Alex sintió que todos los músculos de su cuerpo se tensaban, mientras Lidia se estrechaba contra él. Ella temblaba irrefrenablemente, y cuanto más trataba él de calmarla, más lloraba. Entonces Russ recordó que había ido a una cita, a la ciudad.
Tenía que haber ocurrido algo allí, pero ¿qué?
Alex la examinó. Llevaba un vestido azul de manga corta. No tenía ninguna herida. No parecía haberse golpeado, y sin embargo estaba terriblemente disgustada.
Pero una cosa era segura: él se encargaría, personalmente, de buscar a la persona que le hubiera hecho daño, para darle una paliza.
Alex le hizo un masaje en la espalda y la dejó llorar, y Lynn enterró el rostro en su pecho. Le temblaban los hombros. Tras buscar un pañuelo en el bolsillo y ofrecérselo, Alex la estrechó contra sí. A pesar del llanto de Lidia, algo comenzó a poner nervioso a Alex. Estaba comenzando a preocuparse excesivamente por ella, y eso lo asustaba.
Durante los últimos días, en lugar de evitarla, Alex se había dado cuenta de que la buscaba. Hubiera debido mantener las manos quietas, pero sin embargo aprovechaba todas las oportunidades que se le presentaban para tocarla.
—Shh… —recomendó Alex acariciando sus cabellos rubios, y murmurando—Cariño, cuéntamelo. Dime lo que te ha ocurrido, para que pueda ayudarte —Lidia sollozó aún más.
— Vamos, no puedo ayudarte, si no me lo cuentas —añadió Alex
tirando de ella para llevarla lejos del establo y de la casa.
Lidia se dejó arrastrar sin oponer resistencia. Su forma dócil de comportarse era otra prueba más de que algo la había disgustado. Normalmente, cuando se trataba de él, Lidia siempre se mostraba rebelde, o montaba un escándalo.
Alex había aprendido enseguida que a Lidia le gustaba sentirse independiente.
No le gustaba que nadie le dijera lo que tenía que hacer. Esa había sido la razón de todas sus discusiones acaloradas en el pasado, y probablemente fuera la razón de muchas más, en el futuro. Alex la llevó rodeando el establo y continuó caminando
hasta un grupo de árboles a cierta distancia. Una vez allí, la hizo sentarse en la hierba y tomó asiento, apoyándose en el tronco de un árbol.
Alex tiró de Lidia para que se sentara a su lado, y ella apoyó un nombro contra su pecho y permitió que él la rodeara con un brazo. Comenzaba a respirar con más regularidad. Tras unos minutos en silencio, Lidia por fin habló:
—Lo siento, no pretendía derrumbarme delante de ti.
—Tranquila, cariño —la calmó Alex acariciando su espalda
—¿Quieres que hablemos de ello?
Lidia se sorbió la nariz, y luego se enjugó las lágrimas con el pañuelo.
—No —respondió en un susurro— Bueno, quizá.
—¿Quieres que vaya a partirle la cara a alguien? —inquirió Alex elevando la voz, para que sonara a broma.
—No, pero gracias por la oferta —rio Lidia
Alex permaneció en silencio, pensando que ella hablaría si así lo deseaba. Se oía el ruido de las vacas, mientras Ryder y Jake las metían en el prado cercado. Alex sabía que Lidia y él estaban ocultos a la vista de ambos, entre los árboles, la valla y el
ganado.
Continuó acariciando a Lidia, y ella alzó la vista, para quedarse mirándole los labios. Segundos después sus miradas se encontraron, y ella la desvió violenta a otro lado.
Lidia se apartó un poco, sentándose frente a él. Se alisó el vestido, y se quitó las sandalias. El calor de la mirada de Alex la hacía estremecerse. Aunque el amor no formara parte de su relación, Lynn sentía un fuerte deseo de que él la reconfortara.
—No me van a dar el préstamo en el banco —confesó al fin Lidia, pasando a contarle los detalles de su conversación con Linwood Finney
—Me siento como una estúpida. Ni siquiera pensé que Jake tenía que firmar también.
—Ah —respondió Alex simplemente.
Alex lo sentía mucho por ella, pero lo cierto era que había imaginado que se encontraría con ese obstáculo. Había decidido no decirle nada, pensando que ella ni siquiera lo escucharía. En el fondo, inconscientemente, había pensado que, una vez negado el crédito, y echados a perder sus planes, Lidia se vería obligada a aceptar el compromiso matrimonial. El tono de voz de Alex hizo sospechar algo a Lidia, que alzó la cabeza.
—Sabías que podía ocurrirme algo así, ¿verdad? —preguntó en tono de reproche.
—Lo pensé.
—¿Y no me dijiste nada?
—Estabas decidida —se defendió Alex—Tú y yo siempre pensamos lo contrario, así que supuse que no me creerías.
Alex tenía razón, por supuesto. Lidia no podía negarlo. Tras una pausa,continuó:
—No sé qué voy a hacer ahora. Supongo que tendré que buscar otra alternativa—añadió sorbiéndose la nariz.
— ¿Sabes lo que significa querer tanto una cosa, que jcasi puedes saborearla?
—Sí —contestó Alex sin explicarse.
—¿En serio? —insistió Lidia alzando la cabeza sorprendida y mirándolo directamente a los ojos, llena de curiosidad.
Alex torció los labios, jugueteando con la posibilidad de revelarle él también sus planes de futuro. No le parecerían gran cosa, pero para él eran importantes.
—Yo tengo tierras —afirmó Alex al fin—En realidad, están muy cerca de aquí.
Supongo que para el año que viene tendré dinero, y podré comprar mis propios caballos.
—¿Caballos? —preguntó Lidia mirándolo, extasiada. No tenía ni idea de que Alex quisiera abandonar Bar M. La sola idea le producía una extraña ansiedad.
—¿vas a montar un rancho?
—Algún día —admitió él.
—¿Era a eso a lo que te dedicabas, antes de venir aquí?
—Trabajaba en ranchos, sí —contestó Alex alzando la vista al cielo.
¿Por qué había tenido que contárselo?, se preguntó Alex. Por lo general, no le gustaba compartir sus ideas ni sueños con los demás. Pero teniendo en cuenta cuánto discutían, de pronto le resultaba fácil hablar con Lidia. Eso lo asustaba y preocupaba
al mismo tiempo.
—¿En Montana?
—Sí, casi siempre.
—¿Es allí donde creciste?
—Sí.
—¿Y tus padres, siguen vivos?
—He vivido siempre con una tía. Mi madre me abandonó con ella cuando era niño, y se marchó. Nunca más he vuelto a verla —explicó Alex sin mirarla, incapaz de soportar la idea de que Lidia sintiera lástima por él.
Lidia no apartó los ojos de Alex. Al contrario, mantuvo la vista fija sobre él y se figuró que esa sería, probablemente, la razón por la que era un hombre tan solitario.
A pesar de todo, siguió preguntando:
—¿Cómo era tu tía?
—Era una mujer difícil. No creo que quisiera ser antipática, pero desde luego tampoco estaba entusiasmada con la idea de tenerme. Vivía sola, en un pueblo pequeño, y la gente no habría visto con buenos ojos que no me criara.
Lo cual significaba, concluyó Lidia, que había mantenido a Alex porque no le había quedado más remedio. O lo hacía, o se arriesgaba a ser criticada por sus amigos y vecinos. Lidia olvidó sus propios problemas y se sintió conmovida por aquel pequeño niño de vida triste, abandonado por su madre y criado por una tía poco emotiva.
—¿Y qué pasó, cuando creciste?
—Me marché el día en que acabé el instituto —explicó Alex