Una idea maravillosa se le había ocurrido a alguien, de quien nunca se descubrió su identidad. “El buzón del amor” así le llamó poniendo una única regla, que nadie escribiese su nombre ni ninguna otra cosa que revelara su identidad. El propósito principal era que las personas solitarias o tristes fuesen allí, tomaran una carta y confortasen su corazón con unas palabras de amor.
Semanalmente las personas depositaban sus cartas, los viernes era de día de entrega y los sábados las personas podían tomar la que quisieran. Muchos acudían y las personas que recibían sus cartas se notaban bastante felices.
Pero algo más surgió allí entre dos personas que depositaban sus cartas. Al principio fue una casualidad que escogieran exactamente la misma carta que había escrito el otro, pero luego de un tiempo esto ya no era una simple coincidencia, ambos sabían distinguir la carta del otro por su sobre. Ellos no sabían que la persona a la que anhelaban leer también los leía.
La persona del sobre azul que siempre le escribía una letra x y la persona que siempre usaba un sobre de colores y excelente caligrafía.
El amor surgía en sus corazones sin importar que no se conociesen, no sabían lo que les estaba sucediendo, pero el sentimiento fue tierno, puro y gigante.
Los años pasaban y muchos olvidaron el buzón del amor, menos aquellas dos personas. Su corazón latía por el otro, hasta que uno de ellos decidió que no podía esperar a conocer quien era la persona detrás de las cartas del sobre azul y se casó con una hermosa chica que le había amado desde hace mucho.
Dejo de asistir por varias semanas, hasta que un día se armó de coraje y decidió ir el viernes por la tarde.
—Querida, voy a salir un momento, regreso más tarde.
—De acuerdo, llega temprano para la cena.
Se subió a su auto con una carta que había escondido en su saco, le puso ahí el sobre de color y se dirigió al lugar.
Llegó y se bajó del auto con su sobre en mano. Al llegar al buzón, la sorpresa de ambas personas pudo verse reflejada en sus rostros. Allí estaba el chico del sobre azul con una x y el chico de la caligrafía perfecta. Ambos se vieron a los ojos presos del pánico, pues ambos toda su vida habían sido heterosexuales.
Harry el chico del sobre azul fue el primero en hablar.
—Disculpa, ¿Tú eres la persona de la caligrafía perfecta?
—Me temo que sí — respondió Louis con un notable nerviosismo en su voz. — ¿Y tú eres la persona del sobre azul con una x?
—Sí, soy yo — dijo mientras sus mejillas se tornaban rosas.
Ambos trataban de tranquilizarse, quizá en todo este tiempo nunca habían pensado siquiera en el género de la otra persona. Louis fue el primero en reaccionar negativamente.
—Disculpe, creo que ha sido un grave error venir aquí — le dijo, mientras se notaba algo de furia en sus ojos azules y la expresión de su rostro.
—Espera, no te vayas — Harry no sabía como había dicho tal cosa, pero no hablaba él sino su corazón.
Se quedaron estáticos por un momento hasta que Louis retrocedió, un leve mareo por los nervios le hizo tambalearse.
—¿Estás bien? — le pregunto Harry mientras lo detenía por los brazos.
—Suéltame, yo no soy un sodomita — gritó Louis mientras empujaba a Harry y se dirigía a su auto.
—Yo tampoco lo soy — susurró Harry para sí mismo mientras veía a alejarse al chico.
Los días transcurrían y ninguno volvió al buzón del amor ni hablaban con nadie al respecto. Pero en el fondo, ellos sabían que algo más estaba sucediendo, ya que el amor seguía latente y al verse cara a cara había crecido. Tenían miedo de aceptar sus sentimientos pues en esa época el amor homosexual era un delito y un pecado.
Después de semanas de meditarlo, Harry quiso volver a ver al chico de ojos azules y cabello castaño, una vez más le bastaría.
Se dispuso a escribir una carta donde le explicaba que olvidaran lo sucedido y fuesen amigos y añadía enfáticamente que él tampoco era homosexual. Incluso añadió que tenía una novia aunque no fuese verdad.
Sus corazones parecían estar conectados el uno al otro, pues el sábado de esa misma semana Louis sintió curiosidad por saber si el chico del sobre azul había seguido dejando cartas. Para su sorpresa había una carta allí, no pudo esperar y la abrió ahí mismo, su corazón pareció tranquilizarse al leer las palabras allí escritas hasta que llegó al punto dónde decía “tengo una amada novia” él sintió una punzada en el pecho, pero no sabía por qué o quizá simplemente quería pensar que no. Trajo la pluma y una hoja de su auto y ese mismo día depositó la carta allí, una dónde rompía la mayor regla del buzón.
“Soy Louis, acepto que seamos amigos"
Esas palabras habían alegrado el corazón de Harry cuando las leyó. Escribió otra carta donde le decía una dirección de su café favorito para que se encontrasen allí a las cuatro de la tarde del día domingo.
Louis llegó el sábado, vio la carta y ahí supo el nombre del dueño de su corazón.
“Mi nombre es Harry, veámonos en esta dirección mañana (el domingo aclaro) a las cuatro de la tarde.”
Inconscientemente Louis había suspirado, le parecía el nombre más hermoso que había escuchado, pero al darse cuenta se golpeó a sí mismo.
Ambos se encontraron a la hora prevista, eran caballeros puntuales y de palabra. Hablaron un poco de sus vidas mientras tomaban un café y se burlaron del buzón del amor.
Una, dos, tres veces por semana se veían a tomar un café y se seguían dejando cartas dónde ya no hablaban del amor sino de sí mismos. Habían comenzado a disfrutar de la compañía del otro, se habían aprendido sus vidas en un par de meses, conocían sus gestos e incluso los hacían al mismo tiempo de forma inconsciente.
Después de meses, el 24 de diciembre Louis invitó a Harry a su casa a pasar la navidad y su cumpleaños con él y su esposa. Todo fue muy ameno, los tres parecían llevarse muy bien.
Pasó enero, febrero y llegó marzo. Después de mucho tiempo sin dormir, Harry había aceptado que estaba perdidamente enamorado y decidió confesarle sus más nobles sentimientos a quien ya era su mejor amigo.
El 14 de marzo a las seis de la tarde, después de tomar un café, Harry le pidió a Louis salir a caminar un poco y él aceptó.
Se dirigieron a un parque donde no había nadie y ahí a la luz de la luna Harry se llenó de valor y se lo dijo.
—Louis, yo necesito decirte algo que me está quemando por dentro. Cuando sucedió lo del buzón yo me enamoré de esa persona que ni siquiera conocía y al verte mi corazón solo reafirmó aún más estos sentimientos. Tenía que decírtelo, estoy enamorado de ti. No te pido nada, solo déjame seguirte viendo.
Louis se quedó en silencio mirando directamente a los ojos verdes del chico que acababa de declararle su amor.