Me miraba en el espejo mientras acomodaba mi vestido, respiré profundo y decidí que ya era hora de irme. Me eché una última mirada no sin antes colocar mis manos sobre mi abultado vientre, con lo grande que estaba seguro faltan unas pocas semanas para que naciera.
Forcé una sonrisa y caminé en dirección a la puerta, estaba muy ansiosa y nerviosa por irme que me dirigí con mayor rapidez pero no logré salir, una silueta de un hombre estaba en medio de ella impidiendo mi paso.
—Me tengo que ir —le dije sin esperar su respuesta.
Pero al parecer a esa figura no le agradó mi comentario, levantó su mano y lo siguiente que pasó fue que golpeó mi rostro.
Como siempre, sin razón alguna.
Lágrimas mojaron mis mejillas, el hombre me decía algo pero no podía escuchar, me sentía como fuera de este mundo, traté de ver su rostro pero todo se tornaba borroso.
No sé porqué comencé a golpear su pecho mientras lágrimas salían sin parar de mis ojos y no solo por el dolor de mi mejilla sino también por sus palabras, esas palabras nunca lograba escuchar pero obligaba a mi cuerpo reaccionar de esa forma: Llorar y gritar con desesperación.
El hombre me sujetó de mis hombros y me sacudió con fuerza, quería que me soltara a sí que comencé a forcejear con él hasta que salimos de la habitación, yo retrocedía debido a la fuerza de sus movimientos y de un momento a otro me empujó.
Pensé que caería en el suelo y podría escapar de él, pero la realidad fue más distinta y dolorosa.
Mi cuerpo comenzó a rodar por las escaleras, sentía unos fuertes dolores en mi vientre.
Mi bebé, no por favor.
Cuando llegué al final de las escaleras mi cabeza se golpeó con fuerza y todo comenzó a nublarse, miré la sombra quien corrió hacia mí sujetando un celular en sus manos.
Sentí un extraño líquido bajar entre mis piernas.
Y no supe que más pasó, todo se tornó negro...
Me desperté con el corazón acelerado, me levanté de la cama y toqué mi vientre. Logré respirar con normalidad cuando lo sentí plano y sin muestras de esa pesadilla, porque solo eso era, una pesadilla; la misma de siempre.
Miré a Julián, mi esposo, quién dormía junto a mí con tranquilidad, adoraba cuando se encontraba así, nada de gritos y golpes, solo paz en el ambiente. Respiré profundo y me incorporé en la cama, Julián me rodeó con sus brazos y atrajo mi cuerpo al de él. Yo me removí incómoda.
—No te muevas, duerme ya —murmuró con voz ronca.
No dije nada, me acerqué a él dejando que sus brazos me rodearan.
No me atrevía a contarle mi pesallida, la primera vez que soñé con eso se lo conté en seguida, Julián me dijo que sólo era un sueño y no debía darle importancia.
Despues de eso, el sueño me estuvo atormentando las siguientes noches y la tercera vez que volví a decirle de mi pesadilla Julián se puso muy enojado, me gritó que no lo molestara más con lo mismo y me pidió que no volviera a repetirlo.
Me levanté de la cama y me dispuse a hacer el desayuno.
Otro día más.
Cuando fui a la cocina para preparar la comida noté que nos faltaba despensa, la empresa donde él trabaja está pasando por una gran crisis y los sueldos de sus empleados fueron reducidos, esa situación afectó mucho a Julián.
Aún recuerdo ese día, cumplíamos otro año más de casados y preparé una cena especial para nosotros pero, cuando él llegó a casa, estaba de muy mal humor que no le importó mi cena, solo se cambió de ropa y salió de la casa. Eso no fue lo peor, en la madrugada Julian llegó a casa totalmente ebrio, y cómo siempre pasaba, tenía sus arrebatos contra mí. Esa noche de aniversario, donde seguro otras parejas estaban dándose amor, cariño y protección, fue todo lo contrario para mí; Gritos y golpes.
Varias veces le propuse que yo podía conseguir un trabajo y ayudar en los gastos pero él tenía su idea machista de: Las mujeres se quedan en la casa cuidando sus hijos, los hombres se van a trabajar.
La casa se sentía como una prisión, de vez en cuando salía para comprar comida y llevar a mi pequeña hija a la escuela.
Mientras cocinaba unos brazos me rodearon por la cintura, cerré mis ojos y respirando profundo le ofrecí al Julian una sonrisa.
—Buenos días ¿Ya está mi desayuno? —dijo con buen humor, asentí con la cabeza—. ¿A caso no sabes hablar?
—Ya está —dije de inmediato.
Le dio un pequeño beso a mi cuello, se alejó y fue a sentarse en la mesa al espera de su comida. Rápidamente coloqué los panqueques en un plato, agarré una taza de café y las llevé a la mesa
—Siempre haces lo mismo, ya estoy cansado de esto —su voz sonaba molesta.