Cuando tenía 15 años me embarqué en un viaje emocional y amistoso con el chico más maravilloso del mundo, bueno dejémoslo en “encantador” y un poco molesto, del cual no tenía idea que 3 años después regresaría hecha trizas, sin volver a ser la misma y me embarcaría en una especie de circulo vicioso sin fin.
Conozco a Jeffrey Altamirano desde séptimo grado, pero al año siguiente empecé a tratarlo. Mi mejor amiga Iris Valverde y él eran amigos desde antes y gracias a ella y un para nada amistoso encuentro en la biblioteca de la escuela es que lo conocí. Su mamá me conocía desde que íbamos en octavo grado y con el tiempo llego a tenerme un gran aprecio y supongo que me veía como una buena amiga y compañía para su hijo. En mis recuerdos de la secundaria se encuentran: la salida que tuvimos a un parque de diversiones en compañía de Iris y otros amigos en común, todas las veces que lo ayudé a gastarle bromas a mi mejor amiga, nuestras clases juntos (en octavo grado sólo idioma y en último grado en el mismo grupo) hasta incluso había una foto de los dos junto con una dedicatoria escrita por él (llena de buenos deseos, haciéndome burla como siempre lo hizo sobre mí y mi novio de ese entonces) en mi anuario hecho como proyecto final para una de las clases.
No llegamos a considerarnos buenos amigos hasta el final de la secundaria; al entrar a la prepa nos convertimos en una especie de mejores amigos. No me molestaba que me hablara de sus gustos de música “raros” (a mi parecer, no me malinterpreten), y él, aunque no le quedaba de otra, escucharme hablar sobre todos mis gustos según él “infantiles”. Nos sentábamos juntos en clase de idioma, química, laboratorio y a veces en verticales. Él me ayudaba con matemáticas e idioma, y yo a veces le ayudaba con las prácticas de laboratorio, francés y algunas veces con las verticales. Yo opinaba que él era muy guapo y él pensaba que yo no necesitaba maquillaje para verme bien (siempre fue un misterio para él lo del asunto de las chicas y el maquillaje). Su mamá me caía muy bien y a él le cayeron bien mis papás cuando los conoció. A él le gustaban los gatos y a mí también. A mí me gustaba Mon Laferte y descubrí que a él también. A mí me gustaban los mangas y todo lo relacionado a la cultura oriental, y curiosamente a él también. Yo amaba escribir historias y a él también.
¿Qué más podía pedir?
Casi todos mis recuerdos de mi vida como colegiada tenían que ver con él:
Después de aquella salida, mis sentimientos hacia él cambiaron. Ya no lo veía de la misma manera en la que lo había visto hasta ese entonces. De la noche a la mañana mi amigo me empezó a parecer atractivo, cosa que antes ni había notado o había dejado pasar desapercibido. El corazón ya no tenía escapatoria, latía y con fuerza por una persona, esa persona era él. Sin pensarlo, me había terminado enamorando de mi mejor amigo.
A partir de ese entonces mi mente empezó a fabricar la ilusión más hermosa. Quería todo con él, sólo deseaba ser correspondida y vivir una hermosa historia que desde chiquita añoraba con tener y sentía que después de muchos corazones rotos, por fin el podría ser el indicado.
Sólo que al final, no fue el cuento de hadas que yo había esperado, añorado y el cual mi mente había fabricado.
Porque los chicos sólo se fijan en lo superficial.
Lastiman.
Te hacen dar a entender que no eres tú, son ellos.
A fuerza de una partida más de corazón y una humillación 100% pública, descubrí que ni los cuentos de hadas, ni todos esos disparates que te ponen en las películas, en los libros, en las canciones ni nada de eso existe.
Que los sentimientos no son del todo el fuerte ni el atributo más importante para que algún chico se fije en una chica.
A partir de ese momento, en el que fui rechazada por el que alguna vez fue mi mejor amigo, jamás volví a ser la misma, jamás volví a sonreírle al mundo ni a mirarlo con la alegría con la que medio solía verlo antes.