— ¿Les puedo ayudar en algo? —pregunté al llegar a la mesa.
Era el grupo de chicos que acababa de entrar en la cafetería. Al escuchar mi voz se interrumpieron de su divertida charla y una de las chicas que ahí se encontraban alzó la mirada.
— ¿Disculpa?
— ¿Puedo tomar su orden? — dije yo una vez más tomando la libreta que llevaba dentro de la bolsa de mi delantal.
— ¿Estás segura que no se te va a olvidar? — exclamó en tono burlón.
— ¿Qué?
No entendía por qué ese tono al dirigirse hacia mí.
— Olvídalo. Dile a Sherly que nos tome la orden — dijo ella, y sus amigos remataron con una carcajada general.
Me di vuelta completamente ofendida y fui hasta la barra con pasó decidido; ahí tras la barra, con un trapo en mano sacando lustro a unos ya de por sí bastante limpios vasos se encontraba Sherly, quien se volvió hacia mí en cuanto estuve a su lado.
— ¿Sucede algo? — preguntó curiosa al verme.
— Aquellos chicos quieren que les tomes la orden.
— Pensé que a eso habías ido tú — exclamó ella arqueando las cejas lo bastante para que casi se escondieron bajo su elegante fleco.
Sin embargo yo no contesté, sólo me limité a encogerme de hombros y hacer como si nada de aquello me hubiera importado en lo absoluto. Pero a ella no podía engañarla, a veces pensaba que me conocía incluso más que mi propia madre.
— ¿Qué fue lo que te dijeron? — preguntó lanzando un suspiro de abatimiento que me demostró una vez más que se preocupaba por mí.
— No importa.
— No, claro que importa — repuso con tono energético mientras se cruzaba de brazos —. Sam, no puedes dejar que la gente vaya por ahí haciéndote sentir mal…
— No es algo que yo decida, Sherly…— empecé yo.
— Es que, Sam…
— Vamos, dame esos vasos… tú ve a atenderlos — dije casi en tono de súplica tendiéndole un mano para que me pasara lo que llevaba en las manos —. Por favor.
— Bien.
Sin decir nada más me puso un vaso en una mano y el trapo con el que los había estado limpiando en la otra, para después tomar su libreta e ir hasta la mesa en donde se encontraban aquellos chicos.
La observé ir hasta allá con su habitual paso decidido y su cabeza muy en alto, y a pesar de que les tomó la orden no pude evitar que se dirigía a ellos con un tono frío e indiferente, siendo que ella siempre era muy amable con todos los clientes.
— Como lo supuse — exclamó una vez que volvió a la barra —. Una pandilla de tontos adolescentes.
Reí por lo bajo cuando esta pasaba por mi lado e iba hacia la ventanilla, donde Henry tomaba las ordenes y las preparaba en un santiamén.
Aquel lugar, la cafetería de los Nichols se había convertido en mi segundo hogar en los últimos años, si no era que el primero. Ahí tenía a prácticamente toda la familia que no había conocido por parte de mi padre. Estaba Henry, que era como mi abuelo; Sherly, la tía consentida que nunca tuve; Allison, casi como mi hermana, quien también era novia de Billy; y claro, también estaba Chad.
— ¡Qué día! — exclamó Henry estirándose.
El sol se había ocultado hace horas y todos nos encontrábamos reunidos en la parte delantera del local, esperando a que Chad terminara de hacer las últimas cuentas del día para podernos ir a casa.
— Ahora imagina cómo nos sentimos nosotras, eso de andar de un lado a otro tomando órdenes si es cansado — dijo Sherly a su vez quejándose de su espalda.
— ¿Crees que estar en la cocina es trabajo fácil? — preguntó el hombre algo ofendido.
— No lo sé, dilo tú.
— Te reto a que pases todo un día en la cocina y verás.
Yo sólo observaba la escena pasando la mirada de uno a otro cada que alguien abría la boca para contraatacar al oponente. Aquellos pleitos no eran nada nuevos, ellos siempre se llevaban de aquella manera, pero yo sabía que muy en el fondo sentían un gran aprecio entre ellos.
— ¡Viejo loco!
— ¿Ah sí? ¡Pues tu eres una bruja!
Miré hacía un lado, Allison también observaba la escena casi sin parpadear, pero al mirarnos no pudimos evitar esbozar una sonrisa por lo cómica que resultaba aquella discusión.
— Bueno, ya he sacado la basura — dijo Billy entrando en el lugar.
— Gracias, cielo — exclamó mi mamá dirigiéndose hacia él con una sonrisa.
— ¿Qué pasa?
— ¡Ah! bueno… ya sabes, lo mismo de siempre — contestó mi mamá haciendo un ademán de despreocupación.
Cerca de diez minutos más tarde, todos salíamos de la cafetería, aliviados por que otro día ya había llegado a su fin.
Al salir del local miré a mí alrededor. A pesar de vivir en Nueva York todo por ahí estaba muy tranquilo, era como si en realidad nos encontráramos en una zona rural, alejada de todo problema e incomodidad.
— Que noche tan más bonita — dijo mi mamá a mi lado.
— Sí — exclamé a mi vez sin apartar la vista de las luces lejanas del centro de la ciudad.
— Cielo, Sherly me comentó sobre los chicos a los que atendiste en la tarde…
— ¡Uff! — lancé un resoplido de exasperación al escucharla.
— ¿Qué pasa?
— Mamá, todo está bien, enserio. No pasa nada — repuse yo con total convicción.
No había sabido el por qué de su comentario, y por lo tanto había decidido no abrumarme por algo así.
— Pero tienes que decirme por que…
— ¡Listo! Todos al auto — decía en ese momento Chad con resolución e interrumpiendo sin querer a mi mamá.
Aquello era una de las pocas cosas que me gustaban de Chad, que solía interrumpir constantemente sin tener esa intención, y aunque a veces lo hacía en ocasiones importantes, en aquel momento me había salvado de seguir con aquella incómoda plática con mi madre.
Después del trabajo en el pequeño restaurante de Chad, solíamos llevar a Allison hasta su casa para en seguida ir a la nuestra. Y ahí, cada quién iba hasta su habitación después de un rápido buenas noches. Casi nunca cenábamos todos juntos, en realidad no estaba segura si alguien estaba deseoso de comer algo al haber pasado todo el día con el olor de la comida recién hecha bajo nuestras narices.