Lidia se asomó por la ventana de la oficina del rancho justo a tiempo de ver la camioneta negra detenerse. El corazón le dio un vuelco. Axel acababa de volver de San Luis. Lidia no había vuelto a verlo desde el último encuentro en el establo, el día anterior. Solo de pensar en la forma en que se había excitado se puso colorada. ¿Qué le estaba ocurriendo? No necesitaba más complicaciones en su vida. Sin embargo tenía que admitir que sus sentimientos hacia Alex iban en aumento, llegando a un
punto peligroso.
Si no ponía más cuidado, la atracción física que sentía hacia él acabaría por resultar incontrolable. ¿Cuándo conseguiría estar cerca de él, sin sentir esa necesidad imperiosa de que le hiciera el amor? Alex había demostrado tener mucha más fuerza
de voluntad que ella el día anterior. O, quizá, no se tratara de fuerza de voluntad.
Quizá Álex no la deseara realmente, y solo se estuviera divirtiendo. Ni siquiera había intentado llevar a término lo que ambos habían comenzado en el establo.
Lidia observó a Alex y Ryder salir de la camioneta. Se pararon a hablar unos instantes, y luego se separaron. Lidia sintió el corazón palpitarle aceleradamente al verlo sacar unos paquetes de la parte de atrás y desaparecer en el barracón. ¿Habría
tenido tiempo de comprar el test de embarazo? Por la forma de las bolsas, era imposible saberlo. Ella estaba impaciente, deseosa de resolver el asunto de una vez por todas. Así podrían pensar en el modo de deshacer todo aquel enredo del
compromiso.
Cuanto antes lo resolviera, antes podría distanciarse de Alex. A pesar de su brusquedad y de su obstinación, Alex comenzaba a gustarle cada vez más. Y eso la asustaba.
Lidia no quería que Alex le gustara. No quería sentirse atraída hacia él. Bajó la vista y contempló el anillo que él le había regalado. Sabía que no era más que parte de la farsa, pero en su interior no podía dejar de preguntarse qué habría sentido, si
aquel anillo significara algo de verdad.
Alex según estaba comprobando, era un hombre increíble, con miles de facetas ocultas en su personalidad. Una vez tomaba una decisión, la mantenía. Era un hombre de honor, dispuesto a protegerla. Y anteponía su bien al de él.
Incapaz de seguir esperando, ansiosa por saber si Alex había comprado o no el test, Lidia decidió ir a preguntarle. Lo vio salir del barracón y caminar hacia el establo, y salió corriendo hacia allí, pero en la puerta chocó contra su cuñada embarazada.
—¡Ooops, lo siento, Ashley! ¿Estás bien?
—Sí, pero ¿a qué vienen esas prisas? —contestó Ashley curiosa.
—Tengo que ir fuera —respondió Lidia con una evasiva.
—A propósito, ¿tienes unos minutos? Me preguntaba si Alex y tú habéis decidido ya la fecha de la boda. Hace una semana que descubrimos que estáis comprometidos, pero todavía no habéis dicho una sola palabra.
No era necesario que Ashley añadiera que era impropio de ella, guardar tanto secreto. De sobra era sabido que Lidia era una persona muy extrovertida. Lo extraño era que no dijera lo que pensaba.
—La verdad es que no, aún no lo hemos decidido.
—Pero lo habéis hablado, ¿no?
—Un poco.
—¿Tenéis al menos idea de un plazo de tiempo?
—Seis meses —soltó Lidia, incapaz de pensar con claridad en ese momento.
Era un plazo de tiempo razonable. El suficiente como para romper el compromiso sin levantar sospechas, pensó Lidia.
—¡Vaya!, eso apenas es tiempo suficiente para planear una boda como Dios manda. Sobre todo ahora, que pronto llegará el niño —añadió Ashley tocándose la barriga— ¿Quieres que vaya tomando notas?
—Ah, sí, claro —contestó Lidia distraída—Pero ahora tengo una cosa que hacer. ¿Podemos hablar de esto más tarde?
