1.
— ¡Acacia!
Una pequeña sonrisa se escapa de mis labios, mientras espío escondida dentro de un armario de madera gigante. Afuera se escuchaban los fuertes gritos de todas las damas del monasterio que corrían de un lugar a otro chillando por ayuda, me tape la boca intentando contener la risa que amenazaba con salir de mis labios.
Estaba segura que justo en ese momento miles de grillos gigantes habían invadido por completo la cocina y perseguían a las pobres mujeres, entre ellas mi pobre madre. Volví a reír un poco por lo bajo, recordando como me había costado hacer que ese montón de bichos aparecieran justo en la cocina pero luego de tres intentos al cuatro chasquido de mis dedos millones de esos empezaron a salir de todos lados.
Y al primer grito de una de las encargadas de la cocina la hermosa sensación de satisfacción que se extendió por mi cuerpo fue única.
¡Ay como amaba hacer maldades!
Solté otra risa causando que mi cuerpo chocara contra alguna caja que había en mi reducido escondite. Ahogue una maldición cuando todo su contenido se regó sobre mi cuerpo, los gritos afuera se silenciaron y pronto una sombra se paro enfrente del armario.
— Mierda.
Comencé a susurrar en un idioma ya casi olvidado un encantamiento que me haría desaparecer justo en ese momento antes de que mi madre, quien era la dueña de la sombra, abriera la puerta y me descubriera.
Pronto mi cuerpo explotó en millones de partículas que se fundieron con la luz y en un abrir y cerrar de ojos me encontraba en el enorme prado a unos cuantos metros del monasterio.
Solté una risita antes de echar a correr con todas mis fuerza hacia el bosque rumbo a la gran montaña. Corrí tan rápido como mis piernas me lo permitieron y riendo a carcajadas comencé a subir el primer árbol que me pareció mas grande. Acomode mi trasero sobre una de las ramas mas altas y cerré los ojos dispuesta a dormir un rato, después de todo hacer esa clase de hechizos era agotador pero ver como las otras damas gritaban de miedo lo compensaba.
...
Tuve la sensación de que alto se acercaba a lo lejos, abrí los ojos de forma perezosa y solté un bostezo. Una vez despierta por completo mire entre la oscuridad buscando que era lo que producía tan extraña aura en el bosque, hasta que escuche los aullidos. Aullidos eran igual a lobos y los lobos eran iguales a muchos problemas.
Intente bajar del pino de un salto, pero unos gruñidos me lo impidieron. Bien, no eran lobos normales. Mire hacia abajo como un enorme lobo negro arañaba el tronco de mi árbol, a su alrededor varios más olisqueaban la tierra y varios arbustos más pequeños. Los licántropos eran conocidos por ser brutos y sanguinarios, pero sobre todo machistas. Espere sentada a que dejaran de revisar el lugar y cuando casi una hora después el lobo de pelaje negro se aparto de mi árbol pude bajar de un salto y correr de vuelta al monasterio. Gracias al cielo porque ya era hora de la cena y moría de hambre.
Entre por una de las ventanas traseras, varias de las damas más jóvenes se paseaban por el pasillo llevando enormes canastas y otras cosas. Las mire fijamente cruzando los dedos para que ninguna de ellas estuviera entre mis victimas de esa mañana, yo misma conocía a todas las habitantes de ese templo y nada se me escapaba. Bien. Ninguna había estado en mi espectáculo de horas antes, seguramente habían ido al pueblo.
Salí de mi escondite y pase con tranquilidad por su lado haciéndome la tonta para evitar llamar la atención. Entre a la cocina por un vaso de agua, saque un vaso de la alacena y fui hasta el fregadero para llenarlo de agua cuando un peculiar olor me lleno las fosas nasales, casi por instinto busque por todo el cuarto hasta dar con la fuente del tal olor, los ojos se me iluminaron. Deje el vaso y camine hasta la mesa con la boca llena de babas.
...
Bufé mirando furiosa a mi madre y al resto de sus cómplices, el pedazo de pastel se resbalo de mi mano y mi boca llena de lustre se había trasformado en una mueca. ¿Como habían logrado atraparme? Fácil, habían puesto estratégicamente un pedazo de pastel de fresa en una de las pequeñas mesas de la cocina y habían esperado escondidas detrás de la puerta a que su víctima llegara, ósea yo.
— Te atrapamos cielo. — habló mamá con una sonrisa triunfante.
— ¿Estas segura de eso? — respondí con maldad, intente que mis manos se liberaran de las cuerdas que me tenían atrapadas, pero fue en vano pues apenas el rastro de magia verde se esparció por mis brazos explotó en miles de partículas.
— ¡Basta Sia! Es hora de que a sumas tus responsabilidades, tienes dieciocho años haciendo lo que te viene en gana es hora de que obedezcas a tu madre en una cosa. — hablo la dama más anciana de todas y por ende nuestra autoridad, aunque yo no la con consideraba como tal.
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Editado: 20.10.2020