Hace muchos años, en lo que ahora es conocido como Nutritonia, los campos verdes y las majestuosas montañas eran el telón de fondo de un misterio que intrigaba a todos: las semillas.
En este rincón del mundo, las semillas no eran simples granos de vida. Eran tesoros sagrados, portadores de secretos ancestrales. Cada año, durante el Festival de la Cosecha, los agricultores se reunían para intercambiar semillas y compartir historias sobre sus orígenes. Pero nadie sabía de dónde venían realmente esas semillas. Algunos decían que eran regalos de los dioses, mientras que otros creían que eran mensajes cifrados del viento.
Un día, un joven llamado Mateo decidió descubrir el enigma de las semillas. Se adentró en los bosques frondosos, siguiendo el rastro de las aves migratorias. Durante semanas, exploró cuevas y ríos, buscando respuestas. Hasta que un día, encontró una anciana sentada junto a un manzano centenario.
La anciana se llamaba Abigail y tenía ojos brillantes como las estrellas. Le contó a Mateo la verdadera historia de las semillas. Resulta que las semillas eran portadoras de sueños. Cada una contenía un mensaje codificado, una lección de vida que solo podía ser descifrada por aquellos con corazones abiertos y mentes curiosas.
Abigail le entregó una semilla dorada a Mateo y le dijo: “Plántala en tu corazón y escucha con atención. Las semillas te guiarán hacia la resiliencia, el respeto y la ayuda mutua”. Mateo regresó a Nutritonia y compartió su descubrimiento con todos. Desde entonces, cada habitante plantaba una semilla en su corazón durante el Festival de la Cosecha.
Y así, Nutritonia floreció con amor, sabiduría y gratitud. Las semillas se convirtieron en símbolos de esperanza y conexión. Y Mateo aprendió que el mayor enigma no estaba en las semillas, sino en el corazón humano.
En Nutritonia, las semillas no solo crecían en la tierra, sino también en el alma de quienes las cuidaban con amor y reverencia.
Editado: 06.03.2024