Bajo las antiguas amenazas la luna y los árboles con las estrellas callan
Bajo la luz del sol, los animales, el viento y todos los elementos callan
los dioses y los ángeles celebran cánticos de una nueva guerra que no callarán
Los incensarios se encontraban puestos en el lugar sagrado, los grandes dioses se encontraban consternados por la amenaza que representaba que volviera a la vida Huitzilopochtli, dios de la guerra.
Creían que no habría forma de que volviera del Mictlán, pero al parecer no era así, las grandes deidades principales se reunieron bajo la sombra de un gran árbol que se encontraba frente al palacio que daba la entrada al paraíso de la pareja creadora, de la gran deidad dual que todo lo ve, que todo lo siente, que es el todo absoluto.
Con gran preocupación se encontraban los dioses primordiales Tezcatlipoca, Quetzalcóatl, Mictlantecuhtli, Tláloc, Tonacatecuhtli y Xipe Totec, queriendo hallar respuestas a sus dudas existenciales sobre si sería posible que el dios de la guerra pudiera volver de la muerte.
Se necesitaría traer de nuevo del mismo reino a su hermana para detenerlo, la gran señora que rigió la luna alguna vez, la única que lo supo contener antes de ser asesinada y traicionada por su hermano.
Las grandes diosas también se hallaban cerca de estos discutiendo acerca de lo que deberían de hacer la hermosa Xochiquetzal, la sabia y amada Tonantzin, la gran Chalchiuhtlicue, la piadosa Chantico, la querida Itzqueye, la venerable Cihuacóatl, la brillante Metzli, la preciada Tonacacíhuatl y la temible Mictecacíhuatl.
Cerca de ambos grupos también se encontraban esperando los demás dioses de menos importancia, el siempre joven Xochipilli, el temido Xiuhtecuhtli, el radiante Tonatiuh, el indomable Cintéotl, y el guerrero Camaxtle o Mixcóatl que jugaban y se ponían al tanto mientras esperaban que se abrieran las puertas del gran cielo en dónde vivía la gran deidad Tloque Nahuaque que era la gran pareja creadora conocida también como Ometéotl que son Ometecuhtli y Omecíhuatl.
Casi todos se encontraban ahí, solo faltaba Xólotl el dios de las puertas del Mictlán, el guiador de las almas al más allá y los demás dioses que vivían en el inframundo y que por distintas razones no podían salir de este.
Los dioses se encontraban muy preocupados, pues les habían llegado las noticias de que el dios de la guerra querría escapar y unir todos los mundos para fusionarlos, el mundo de los muertos, el de los vivos, los trece cielos y los nueve infiernos junto con el Octógora.
Si esto llegaba a pasar sería un caos y el posible fin del mundo y de todo lo visible e invisible, aún no sabían como podía hacerlo o si fuese posible después del destierro que sufrió y ningún sacerdote u oráculo había descifrado sus planes, pero sabían que los hermanos del noveno elemento eran sus objetivos.
— ¿Creen que os sea posible que el temible señor de la guerra os pueda escapar de su eterno castigo?— Preguntó dudativo el gran dios de la fertilidad, de la primavera y de la renovación Xipe Totec que significa Nuestro señor el desollado.
Los demás dioses se quedaron un rato pensativos, todos tenían miedo de que volviera de entre los muertos para vengarse de quiénes lo rebajaron de ser el venerable y más conocido dios a una simple leyenda a veces recordada que acabó confinado en uno de los niveles del Mictlán.
— No lo permitiré, nunca volverá a salir ese bastardo que se hace llamar nuestro hermano, ese espíritu que debió de ser denigrado a nada más que un espectro andante como muchos otros que así hicieron, que desobedecieron nuestras leyes y ahora no son más que tristes almas andantes— Respondió Tezcatlipoca, el señor del destino y de la noche, cuyo nombre significa Espejo Humeante.
La Serpiente Emplumada junto con Tláloc que significa Néctar de la Tierra se vieron a los ojos nerviosos de la afirmación de su hermano, era muy sabido que los poderes de todos los dioses habían sido disminuidos por una fuerza misteriosa, al igual que la sequía que asolaba la tierra del noveno elemento.
Los elementos estaba dando tributo, el fuego fue el primer en caer y la tierra lo haría dentro de poco con mucha más fuerza, le seguirían el agua y el aire, no sólo se sentiría en el mundo de los infieles, de los pecadores sino que también en el Octógora.
Los grandes volcanes habían caído cerca del solsticio de invierno, cada uno representaba algo en especial, y pronto el fuego también daría tributo dentro del Octógora, se encontraba escrito en las sagradas escrituras que tres grandes volcanes harían erupción en estás tierras, harían que los ríos de aguas cristalinas en las que recorre la vida de la diosa Chalchiutlicue se convirtieran en ríos de lava.
Un gran terremoto asolaría las legiones menos la del noveno elemento, está seguiría rebosante de verdor y esplendor hasta que los mismos muertos tocaran la puerta de su palacio, mientras que el mundo de los infieles habrían temblores de gran magnitud cerca de las ciudades sagradas que anunciarían la venida de los hermanos.