Laura,
cualquier lugar es bueno para hablar de alguien. Yo pienso: mírala, siempre tiene algo que añadir cuando he sentenciado la frase, cuando he concluido mi teoría, cuando he revisado cada letra que forma el conjunto de mis palabras para que nadie pudiera corregirme jamás. Pero aun así, nunca es suficiente. Mírala, me repito, parece que domina el mundo, que todos danzamos a su alrededor en el corro donde ella es el tubérculo. Ella, metida en mi cabeza, vigilando mis pasos, moviendo su pelo mucho más largo, más rubio, más brisa de verano. Mírala, todos le prestan atención. Mírala, es el Sol de nuestra galaxia. Mírala, ¿por qué no la miras?
Me has dejado con la palabra en la boca. Yo he agachado la cabeza a tu paso y no me he atrevido a contradecirte. Vivo bajo tu dictadura del terror, bajo tu mandato. Soy la esclava y el pueblo. No hay quién se atreva a arrancarte la corona del corazón, no hay quién te usurpe el lugar que ocupas en mi mente y no te mereces. No hay quién se ame más a sí misma y no hay quién le diga que se parece al odio que me tengo. Mírala, no sé porqué no la estás mirando. Mírala y dime que no es la versión perfecta de mí, mi versión contraria, mi versión, sin duda, la que más gusta a los demás. Laura, la llaman. Pero Laura nunca se gira.
Estoy asustada. Laura llena el lugar. Es lo que necesito. Ella hace lo que yo no puedo hacer, es buena en lo que yo no soy, gana lo que yo no gano, habla como yo no hablo y canta y pinta y toca y ríe y la miras y la quieres y yo no puedo dejar de pensar que estás enamorado de ella porque yo también lo estoy. Nunca podrás quererme como la quieres, nunca podré olvidar que jamás estaré a su altura. Mírate, Laura. Siempre serás la mejor.
No supe más de ella de lo que ella sabía de mí. No supe como había conseguido aterrizar en mi mente, apoderarse de mis pensamientos, inundar mi vida con su imagen. Laura, mi Sol, mi corro, mi reina. Te miro una y otra vez. No paro de escribir tu nombre.
Mírala, A. Mírala si te atreves.