Nunca te olvidaré

Capítulo 17 - Nathan Norton

—Estás más callada de lo normal.

Levanté la mirada. Mi mamá me miraba fijamente desde su habitual sitio en la mesa, al lado derecho de una gran silla que ocupaba uno de los costados angostos de la mesa rectangular para seis personas, la silla que ocupaba Chad como el jefe de familia. Su mirada reflejaba preocupación, pero ahora ya era normal que al dirigirse a mí fuera con aquel gesto.

— No tengo nada que decir — respondí sumergiendo de nuevo la vista hacia mi cena.

Durante toda la cena no había dicho nada, en mi mente permanecía flotando como un fantasma la charla que apenas unas horas atrás había tenido con Curt a cerca de mi papá. Pero a pesar de que le había dicho a mi novio que quería buscarlo, aún la duda sobre aquella decisión me atormentaba.

— ¿Estás segura? — insistió mi mamá clavando aún más su mirada sobre mí.

— Sí. Estoy segura. Y si me permiten, iré a mi habitación.

Me puse en pie sin esperar a que alguien dijera algo más. Lo que más anhelaba era llegar hasta mi habitación y quedar fuera de la vista de Billy, Chad y sobre todo de mi mamá. Empezaba a hartarme de sus preguntas sobre si me encontraba bien, o lo que según ella ocultaba, estaba cansada de responder lo mismo siempre a la misma pregunta tediosa que escuchaba cada que estaba junto a ella.

Giré la perilla de la puerta de mi habitación y entré de lleno sin siquiera encender la luz. Anduve a oscuras un buen tramo, buscando mi pijama y tratando de no tropezar con alguno de los muchos objetos que estaban regados sobre el suelo.

— Antes de que empieces a desvestirte, quiero que sepas que estoy aquí.

En mi estómago se produjo un enorme agujero al escuchar aquella voz que me hizo saltar casi medio metro del suelo. Bajé el suéter que empezaba a quitarme de encima y lo coloqué bien lo más rápido que pude para girarme hacia donde yo creía que provenía aquella voz. Y en efecto, frente a la ventana de mi habitación, claramente perfilada contra el marco, se encontraba la silueta alta y delgada de un joven de unos diecisiete años. Iluminada con las luces del exterior, como si se tratara de una aparición divina.

— ¿Curt?

— ¿Esperabas a alguien más? — inquirió el muchacho acercándose poco a poco a donde me encontraba.

— En realidad no esperaba a nadie — repuse.

— Bueno... entonces me puedo ir si así lo quieres.

En la oscuridad alcancé a notar el ademán de darse vuelta e irse, pero yo sabía perfectamente que no era exactamente lo que él quería.

— Puedes quedarte si quieres — exclamé.

Lo sabía. El muchacho se dio vuelta por completo y a pesar de la casi solida oscuridad, pude jurar ver una sonrisa en sus labios. Recorrió lentamente los escasos metros que nos separaban uno del otro y me abrazó en la penumbra de mi habitación.

— ¿Estás bien? — preguntó separándose un poco de mí para verme, pero claro, era inútil.

— Claro que sí. ¿Por qué todos se empeñan en hacerme esa pregunta? — exclamé haciéndome un poco hacia atrás y recargándome en el escritorio dónde reposaba mi ordenador ­­­—. ¿Y por qué seguimos a oscuras?

Crucé presurosamente la habitación, tropezando con algunas cosas tiradas en el suelo para encender de una buena vez la luz que tanto le hacía falta a aquella pequeña pero oscura recamara. Me volví hacia Curt con los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho y las cejas alzadas.

— No lo sé... ¿Por que estás rara? — dijo este encogiéndose de hombros.

— No es verdad. Son ustedes los que imaginan cosas que no son... ¡Estoy harta!, ¿sabes?

— Bueno. Vale, vale... no estás rara. Y sí, yo imagino cosas que no lo son.

— ¿Lo dices en serio?

Me relajé un poco al escuchar aquello y rápidamente todo gesto de defensiva desapareció de mí, dando paso a un gran agradecimiento hacia aquel chico que estaba frente a mí. Curt a pesar de todo, de mis antiguos malos tratos y mi carácter un tanto explosivo, siempre me había apoyado y creído cuando pensé estar sola. Cuando todos los demás me veían como un bicho raro -o eso parecía-.

— No quiero que volvamos a pelear por algo que no vale la pena — dijo él tomando mi mano y dándole un cariñoso apretón.

— No... Yo lo siento. Es sólo que... estoy harta de que todos me vean como un bicho raro.

— Tú no eres un bicho raro — replicó el joven indignado —. Eres mucho más bonita que cualquier bicho.

— Muy gracioso, Curtis.

El muchacho soltó una estruendosa carcajada y me abrazó con fuerza, estrechándome entre sus juveniles brazos.

— Estoy bromeando. Sabes que estoy bromeando, ¿verdad? — dijo sin poder parar de reír.

— Lo sé.

Acerqué mi rostro al suyo, sintiendo su aliento en mi cara, tan cálido, tan suave... Quería besarlo, probar aquellos labios que tanto amaba. Estaba tan cerca, a pocos milímetros de juntar mis labios con los suyos, de que mi sonrisa desapareciera por un momento en un beso.

Se escucharon unos pasos sobre los escalones de madera recubiertos por la alfombra, y a pesar de que  yo deseaba no hacerlo, me separé de Curt.

— Alguien viene — exclamé sobresaltada —. ¿Y ahora qué hacemos?

— Irme. Antes de meterte en un problema — contestó mientras andaba hasta la ventana.

— Curt...

Había abierto la ventana tan rápido que ni siquiera había logrado verlo, y cuando crucé la habitación y estuve nuevamente junto a él, este ya pasaba una pierna por el marco e intentaba salir del todo hacia la estrellada noche fría. Lo tomé del brazo antes de que saliera y él dirigió sus ojos verdes hacia mí.

— Nos veremos mañana, ¿sí?

Fue inesperado. Se aproximó a mí y rosó sus labios con los míos en un beso fugaz. Pero a pesar de lo corto de este, mi corazón latió con violencia al sentirlo tan cerca, al comprobar una vez más que él sentía lo mismo por mí. Al saber que me amaba.

Sonrió, y entonces, como un rayo caminó por el techo del primer piso, y sin pensarlo dos veces brincó hacia el vacío sin el temor de hacerse algún daño.




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