Se levanta de la silla y se va tirando la puerta de un golpe.
Dejándome con mil preguntas.
De repente los recuerdos regresan.
_Cuando estuvimos en la ouna de miel Taylor tenía su torso desnudo; recuerdo ver que tenía una cicatriz, la cual le pregunté pero el me ignoró ante mi pregunta._
Mi cabeza está hecha un caos y empieza a doler siento que me voy a desmayar es demasiada información.
Ya después de haber pasado asimilo que una hora.
Mis manos duele al igual que mis pies.
La puerta se abre y aparece Víctor.
Saca de su cintura un arma, y el miedo empieza a apoderarse de mi cuerpo.
Marca un número en su teléfono.
— Voy a llamar a tu esposo y si llegas a decir una estupidez..., ¡Te mato!— dice frío
Yo asiento con la cabeza.
*Llamada telefónica:*
*Taylor:*
_¿hola?_
*Victor:*
_Hola, ¿te acuerdas de mi?, mejor amigo._
*Taylor:*
_Maldito imbécil ¿Qué quieres ?_
*Víctor:*
_¿No quieres hablar con tu esposa?_
*Taylor:*
_Hijo de puta , sueltala._
*Raven:*
_Taylor, ayudame por favor._
*Taylor:*
_Raven, mi princesa tranquila._
*Víctor* :
_Ya es hora de que pagues por todo el daño que me hiciste._
*Fin de la llamada.*
Víctor cuelga el teléfono y unas ganas inmensas de llorar se apoderaron.
Víctor me apunta con el arma, saca una navaja y me corta la soga de mis manos y pies.
Sobo mis muñecas que están rojas.
—¿Por qué no mejor descansas? —dice señalando una cama de madera que está a un costado.
Quería negarme pero estoy tan cansada.
Asiento con la cabeza, y el sale del cuarto dejándome sola.
Cierto mis ojos dejándome llevar por el gran sueño y cansancio.
.
.
.
No sé cuanto tiempo he dormido pero creo que dormí mucho.
La puerta se abre y veo a Víctor con una bandeja con comida.
Por más que tenga hambre no quiero recibir nada.
—Come. — dice poniendo la bandeja en la cama.
Tiró la bandeja al piso y lo fulminó con la mirada.
Su mandíbula se aprieta y se abalanza encima mío.
Me tomó de los brazos y los pone arriba de mi cabeza, trato de golpearlo con mis piernas pero las tiene inmovilizadas.
— ¿Cuánto tiempo llevo aquí?— pregunté al fin.
— Tres días, por eso tienes que comer. — dice
— no tengo hambre ni sed— digo.
— Mentirosa tienes los labio secos.—dice.
Se levanta de encima mío toma el reguero que hice y se va.
A los minutos llega con otra bandeja.
Lo miro unos segundos y terminó accediendo.
Se sienta enfrente mío y empiezo a comer.