¿Qué tenga cuidado? ¿Cuidado con qué o de qué? Fruncí el ceño sumida en la absoluta confusión. Axel se liberó de mi agarre y solo continuó caminando con el semblante distante. ¡Diablos! Ver a mi hermano el fresco y estúpido comportándose con esa actitud de soy frío como el hielo me dejaba algo preocupada.
¿Es que acaso había llegado el momento de intercambiar de actitud? Jensen sonreía más y Axel se ponía amargado. ¿No podía tenerlos a los dos contentos? Apreté mis labios entre sí y solo contuve un suspiro a medida que recorría el campus con Axel.
Descubrí que dentro del campus existían muchos edificios igual de imponentes. Enormes, casi que castillos con grandes piedras que lo hacían lucir como un maravilloso paisaje medieval. Topamos a algunos estudiantes –supuse que lo eran porque recorrían el campus en grupos–.
Por un momento me sentí un poco fuera de lugar. Recordé que sería la chica nueva en el último año. Que no tenía a mis amigos a mi lado. Me resultaba menos agobiante saber que al menos contaba con el idiota de Axel. Al cabo de unos minutos de recorrido nos reencontramos con Jens.
–¡Este lugar tiene unos equipos asombrosos! Aunque no conocí todos los detalles porque mi supervisor se encuentra en su semana de vacaciones.
–Fabuloso, Jens. ¿Ya sabes qué número de habitación tienes?
Jens asintió a mi pregunta. – Si mal no recuerdo estaré en el pabellón número veinte, creo que es de tu mismo edificio, Elle.
Sí, el pabellón donde me encontré al griego encuerado. Dispersé mi mente cuando el recuerdo de sus abdominales nubló nuevamente mis pensamientos. Vamos, mujer, controla esas hormonas. ¡Contrólalas! Una vez que logré encerrar a la versión pervertida de mi misma, Jens y Axel se despidieron de mí. Teníamos que ir a las habitaciones.
Algo que me parecía fascinante de todo esto era que al término de cada habitación, justo al final del pasillo que yo misma veía interminable, se ubicaba una pequeña área equipada con toda clase de implementos de cocina. Era como el set de una cocina para televisión. ¡Todo era completamente impecable! Equipamientos de cocina, mesas de trabajo, implementos. Todo era reluciente.
¿Cómo lo sé? Bueno, como aún no me apetecía ir a mi habitación decidí continuar hasta el final del pasillo para ver qué más podía encontrar. Era una persona en exceso curiosa y mi hambre de conocimiento no estaba saciada. ¡Más aún cuando este campus era enorme! Tenía mucho terreno que abarcar los próximos días.
Permanecí admirando con más detalle la cocina de mi piso, con la yema de mis dedos delinee la superficie lisa de acero de una de las mesas de trabajo, se ubicaba justo en el centro de la habitación. De forma inesperada las puertas corredizas se abrieron y yo retiré inmediatamente mis manos de la mesa, sintiéndome inexplicablemente sin derechos de encontrarme allí.
Una chica muy bonita de cabello castaño se detuvo justo apenas ingresó. Sostenía un molde de cupcakes con la mano derecha y un conjunto de empaques que estrechaba contra su cuerpo con su brazo izquierdo.
–¿Uh? No sabía que alguien más usara la cocina a esta hora.
La suavidad de sus palabras fue tan dulce que me provocó una inevitable sonrisa. – No estaba haciendo nada. Solo conozco el lugar. Acabo de llegar.
– ¿De verdad? ¡Bienvenida a Blue Hill, pequeña!
Pequeña. Eso me hizo contener una pequeña risa, apenas lo disimulé con un leve bufido divertido. – No. No. Yo en realidad voy a último año de secundaria.
Las perfiladas cejas de la castaña de elevaron mostrándola sorprendida. – Huh. No sabía que podían venir estudiantes en medio de ciclos escolares establecidos.
Me encogí de hombros como si fuera una excusa. No tenía ninguna en realidad. Es el mismo pensamiento que tuve cuando recibí la carta de admisión.
La bonita castaña avanzó por la cocina a paso ligero y colocó cuidadosamente los empaques sobre la mesa de trabajo. Eran elementos básicos de repostería: Harina, azúcar, polvo de hornear. Posteriormente depositó el molde de cupcakes a su derecha sobre la mesa y me miró con curiosidad.
Su mirada era… Intensa. Era como si intentara analizar o descubrir algo en lo más profundo de mi alma. Como si intentara ver algo de mí que no podía a simple vista y necesitara encontrarlo en el espacio más recóndito y privado de mí ser.
Conectamos la mirada por unos segundos bastante largos, segundos en los que la cocina se sumió en un absoluto silencio muy incómodo. Ella afiló la mirada, letal y por una milésima de segundos, pude ver un destello de color jade rodear el iris de sus ojos.
Mis labios se entreabrieron. – ¿Qué?... ¿Qué fue eso?
–¿Qué fue qué? – Ella se reestableció. Retornó su atención a los ingredientes y sentí que me estaba tomando el pelo.
–No, es que… Me pareció ver un halo de color, como si tus ojos se vieran envueltos en una especie de tonalidad verde que… – La expresión de ella se comenzaba a tornar algo incomoda. Como si estuviera delante de una loca que acababa de salir del manicomio o algo parecido. – Olvídalo. Creo que estoy algo cansada.
–De seguro, cielo. Deberías descansar. Ve a darte un baño y regresa en una hora para comer un cupcake. ¡Amelie te invita uno!
–Tienes un bonito nombre.
–¿Verdad que sí? También lo pienso. ¿Cómo te llamas tú, bonita?
–Ellery. Ellery Sheperd.
–No me suena tu apellido. No eres de por aquí. ¿Cierto?
–Correcto. Vengo de Londres. Hace poco nos llegó una carta de admisión y vine junto a mis hermanos. – De forma inevitable me fijé en cómo Amelie intentaba aparentar perfección y destreza en sus habilidades reposteras. No me consideraba una persona experta pero cuando era pequeña mamá me enseñó suficiente repostería como para haberla memorizado a la perfección.
–Uhm, creo que deberías cascar los huevos cuando vayas a utilizarlos, podrías resecar el ingrediente líquido y restarás humedad a la masa final.
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Editado: 14.05.2020