Alex dio la vuelta a la furgoneta mientras Lidia se ponía el cinturón de seguridad. Hacía mucho calor. Lidia se abanicó con la mano. Alex arrancó y encendió el aire acondicionado. Se concentró en la carretera, y Lidia aprovechó para observarlo.
Alex llevaba vaqueros ajustados y una camisa que entonaba con su piel. Una semana antes, un día antes incluso, Lidia no lo habría reconocido, pero lo cierto era que era guapo. Su presencia, tan cerca, resultaba arrolladora, la ponía alerta,
despertaba sus sentidos. Era como si abriera los ojos por primera vez, y descubriera lo sexy y masculino que era Alex. Y tenía miedo de no poder olvidarlo.
Lidia desvió la vista hacia la ventanilla tratando de pensar en otra cosa, pero fue incapaz de dejar de recordar los momentos de intimidad con Alex. Quizá simplemente se tratara de que no había esperado verlo nada más ducharse y vestirse.
Al abandonar el barracón, se había sentido aliviada. Había temido el momento de volver a verlo, a pesar de saber que era inevitable.
Bien, debía ser sincera consigo misma. Lo cierto era que la idea le producía ansiedad y cierta excitación. Lidia dirigió la vista una vez más hacia él y lo observó.
Alex parecía tan nervioso como ella. Lidia comprendía cómo se sentía. Su mente, su cuerpo, eran un caos. Sabía que lo mejor era no albergar ningún sentimiento hacia él, pero no podía evitar recordar lo maravillosamente que se había sentido cuando Alex
le había hecho el amor. No podía olvidar sus besos o la forma en que la acariciaba.
Lidia retorció las manos en el regazo. Su propósito no había sido el de complicar las cosas, pero Alex tampoco había ayudado, al anunciar que iban a comprar el anillo. Lidia suspiró pesadamente y volvió la vista hacia la ventanilla.
Pasaban por un prado lleno de caballos pastando. Había mucho que hacer en el rancho. Por eso era una tontería ir a San Luis por un anillo que ni quería, ni se pondría.
—Esto es una pérdida de tiempo —comentó Lidia con convicción, desafiante.
—He dicho que vamos a comprar un anillo, y vamos a comprar un anillo.
—¿Porque tú lo dices?
—No, porque tú dijiste que íbamos a casarnos.
—Pero no hace falta que malgastes el dinero comprando un anillo —insistió Lidia—El compromiso es una farsa.
—Entonces tómatelo como si el anillo también lo fuera —respondió Alex, a quien se le estaba agotando la paciencia.
—Escucha, ¿es que no comprendes que ese anillo va a hacerlo parecer todo más real? Lo hará parecer todo más… no sé, más oficial —añadió Lidia, con la clara sensación de que Alex no la escuchaba.
Lidia comenzaba a comprender que Alex tenía su propia forma de pensar, y era tenaz. Bien, pues él tendría también que aprender que ella no estaba dispuesta a ceder.
—De eso se trata. Ya te he dicho lo que pensará la gente si no te pongo un anillo en el dedo —contestó Alex.
Entonces se hizo el silencio. Alex no estaba dispuesto a seguir discutiendo y defendiéndose. Y Lidia no estaba dispuesta a creer que tuviera que pagar por una noche de pasión, tal y como creía él. Alex comprendía sus dudas entorno al hecho de
casarse, después de haberla oído decir que no planeaba tener marido. Pues bien, él no había planeado casarse tampoco. Estaba convencido de que carecía de algo esencial, para que las cosas salieran bien. Por eso había fallado su primer
matrimonio. Pero todo eso había sido antes de la noche anterior, antes de hacerle el amor a Lidia,antes de arrebatarle su virginidad. Alex la miró de reojo y deseó por un momento que todo fuera distinto, deseó tener algo que ofrecer. Lidia se apoyaba sobre la puerta, con las piernas cruzadas y expresión de enfado. Contempló sus pechos y anheló rabiosamente tocarlos. Su cuerpo reaccionó de inmediato a la idea, de modo que volvió la vista a la carretera.
Tenía que conseguir dominar su libido. No podía pasarse la vida deseando a Lidia a cada momento, hasta que la farsa hubiera terminado. Pero distanciarse físicamente de ella le costaría un gran trabajo.