Lidia no esperó respuesta. Salió del despacho y se dirigió al establo. Casi había llegado cuando vio a Alex. Él había ensillado un semental y trabajaba con él en el cercado. El caballo estaba casi listo para devolvérselo a su dueño.
Lidia se subió a la cerca y apoyó los codos sobre ella para mantener el equilibrio. Observando a Alex, pensó en la suerte que tenía de haber podido trabajar con él durante tantos meses. Alex no le permitía ir demasiado deprisa en el entrenamiento, pero era un buen maestro. Y eso lo había aprendido durante el año en que había estado con él. Muchas veces se había quejado ante Jake de que Alex no le permitía progresar, pero observándolo con el caballo, tenía que admitir que tenía mucha destreza y paciencia. De no haberse mostrado él tan cabezota y malhumorado todo el tiempo, ambos habrían discutido menos, y ella podría haber disfrutado mucho más del entrenamiento.
Al poco rato, Alex desmontó y desensilló el caballo, colgándose la silla al hombro y caminando en dirección a la puerta. Al llegar a donde estaba ella, alzó la vista. Lidia saltó de la valla sin decir palabra, y él abrió. Luego ella, evitando su mirada, volvió a cerrar. Sin embargo notó que él la observaba, y se sintió obligada a
volver el rostro hacia él.
—Me preguntaba si habrías tenido tiempo de hacer ese recado del que estuvimos hablando —comentó Lidia ruborizándose.
Alex asintió. La había visto correr desde la oficina y sabía perfectamente qué quería. Después de la escena del establo, Lidia había estado evitándolo.
—No ha sido fácil, pero sí, lo he comprado —contestó Alex echando a caminar hacia el establo.
—Si me lo das, yo podría… hacérmela —sugirió Lidia corriendo tras él, hasta alcanzarlo.
—Está en mi habitación —la informó Alex, entrando en el establo y volviéndose hacia ella.— Iré por él.
Lidia asintió, dispuesta a terminar con el asunto de una vez por todas, y lo siguió. Alex abrió la puerta del barracón y le cedió el paso. Lidia entró, lo miró y tragó. La cama estaba revuelta, no pudo evitar imaginarse a sí misma tumbada, desnuda, abrazada a él. Alex desapareció en el baño, como si no se diera cuenta de la turbación de ella.
Lidia miró a su alrededor, tratando de pensar en otra cosa. Aparte de la cama, lo demás estaba ordenado. Solo unas pocas cosas parecían fuera de lugar. Alex había estado leyendo, observó, recogiendo una novela de misterio de encima de la mesilla.
Era una novela famosa, de un escritor conocido. No sabía que a él le gustara leer. En realidad no sabía demasiado acerca de Alex, pensó Lidia sintiendo inmediatamente curiosidad. Al oír el ruido de la puerta, Lidia se volvió. Alex salía del baño con una
bolsa marrón en la mano.
—No me ha sido nada fácil comprarlo, había mucho donde elegir —comentó Alex.
—Déjame ver.
Alex le tendió el paquete. Lidia lo abrió y sacó una cajita azul con letras negras.
—¿Cómo funciona?
—Pues no lo sé —contestó Lidia.
—Solo preguntaba. Como eres mujer, he supuesto que lo sabrías.
—Ah —dijo Lidia dejándose caer sobre la cama— ¿así que crees que todas las mujeres debemos saberlo?, ¿igual que todos los hombres deben saber de qué año y marca es cada coche que pasa?
—Bueno, más o menos —asintió Alex sentándose junto a ella en la cama, que se hundió con el peso, acercándola a él.
Lidia lo miró y esbozó una mueca, y Alex sonrió. Entonces ella notó que estaban muy cerca el uno del otro, y trató de separarse un poco, disimuladamente, mientras volvía la vista de nuevo hacia la cajita.
—Creo que no es esto —comentó Lidia leyendo—Esto no es lo que tenías que comprar.
—Pero aquí pone embarazo —dijo Alex quitándole la caja, señalando las letras con un dedo.
Lidia trató de quitársela de nuevo, pero Alex la sujetó y la apartó de su alcance, empujándola con el otro brazo.