó de mí. 

—¿Tarde? ¡TARDE! 

Tres minutos para la primera clase. 

Lizz se levantó de golpe y se coló una sudadera por el cuello, abriendo la puerta para salir. 

—¡LIZZ! ¡VAS EN PIJAMA! ¡PONTE AL MENOS UNAS ZAPATILLAS! —grité, corriendo detrás de ella. 

—¡QUE LE  JODAN, LO PONDRÉ DE MODA! —respondió, sin aminorar el paso hacia el edificio en el que se daban las clases. 

Un minuto para la primera clase. 

Lizz y yo salimos corriendo en distintas direcciónes en cuanto entramos. Vi la puerta de mi clase abierta, y aceleré aún más si eso era posible. Justo cuando estaba a punto de llegar vi como una mano agarraba el pomo y comenzaba a cerrar la puerta. La agarré con fuerza, impidiendo que me dejaran fuera y entré.

—Disculpe la tardanza —dije, sin mirar a la cara al profesor. 

—Bueno, técnicamente no ha llegado tarde, por dos segundos, pero puntual. Aunque quizás debería de haberse tomado unos minutos y elegir una vestimenta más adecuada para clase. Tome asiento, por favor. 

Recorrí mi cuerpo de arriba a abajo, observando lo que tenía puesto. Una sudadera negra, unos vaqueros desgastados y… 

Unos tacones rosas. 

Unos tacones rosas enormes. 

Mis mejillas se tiñeron de rojo por la vergüenza, con las prisas había acabado poniéndome los zapatos que Lizz había usado en la fiesta. Sin nada que decir, observé hacia donde señalaba el profesor. 

El único sitio libre en toda la clase. Al lado de Arek, quien fue incapaz de reprimir la sonrisa torcida que apareció en su rostro. Sin remedio, caminé con el repiqueteo de los zapatos a banda sonora hasta llegar al asiento. 

—¿Te has quedado dormida, amargada? Igual hasta tengo que cambiarte el apodo a marmota —murmuró, mirándome.

—No estoy de humor para aguantarte, por mi estabilidad mental, Arek, cállate y déjame centrarme en la clase. 

Y ocurrió lo imposible: por una vez me hizo caso. 

El profesor comenzó a hablar sobre su asignatura y todo lo que haríamos, después, preguntó si alguien nos había enseñado el edificio al completo (todo el mundo dijo que no) y nos arrastró con él fuera de clase. 

Se proclamó a sí mismo guía turístico del edificio. Todos le seguimos por los pasillos. Por mucho que había intentado que Arek me dejara tranquila, no se despegó de mí, aunque se abstuvo de hacer comentarios respectos a mi forma de caminar con tacones. ¿Cómo coño había sido capaz de correr con ellos puestos antes? En el momento en el que había caído en que los llevaba puestos mi andar se había vuelto torpe y desequilibrado, algo poco compatible con pasear por la universidad. 

Tendría que haber hecho como Lizz e irme en pijama, seguro que ella está cómoda en clase con sus pantuflas. 

—Anne. —Mucho estaba tardando en hablar— ¿Estás segura de que puedes andar con esos zancos? Pareces un t-rex.

—Pues claro que… —antes de que pudiera acabar de hablar, uno de mis pies comenzó balancearse, haciéndome caer hacia atrás. Cerré los ojos, esperando el impacto contra el suelo. 

Sin embargo, unos fuertes brazos me agarraron, evitando que cayera. Abrí los ojos, topándome con la mirada ¿preocupada? de Arek.

¿Arek podía sentir algo que no fuera arrogancia? 

—¿Estás bien? —preguntó, ayudándome a incorporarme, aunque, cuando volví a estar sobre mis propios pies, no me soltó. En su lugar me arrastró con él a uno de los bancos que había pegados a las paredes del pasillo. El grupo de alumnos había desaparecido; debían de haberse adelantado a nosotros. —Te dije que no se podía andar con esas cosas.

Rodé los ojos. Arek se sentó en el banco, ignorándome, y me obligó a sentarme a su lado. Se agachó y comenzó a desatar sus zapatillas. 

—¿Qué talla de zapatos usas? —preguntó, sin levantar la cabeza. 

—Una 38, ¿por qué? 

Arek se sacó sus zapatillas y me las dio. Yo me quedé mirándolas, sin saber qué hacer. 

—Cógelas, te quedarán un poco grandes, pero siempre será mejor que andar en esas cosas. 

Sin esperar respuesta, comenzó a quitarme los tacones y al ver que seguía sin reaccionar me colocó él mismo las zapatillas. 

—Listo —dijo, volviéndo a mirarme— . Sé que se te hace raro, pero no soy una mala persona, si dejo que te mates por ahí Lizz me matará luego a mí. Tómalo como otro motivo por el que mantener nuestra tregua. 

Observé mis pies calzados por esas zapatillas. Después de haber estado en esas trampas mortales me parecían la cosa más cómoda del mundo. Si en algún momento me planteé negarme, cuando alcé la vista y vi a Arek de pie, frente a mí, calzando únicamente unos calcetines y con los tacones en la mano, mirándome como… como si realmente fuera importante para él que aceptara su ayuda, supe que no podía negarme. Me levanté y me coloqué junto a él. 

—Gracias —dije. 

—Aunque te cueste creerlo, soy un caballero. Ahora vamos, el grupo no debe estar muy lejos. Todavía quedan dos horas antes de que puedas conseguir unos zapatos que sean de tu talla y no parezcan zancos, Cenicienta. 



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En el texto hay: misterio, romance, badboy

Editado: 08.06.2022

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