—¿Y tú? —preguntó Lidia—No hablamos más que de mí y de mi reputación, de la que parecéis más preocupados Ryder y tú que yo.
—¿A qué te refieres?
—¿Es que no hay mujeres… es decir, no hay una mujer en tu vida, que pueda sentirse desilusionada de no ser ella quien se case contigo? —preguntó al fin Lidia, muerta de curiosidad.
—No.
—¿No?, ¿en serio?
—No, no hay nadie de quien tú debas preocuparte —añadió Alex.
¿Qué significaba eso, exactamente?, se preguntó Lidia.¿Que se veía con mujeres, pero con ninguna en especial?, ¿o significaba que no estaba dispuesto a discutir su vida amorosa con ella?
—¿Y tú?
—Yo no salgo con nadie. Te lo he dicho, ahora mismo no quiero compromisos —respondió Lidia.
Alex pareció quedarse un rato asimilando aquella información, en silencio.
Estaban saliendo de Crockett por la carretera interestatal 10 en dirección a Ozona.
Alex aceleró y preguntó:
—¿Qué clase de planes?
—¿Qué? —preguntó Lidia sobresaltada.
—Dijiste que tenías planes y que no querías compromisos. ¿Qué clase de planes?
El tono de voz de Alex era brusco, como si le resultara difícil entablar conversación. Jamás había sido una persona habladora, aunque se llevara bien con todo el mundo en Bar M. Con todos, excepto con ella. En realidad, ellos dos jamás
habían mantenido una conversación. Sorprendida ante el interés repentino de Alex, preguntándose si sería genuino, Lidia se ruborizó.
—Ah, pues… he estado pensando mucho en qué quiero hacer. Me encanta trabajar con caballos, y por eso quiero tener mi propio rancho.
¿Por qué se lo había contado? Lidia no se lo había dicho ni a sus hermanos, por miedo a que se lo tomaran a broma. Desde luego, Jake y Ryder no la tomarían en serio. Nada más volver del barracón de Alex aquella mañana, Lidia se había enterado de que su hermano Deke se había vuelto a marchar al alba para tomar parte en un rodeo. En opinión de Lidia, Deke solo estaba interesado en competir.
—¿Quieres tener tu propio rancho de caballos? —preguntó Alex esforzándose por ocultar su escepticismo ante la idea, pero sin conseguirlo del todo.
Montar un rancho, del tipo que fuera, era un trabajo duro, largo y agotador.
Alex dudaba que Lidia se diera cuenta de lo difícil que le resultaría la aventura, y mucho más tener éxito. Lidia,molesta, se cruzó de brazos y contestó:
—Sí, a pesar de lo que puedas pensar de mí, se me dan bien los caballos.
Alex vaciló. En realidad se merecía la respuesta. No le había puesto las cosas fáciles a Lidia, desde que comenzó a trabajar en Bar M. Pero la culpa no era suya, sino de Jake. Jake le había pedido que le diera a Lidia las tareas más pesadas, quería que su hermana se hartara de los caballos y asistiera a la universidad. Jake no había tenido oportunidad de estudiar. Tuvo que abandonar los estudios para encargarse de sus hermanos, cuando sus padres fallecieron en un accidente de avión. En una
ocasión le había dicho a Alex que quería que al menos uno de los McCall fuera a la universidad. Ryder no había asistido, y Deke estaba más interesado por los rodeos.
Pero teniendo en cuenta lo que acababa de decir Lidia, ella no parecía más dispuesta que los otros dos a continuar con su educación.
—No pretendía decir que no lo fueras —contestó al fin Alex.
—Pues es lo que me ha parecido.
—Admito que has aprendido mucho. Y tienes instinto para los caballos, eso desde luego.
Alex no quería animar a Lidia con la idea del rancho, pero tampoco quería mentir. Había aprendido un par de cosas acerca de ella, en el trabajo día a día. Lidia era inteligente y tenía talento con los caballos. Cualquiera se habría dado cuenta ,observándola. El mismo se lo había señalado a Jake, en más de una ocasión. Lidia jamás se rendía. Fuera cual fuera la tarea que él le diera, ella siempre la hacía. A veces se enfadaba y montaba un gran escándalo, pero la hacía.