Nuestro Último Beso

Capítulo 8

—No sé qué clase de obsesión tenéis con esta cosa —dije, agarrando un paquete de chicles de sandía del supermercado y buscándoles con la mirada. Me giré, de la nada el supermercado había quedado completamente vacío. Caminé por el largo pasillo hasta las cajas, intenté ver si había gente haciendo cola; tampoco.

De la nada, las luces se apagaron y entonces habló:

—Hola.

Abrí los ojos de golpe, inspeccionando la oscuridad de la habitación de la fraternidad en busca de algo que fuera a hacerme daño.

O alguien.

Agarré el móvil de la mesilla de noche y miré la hora, apenas eran las tres de la madrugada. La voz no dejaba de reproducirse en mi cabeza, una y otra vez. Gruesa, retumbando por entre las paredes y viajando a través del silencio del supermercado. Intenté volver a cerrar los ojos, no podía comportarme como una cría y creerme mis propios sueños, porque ni siquiera tenían lógica.

Sin embargo, la voz seguía repitiéndose una y otra vez en mi cabeza, como si lo susurrara junto a mi oído. No tardé más de un minuto en volver a abrir los ojos y levantarme. Era hora de asumir que ya no podría volver a dormir. Con la linterna del móvil como única fuente de luz, comencé a caminar con sigilo por la fraternidad, quizás el aire fresco consiguiera apaciguar mis pensamientos.

Bajé las escaleras con cuidado de no acabar rodando por ellas, hasta qué, de la nada, una figura se hizo presente justo frente a mí. Grité y lancé mi móvil contra el desconocido, como si eso fuera a detenerlo de algo.

¿En serio acabas de lanzar la única cosa que podía servirte de ayuda?

—¿Qué narices? —Reconocí la voz de Arek al instante, permitiéndome respirar con calma. — ¿Por qué coño me tiras tu móvil? —preguntó, después de haberlo atrapado en el aire y alumbrar con él. — ¿Le has pillado el puntillo a eso de pasear por ahí en mitad de la noche o es que estás en alguna extraña secta?

—¡Yo podría decirte lo mismo! —dije entre dientes, esforzándome por no alzar la voz.

—Yo no soy quien va por ahí tirando móviles —refutó, sin dejar de apuntarme con la maldita luz; iba a dejarme ciega.

—¿Quieres dejar de alumbrarme? No te debo ninguna explicación, Arek, ¿o tú me dirás qué hacías en mitad de la noche por ahí?

Pasé por su lado, recuperando mi móvil, dispuesta a seguir bajando las escaleras y fingir no haberle visto; no necesitaba tener una conversación con él.

—He escuchado ruidos y he bajado a ver qué era; los mapaches se estaban pegando un festín en la basura —respondió, agarrándome con delicadeza del brazo, impidiéndome marcharme.

—Si no quieres que me vaya, puedes probar a decírmelo en lugar de agarrarme siempre del brazo —dije, girándome a encararlo.

—Ey, no quiero que te largues enfadada, no ahora que seremos compañeros de fraternidad durante un tiempo. Recuerda que ya no puedes huir de mí, cuéntame qué te tiene despierta a estas horas, prometo no volver a repetir tus palabras —dijo, inclinándose hacia mí, haciendo que nuestros ojos estuvieran a la misma altura, sus ojos verdes seguían brillando a pesar de la escasa luz de la habitación, desde tan cerca, podía ver en ellos pequeñas motas doradas y azules. Eran preciosos. Soltó ligeramente mi brazo, dándome la oportunidad de apartarme, pero no lo hice, en su lugar, me aseguré de clavar con confianza mi mirada en la suya y volví a hablar.

—Cuéntame algo de ti, algo vergonzoso, y te contaré qué hago despierta a estas horas. Necesito un seguro de que no te irás de la lengua.

Pareció dudarlo por un momento, aunque finalmente asintió con la cabeza y se alejó de mí, permitiéndome sentir el frío que dejaba tras alejarse y deseé que volviera a acercarse.

—Vale, pero vamos a otra parte, unas escaleras no son el mejor sitio para hablar.

Sin esperar respuesta comenzó a andar, pasando junto a mí, rozando todo su cuerpo con el mío, rumbo al salón. Negué con la cabeza; las conversaciones nocturnas no traen nada bueno.

Y algo me decía que sí incluía a Arek en la ecuación podía ser aún peor.

Mucho peor.

Ignorando mi instinto que me pedía que marchara en dirección contraria al

lugar por el que Arek quería que fuera, caminé detrás de él. Pude vislumbrar su silueta sentada en el sofá gracias a la luz de la luna que se colaba entre las cortinas, golpeó el sitio junto a él, invitándome a sentarme.

—¿Exactamente qué quieres que te cuente? —preguntó, estirando su brazo y pasándolo por encima de mis hombros, acercándome a él.

—No sé, ¿qué puedes ofrecerme? Dime algo de ti que nadie más sepa.

—Seguro que estás pensando en algo concreto. Tu pequeña cabecita no puede estarse quieta nunca —replicó, sonriéndome.

En realidad sí que había una cosa que quería saber, pero no sabía cómo reaccionaría cuando se lo preguntara. Aún y todo decidí tomar el riesgo, quizás jamás se me presentara una ocasión así.

—¿Qué problema teneis tú y Lizz con Heather Collins? —pregunté

—¿La pequeña Anne quiere saber por qué sus amigos no quieren saber nada de esa chica?

—Sí.

—Sencillo, podrías haber hecho una mejor pregunta, no nos gusta hablar de ella porque yo la maté, Anne, ¿cómo se siente saber que estás junto a un asesino?

Asustada intenté alejarme de él, pero la mano que antes había pasado por mis hombros me impidió moverme y, cuando me giré a mirarle, observé cómo dónde antes había verde ahora había un intenso rojo que me observaba con diversión.

—¡Suéltame! ¡Aléjate de mí! —comencé a gritar— ¡Eres un asesino! ¡SUELTAME!

—¡Anne! ¡Joder, Anne, despierta de una vez!

Abrí los ojos intentando enfocar la imagen frente a mí, alguien había agarrado mis hombros y me zarandeaba.

Arek. La imagen de su rostro tan cerca del mío fue suficiente para acabar de reaccionar y, sin pensar en nada, cerré mi mano en un puño y golpeé su cara.



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En el texto hay: misterio, romance, badboy

Editado: 08.06.2022

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