Cuando regresé a casa las cámaras de seguridad ya estaban instaladas y funcionando, mis papas habían sido sorprendentemente rápidos. Podía ver las grabaciones de las cámaras en todos los dispositivos e incluso en el televisor, así que las enlace a mi computadora para poder ver todos los videos en tiempo real. Sólo había una cámara que me interesaba más y esa era la que apuntaba hacia la puerta principal.
Mis padres estaban haciendo la cena y me habían dicho que me relajara, pero después de veinte minutos yo seguía sentada en la misma posición viendo mi computadora. Tenía ganas de ir a la cafetería y comprar un pastel pero ya había anochecido y tenía miedo de que algo me pasara por salir de casa. Apoyé mi codo sobre la mesa mientras veía fijamente los videos, los autos iban y venían sobre la carretera y eso era lo único que pasaba. Nada más.
‒Debo estar enloqueciendo ‒susurré en voz baja y cerré mi computadora de golpe.
Había vivido en ese barrio toda mi vida y conocía perfectamente a todos mis vecinos, nunca me habían asaltado y nunca tuve miedo de salir de noche. ¿Qué es lo que me estaba pasando? Agarré una chaqueta para el frio y estuve a punto de abrir la puerta, pero las dudas me invadieron una vez más. ¿Y si alguien había llegado en ese preciso segundo? Decidí asomarme por la ventana para terminar de matar todas mis dudas y volví a comprobar que no hubiera nadie sospechoso a la vista. Era obvio que iba a llover.
Me apresuré a salir de casa y fui caminando a la cafetería. Hacía más frio de lo que pensaba allí afuera, pero se sentía bien caminar un rato aunque sólo fuera a la esquina. Entré al local y lo primero que vi fue a Ezra sentado en una de las mesas leyendo un libro. Él me saludó con su mano y yo le devolví el saludo antes de dirigirme a Ana.
‒Vaya, hasta que por fin saliste de tu cueva ‒comentó ella con una sonrisa.
‒Sí, lo sé. Es que... tenía muchas tareas ‒mentí.
‒Entiendo ¿Qué se te ofrecía?
Observé la vitrina y vi el motivo de mi antojo.
‒Quiero un pastel de chocolate.
‒Espérame un momento.
Ana desapareció detrás de una puerta y Ezra no tardó en pararse junto a mí.
‒Hola Kim, ¿Cómo has estado? ‒preguntó con su sonrisa encantadora.
“Muy mal”
‒Más o menos ‒dije viendo mis uñas pintadas de negro.
El esmalte se me había dañado un poco y era hora de pintármelas de nuevo.
Por un milisegundo vi que Ezra tenía una mirada rara en su rostro, pero desapareció tan rápido como había llegado y volvió a ser reemplazado con una sonrisa.
‒¿Y qué pasó con la muñeca?
‒Ah, sí. Esa muñeca diabólica, no quería ni verla pero la guardé porque siento que tengo que demostrar las cosas que me están pasando. De lo contrario nadie me creería.
‒¿Demostrar? Eso no suena muy bien ‒reflexionó Ezra en voz baja.
Estuve a punto de responder cuando mi teléfono empezó a sonar, pensé que podrían ser mis padres verificando que todo estuviera bien, sin embargo al sacar el celular de mi bolsillo comprobé que era un número desconocido molestándome de nuevo. Me quedé pensativa un momento y Ana regresó con mi pedido envuelto.
‒¿Algo más Kim?
‒¿De casualidad tienen números móviles?
‒Por supuesto ‒respondió ella con cierto nerviosismo sin poder ignorar la presencia de Ezra.
Mi teléfono volvió a sonar escandalosamente así que tuve que apagarlo. Ana me entregó un número nuevo y empecé a alejarme distraídamente con mi pastel de chocolate en mano, ni siquiera me acordé de despedirme de Ezra. Mientras caminaba a pasos lentos escuché el silbido de un pajarito detrás de mí, volteé a ver sorprendida y me puse a reír al descubrir que Ezra había provocado el silbido. Estaba justo afuera del local y me estaba sonriendo.
‒¡Vaya, tenías ese talento muy oculto! ‒exclamé sonriendo.
Él corrió un poco y no tardó en unirse a mí.
‒¿Pretendes dejarme a merced de las tinieblas de la noche? ¿No temes por mi seguridad? ‒preguntó teatralmente llevándose la mano al pecho. Sus ojitos azules intentaban hacerme sentir culpable y debía admitir que le lucía mucho hacerse la víctima.
‒¿Y qué tiene de malo que esté oscuro? No seas miedoso ‒me burlé ignorando mis propios temores.
Ezra se puso a reír y me ofreció su brazo protector. Envolví mi mano alrededor de su brazo y ambos empezamos a caminar a paso lento.
‒Tienes razón, pero tu papá me pidió que te cuidara y tengo que cumplir con mi misión ‒Ezra acarició mi mano pero ni siquiera me di cuenta de lo sorprendida que estaba al oír eso.
‒¿Qué? ‒exclamé boquiabierta.
Él se puso a reír a carcajadas de mi reacción.
‒¿No lo sabias?
Me quedé callada mientras intentaba procesar aquello y él tuvo que subir mi barbilla para que cerrara la boca.
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Editado: 19.07.2021