La gente grita con júbilo en paseo de la Reforma. La pasión y la felicidad se puede notar en el ambiente festivo que se percibe. La música está a todo volumen y el alcohol se puede oler en el ponche tradicional que los vendedores ambulantes ofrecen a los asistentes.
El olor a buñuelos recién hechos se percibe en el ambiente, lo cual provoca que se abra el apetito. Entre más se camina entre la muchedumbre, los aromas de la comida mexicana se exacerban más, haciendo que los presentes compren un pambazo o una tostada de tinga.
Niños reciben aguinaldos gratis y otros tantos corren para tratar de romper las piñatas que personas han llevado para la celebración. Las emociones están a flor de piel y desconocidos se abrazan para cantar al unísono con los grupos que amenizan la fiesta de noche vieja.
En lo alto de la columna, el ángel de la independencia inamovible desde la época de la revolución ve el pasar de los años y como generación tras generación recibe el nuevo año a sus pies.
El viento sopla y hace sentir más intenso el frío polar, el cual cala los huesos, pero eso no es motivo suficiente para que la gente deje de celebrar en las calles un nuevo año; una nueva esperanza de verse triunfadores.
Entre el tumulto una mujer con maleta en mano camina deprisa con la mirada triste, su semblante rompe la felicidad que se puede ver en las demás personas que gritan a todo pulmón: ¡feliz año!
Con un largo abrigo negro se cubre la joven mujer del intenso frío del agonizante año. La nariz se le nota roja, aunque tiene una hermosa piel canela tersa, el frío ha hecho que su cara palidezca. Choca con las personas las cuales inundan la avenida más hermosa del Distrito Federal. Sin detenerse para pedir perdón, la mujer sigue con paso veloz para dejar a las personas que la quieren hacer parte de la fiesta.
La mujer sin interactuar con los demás continúa con su andar para salir de la avenida principal e ingresar a las calles aledañas, donde parejas se besan apasionadamente. La mujer reduce su andar para ver el afecto que un par de novios se ofrece al cobijo de la oscuridad. La extraña mujer mira de reojo la escena que los dos enamorados le presentan, pero al pasar algunos segundos reacciona y de inmediato lleva la mirada al frente para seguir caminando.
Al llegar a un edificio de 20 pisos, que queda sobre la calle río Ebro, se detiene en la entrada y empieza a subir la escalinata. El portero del edificio al verla, le abre la puerta de vidrio con caballerosidad. La mujer no le dice nada al hombre, pero sin importar la poca educación de la mujer el portero le habla: «Buenas noches, señorita Abigaíl.» Ella sin responder camina rápidamente al ascensor.
Al llegar al piso diez, Abigaíl desciende para dar algunos pasos hasta la puerta de su departamento, busca las llaves en su largo abrigo, al hallarlas, abre la puerta con prisa, pero antes que pueda dar los pasos necesarios para ingresar a su hogar, una pareja de viejos sale del departamento que está frente al suyo. La pareja de ancianos, al ver a su vecina de piel canela, la saludan cortes mente, pero Abigaíl no responde y entra de inmediato a su departamento para no hablar con la amable pareja. Descortés, Abigaíl cierra de golpe la puerta detrás de ella. La pareja de ancianos se mira mutuamente y sin hacer escandalo se alejan de la extraña mujer.
Dentro del departamento Abigaíl prende las luces, que dejan ver lo espacioso del lugar, donde no hay muchas cosas, apenas los muebles necesarios para decir que aquel departamento es su hogar. Camina hasta la alacena para buscar algo de comida, pero no encuentra mucho, apenas unas latas de duraznos y fruta picada en almíbar.
El frío se puede percibir dentro del departamento. Al sentir el aliento del invierno, Abigaíl se apresura a encender la calefacción, de esa forma sentir por lo menos ese calor que la naturaleza no regala. Abigaíl enfila su camino hacia uno de los grandes ventanales que le muestran desde lo alto, el enorme y bello Distrito Federal.
Las horas pasan y el ruido de la gente con la música a todo volumen es perceptible a varias calles. Las luces del escenario y grandes reflectores iluminan el cielo azul oscuro, que se ha cubierto por una gruesa capa de humo, por la constante quema de cohetes.
Abigaíl por su parte se ha cambiado de ropa y ahora apenas usa una camisa larga, la cual cubre parte de su cuerpo perfectamente esculpido.
Al acercarse el momento de la cuenta regresiva, Abigaíl se dirige a su habitación donde se quita la camisa que se ha puesto para estar más cómoda. Sin ropas sobre su cuerpo, se mete a las sábanas de la cama para tratar de dormir, sin importar el ruido que en el exterior hay, el cual hace que los vidrios del edificio por momentos vibren.
En pocos minutos Abigaíl se queda dormida. Pero su descanso no es pleno, da vueltas por la cama, suda de manera copiosa sin estar enferma, y repite las mismas palabras mientras duerme: «Lo siento, es mi trabajo.»
De súbito se despierta, en el momento justo que la pirotecnia se hace presente en el cielo del Distrito Federal, para dar la bienvenida al nuevo año. Abigaíl pasa su mano por su rostro para quitarse el sudor que en su frente hay. Por un momento se queda sentada con los pies recogidos, escuchando el escándalo que las personas hacen por el comienzo de un nuevo año. Sin ánimos de seguir escuchando la felicidad de los demás, se quita la sábana de seda que cubre su cuerpo estilizado y sin recato se levanta, para caminar hacia la cocina y tomar un poco de agua.