Grandes paredes de madera perfectamente pulidas me acogían en un inesperado encierro, reflejando levemente una figura borrosa de mí misma. Cada cinco metros de distancia la luz de una lámpara en la pared me permitía ver el sendero que llevaba recorriendo ya hacía varios minutos.
Me exasperaba que aún dentro de este predicamento –probablemente ilegal– yo continuara admirando como estúpida los detalles que tenía este lugar. – Al menos tienen buen gusto.
¿Entonces qué? ¿Estoy secuestrada? Probablemente se habían cansado de atosigarme con las miradas y habían decidido finalmente asesinarme. Dios, la idea me parecía tan irreal y ridícula.
Inspiré una gran bocanada de aire y me encaminé hacia el lado derecho al final del pasillo y me encontré con otra bifurcación. Esto no tenía sentido. Las reglas de los laberintos siempre dicen que la derecha es el camino más ideal para encontrar la salida.
Me empezaba a sentir timada y engañada.
Me detuve delante de otra bifurcación, no porque me encontrara dudosa sobre el camino, sino porque delante de mí, se encontraba una puerta. La única puerta después de haber recorrido pasillos sin fin.
La puerta delante de mí lucía un grabado particular en el centro, una lengua que nunca antes había visto en mi vida. Me acerqué hacia ella y delinee las letras una a una, acariciando la perfección de la tallada con la yema de mis dígitos.
Afilé la mirada, entrecerrando apenas lo suficiente mis ojos, pero de verdad no tenía la menor idea de qué significaba.
«ᚨᛚᛗᚨ»
Mi mano descendió por la superficie fina de la madera y, tras empuñar el pomo dorado de la puerta, tragué algo pesado porque no tenía la menor idea de qué podía encontrarme del otro lado.
Hazlo de una vez.
Empujé la puerta y me adentré al interior traspasando el umbral de la única salida que tenía por delante. La oscuridad en la que se sumía el interior de la habitación me dio la bienvenida con una fresca brisa gélida que azotó suavemente mis mejillas, fue como una caricia de advertencia, de alerta. Y mi pecho se contrajo con un mal presentimiento.
La oscuridad que avistaba en su interior era absoluta. Ni siquiera podía vislumbrar a mi alrededor con la iluminación que se colaba de mi espalda, proveniente de las lamparillas del pasillo. Me adentré en su interior con pasos cuidadosos, lentos y muy discretos. Aunque era difícil ser discreta cuando andas con un par de zapatos de tacón y un traje de gala inglesa.
Continué el camino, avanzando con calma hasta que el sonido de mis tacones creó un eco bastante particular. Retrocedí un poco y no lo escuché. Me incliné, colocándome de cuclillas para palpar la superficie del suelo. La alfombra llegaba a su fin y esta vez era suelo desprolijo de roca firme la que guiaba mi sendero a ciegas.
–Este lugar es completamente extraño.
Continué el camino a ciegas, perdiéndome en los confines de aquella amplia habitación. Voltee sobre mi hombro solo para asegurarme de aún divisar la luz del pasillo por donde vine. Y no la vi.
O me alejé demasiado o la puerta se había cerrado. Cual haya sido la razón, me encontraba dentro de aquella habitación a oscuras y sin rumbo fijo. Paso a paso, uno tras otro, continué avanzando hasta que un leve sonido me hizo agudizar mis sentidos lo más que podía.
Era ligero, sutil. Un crepitar de esos que solo escuchas al postrarte frente a la chimenea. Seguí el sonido con todas las habilidades de rastreo que pude adquirir en ese instante y apuré el paso pidiéndole a Diosito que no me hiciera caer porque caminar con los tacones era más odioso que soportar las bromas de mi hermano el tonto.
Una luz muy leve, casi como un tintineo se abría paso al final del camino, me di cuenta de que era un marco, un umbral que me dejaba pasar a un camino que se dividía en dos. Por cualquiera de los dos caminos la luz se veía perfectamente clara y nítida.
Crucé el umbral de roca maciza y me adentré en un enorme escenario empedrado. Lucía como un domo, pero la cubierta de piedra no se veía, lo único que vislumbraba era como enormes rocas se abrazaban entre sí para crear una muralla enorme de piedra a mí alrededor.
¿Lo más asombroso? La luz que me había guiado a ese lugar.
En el centro de aquel enorme escenario, una roca perfectamente circular sobresalía sobre las demás. Allí, sobre ella se alzaba un conjunto llameante de colores. Era como ver una fogata, una enorme fogata crepitante inundada de miles de colores. No era el predominante naranja que se ve en el fuego normal. Era un fuego de muchos colores. Lucía hermoso y fascinante.
Me quedé absorta por algunos minutos, tan solo escuchando el crepitar y sintiendo como mi interior se llenaba de calidez. Comenzaba a creer que me había drogado con alguna clase de dulce alucinógeno en la fiesta y empezaba a delirar hongos.
–¿Ellery?
Mi pecho se contrajo apenas escuché mi nombre. No por miedo, sino porque reconocí esa voz.
–¿Ellery cariño, eres tú?
–¿Ma-mamá?
–Ven cariño. Te he estado esperando.
Mis ojos recorrieron de extremo a extremo en una panorámica implacable, intentando buscar el origen de aquella voz, a su dueña.
No había nadie.
La enorme llamarada de luces me permitía vislumbrar mí alrededor con perfección, no había nadie. Ni un alma más. Solo roca maciza y yo. Esto era una estupidez.
–¿Ellery? Ven
Mis ojos se detuvieron en la enorme llamarada de colores y me quedé idiota. En el interior de la llamarada una figura danzante se irguió. Femenina y delicada me invitaba hacia ella.
What the hell.
Era uno de esos momentos en donde la lógica te decía: Es hora de regresar y esperar a que los alucinógenos pasen. Sin embargo, mi interior se removió por esa voz. Necesitaba demasiado a esa mujer como para no aceptar su invitación. He tenido días malos antes, diablos, incluso he tenido decepciones mucho más grandes en el pasado; pero lo que había tenido que tolerar desde que llegué a este campus era demasiado como para no querer unirme a ella, a mamá. A la única mujer que con su voz me podía hacer sentir más serena. Como si ella drenara todo lo malo en mí para solo traspasar buenos sentimientos.
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Editado: 14.05.2020