Obsesión

Primera parte

I

 

--¿Y cómo la encontraste? —dijo Fabio.

--Pasaba por aquí.

La respuesta de Juan Carlos sería confusa al no saber su amigo el hecho ocurrido en la mañana. La velocidad de su bicicleta golpeó el espejo izquierdo de un vehículo y para huir dejó de lado la ruta habitual de casa al colegio. Se perdió por las arterias secundarias de la ciudad y desembocó en la avenida N…pedaleó lentamente y a lo lejos divisó un enorme letrero que decía: Colegio P…Bienvenidos. Se detuvo y anotó en su cuaderno la placa de un vehículo.

--Fue casualidad—dijo Juan Carlos. Me llamó mucho la atención ese letrero y también los vehículos.

--¿Cuáles vehículos? —preguntó Fabio.

--Espera y verás.

Los adolescentes, sobre sus bicicletas inmóviles, esperaban inquietos. En pocos minutos, un automóvil negro y elegante se estacionó frente al colegio P…y en segundos llegaron más, aunque no de la misma marca ni color, muy elegantes y lujosos. La avenida había formado en poco tiempo, un tráfico vehicular colosal.

--Impresionante, Juan Carlos. Nunca había presenciado algo así.

--Será porque pertenecemos a otro mundo.

El colegio P…era el más prestigioso del país. Ninguno de sus estudiantes se encontraba solo a la hora de entrada y salida, había choferes por doquier, todos vestían trajes refinados y selectos. Las palabras “señor” y “señorita” antes de los nombres de los chicos, seguidas por la frase, “al auto por favor” salían de la boca de los conductores, mientras abrían lentamente la puerta trasera de cada uno de sus autos con el mayor respeto posible que demandaba la familia a la cual servían. Y por supuesto el saludo, “buenas tardes”, “buenos días”, o la despedida, “hasta luego”, “un buen día”, “hasta mañana”, como si a sus propios Señores se dirigieran. Varios de ellos pensaban al pronunciarse ante estos muchachos, “ni siquiera a mis hijos, malditos millonarios.”

Cuando Juan Carlos observó a lo lejos la placa del auto al que esperaban, tocó el hombro de Fabio y dijo, mientras estiraba su brazo derecho y su índice: allí está, el Mercedes de color negro, estoy seguro, es la misma placa escrita en mi cuaderno. Era un bello Mercedes Benz último modelo, brillaba como el pelaje de un corcel frisón, sus llantas parecían luceros envueltos en la noche, un tanto alargado, sus vidrios negros bloqueaban el paso de la vista y su estrella de tres líneas encerrada en un círculo sobre el capó, declaraba su clase.    

Al llegar la hora de salida, Fabio y Juan Carlos se acercaron al Mercedes y no lo despegaban de sus ojos. El chofer salió y se condujo a la puerta del colegio. En poco tiempo regresó de la mano de una chica cruzada por su brazo izquierdo.

--¡Es ella! —gritó Juan Carlos. ¡Es ella!  

--Oh dios mío, sí, debe ser ella, nunca había visto alguien así. Nunca.                              

 

 

El nuevo chofer de la hija de los Albani fue contratado el viernes por la tarde. El proceso fue inspeccionado por el mayordomo ya que él estaba a cargo de cada uno de los sirvientes. Era un tipo muy alto, de sesenta años de edad y treinta de servicio, honesto y confiable, elegante siempre, con dominio del inglés, y una indudable experiencia como líder de la casa. Su nombre era Benjamín. En la entrevista obtuvo la información:

Veamos, Conductor profesional por el Instituto Nacional de Conducción, licencia para conducir cualquier tipo de vehículo, la más alta calificación en su grado. Ah, interesante, amplia experiencia laboral, ha servido al Estado, a Instituciones privadas y hospitales, de este modo completaría dieciséis años de experiencia. Muy bien, no tengo nada más que decir. Señor abogado, muéstrele el contrato al señor Miguel Serra, el nuevo chofer de la señorita Sofía.   

Miguel Serra tenía la capacidad suficiente como para conducir un vehículo de familia respetable. Benjamín advirtió el trato que debía brindar a la señorita. Saludos cordiales, abrir y cerrar la puerta, decir la frase, “señorita, al auto por favor”, en suma, tratarla como a los Señores y, más que nada, protegerla.

El lunes Miguel apareció en su motocicleta frente al portón automático. Al ingresar esperó con ansias su vehículo de trabajo, pero aún era muy temprano como para recibir sus llaves. Tuvo que esperar quince minutos para que Benjamín saliera de la casa.




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