La noche es fría en el desierto de Chihuahua. Las estrellas se miran con gran claridad. El viento sopla trayendo con él una fina capa de arena.
En las frías arenas del desierto de Ciudad Juárez, se encuentra el cuerpo de una mujer. De ella sobresalen sus zapatos rojos, que a la luz se le miran increíbles.
Su falda negra, algo coqueta, se ve desarreglada. La ligera brisa juega con su cabello negro sedoso. El viento triste acaricia su rostro y sin querer deposita finos granos de arena en su abundante cabellera.
Sin lograr mover su cuerpo, mira el firmamento y suspira con nostalgia. Su pensar ahora es más claro que hace unas horas atrás. Aquel sentimiento de miedo que hace unos instantes tuvo, por fin ha desaparecido y tan sólo contempla el firmamento.
Sin poder moverse, lo único que hace es rezar a ese ser, el cual desde ese punto privilegiado tan sólo la contempla sin ayudarla a levantarse y seguir. Sin poder remediar el cruel destino que tiene el universo para ella, recuerda cada cosa que quería ser. A la edad de 15 años, la vida se mira larga y tan complicada como una ecuación matemática.
De ella sale una sonrisa al recordar esos sueños, donde se visualizaba siendo enfermera o maestra, y así ayudar a esos niños que tanto necesitan una esperanza para seguir en la terrible lucha de sobrevivir en un país, que desde hace siglos sigue siendo abonado con sangre.
Una lágrima resbala, mientras siente cada vez más frío en su endeble cuerpo, pero a pesar de lo que percibe aún tiene las fuerzas para preguntarse lo que pudo ser, el imaginar ese futuro el cual ahora para ella parece más distante que nunca.
Del pensar de ella sale un recuerdo el cual la deprime aún más, pero sin remedio, recuerda a su familia, en especial a quien le dio la vida. En su mente sólo se repite la escena donde le gritó a su madre por no dejarla salir con sus amigas, pero a pesar de ese trago amargo, las palabras que de niña le dijo una madre amorosa: «Te amo más que mi vida», resuenan con fuerza en su pensamiento.
En ese álgido momento se pregunta: «¿Por qué olvidé eso? ¿Acaso fui una mala hija?» Pero el pensar de ella es caótico y poco puede razonar con claridad. Sin llegar a una respuesta concreta, ella sabe que a su madre siempre amó con todo el corazón.
Los recuerdos no cesan en llegar a su mente, su primera palabra, su primer diente que perdió, la primera persona que reconoció y a quien le gritó: «¡mamá!», con felicidad. Aquel sector de su cerebro, donde se almacenan todos esos recuerdos viejos, se abre por última vez para que así ella pueda decir con orgullo a donde quiera que tenga que ir, conocí el amor.
Al ir recordando cada episodio de su vida enfurece y empieza a maldecir a ese ser que le dijeron que la cuidaría cada domingo. Con urgencia pide que le ayude a salir adelante; pero la respuesta de Él es tan sólo el ligero soplido del viento, quien, triste por la escena que mira, sólo se limita a acariciar con delicadeza la piel de ella.
Las manecillas del reloj que le fue arrancado de su mano y se encuentra no muy lejos del cuerpo de ella, marcan las 12 de la noche.
Una estrella fugaz ve pasar y con todas las fuerzas que le quedan, cierra los ojos para pedir el salvarse, pero al abrir de nuevo los ojos, lo que ahora nota es que la visión se ha ido y no le permite contemplar el cielo oscuro, el cual es pintado con miles de luces que fulguran.
Sin poder detener ya más el destino, se pregunta con todas sus fuerzas: «¿Por qué yo?», pero con una sonrisa tenue dibujada en su rostro se responde amargamente: «¡Claro!, vivo en un país que no le importo.»
Cansada por mantenerse viva trata de desviar su atención con otra pregunta y así tal vez descansar de una vez: «¿El perder mi vida será un sacrificio para que nadie más vuelva a sentir lo que ahora vivo?» Pero el viento sin querer mentir responde entre un susurro que se cuela a sus tímpanos: «No, más morirán.» Ella entristece y se habla a sí misma: «Una de las muertas de Ciudad Juárez seré. Una más a la estadística.»
El corazón de ella empieza a palpitar más lento y sabiendo que alternativa no tiene, piensa: «marzo 21 de 1997, perderé mi vida».
Sin poder respirar con facilidad, exhala su último respiro antes que su corazón se detenga y con él, emergen sus últimas palabras: «Tierra milenaria que ha sido manchada por salvajes seres sin humanidad.»
Lentamente pierde la batalla con la muerte dejando detrás de ella, dolor a quienes la amaron.
El reloj se detiene a las 12:12.
El viento ser indomable al mirar el trágico desenlace empieza a rugir con fuerza y entre los sonidos que trae se puede escuchar el llanto, y en el frío de su abrazo la soledad.
El dolor por la pérdida de otra mujer inocente hace que el único acompañante de la chica solloce por el final de otra mujer de Juárez, que al final fue consumida por la deshumanización de la cual empieza a ser objeto el humano.
La arena que es llevada por la fuerza del imparable viento lentamente empieza a cubrir el reloj de la chica, desapareciendo en las arenas del tiempo, donde celosamente guardará las esperanzas de todas las almas de mujeres que yacen en ellas.