14 de julio 1898
Querido Abraham:
El delineado grisáceo se intensificó, mi vista está tan muerta que apenas puedo divisar los títulos de los libros descansando en los estantes. Terminé de mirar en derredor, pero la habitación sigue sin ser algo relevante en esta historia. A través del panel, en la helada montaña por el congelamiento gracias a esa brisa gélida, apenas se ven los destellos producidos por el contacto de los rayos del sol en la altura pedregosa.
En las tres hectáreas, en ese campo pintoresco, decorado por esculturas, había sólo un aura a oscuridad, oculta su luz en la negrura. Se escabulle la esperanza en trazos rojos que gotean en un charco danzante en su fogosidad por querer consumir todo lo que se acerque a él.
Detuve las cábalas antes de volverme loco, y antes de que el último peldaño se resquebrajara y me dejara caer en las tinieblas, me sostuve de la sobresaliente piedra de las paredes, el terror que sube por mi garganta me da una chispa poética.
Las velas se encienden y al pábilo se canta, es mi cumpleaños, siquiera para este día me has escrito. El proceso siempre es igual, llegar con Belmont, entregar las cartas en un folio de cuero, pagar algunas monedas de plata por el viaje y entrega, luego esperar recibir algo, pero tener el sabor amargo y la imagen de cartas llenas de moho acumuladas bajo la nieve, abandonadas en paquetes mal cuidados.
Ellos van a matarme, sentí que me seguían, ahora pueden estar leyendo esto, mientras voy perfeccionando la letra en práctica y en un borrador redacto esta tortura, seguro ríen sobre soportes del hogar, con su putrefacción cargada en sus ahuecados ojos en su piel polvorienta.
Aún no he hablado con El Señor, pero cuando se acerque, cuando pueda verlo, tomaré el serrucho y se lo incrustaré en la cabeza, luego me condenaran por acabar con la fortaleza de Whatley y maniatado me torturaran para ejecutarme al último suspiro.
Hoy no hablé con Doris, me limité a apretujar su brazo y arrastrarla frente al cuadro desgastado por un palazo y el tacto con la suciedad del suelo. Gritó como loca cuando descubrí el hueco, quitando esa manta cargada de muerte y mentiras, gritó como loca cuando acabé con la lobreguez de un hombre sosteniendo un bastón lleno de huesos. Golpeé su cabeza contra los paneles de madera con fuerza hasta hacerla perder el conocimiento. Busqué muchos objetos de la mansión y los amontoné en el pasillo frente a la puerta, oculté la entrada al infierno, se deberían retirar todos los muebles para volver a ver un cuadro así. Doris aún está encerrada en esa sala, quiero escucharla agonizar para confirmar mi teoría, si no lo hace en las próximas dos noches, la liberaré.
Mientras el sol se apaga, veo por el vidrioso panel Algo, otra enigmática figura que observa, no puedo discernir la ficción de esta realidad tan ficticia. Caigo en mi delirio, me apago como las luciérnagas, soy la luz mortecina que alimenta el bien en la bruma, soy el enviado de Dios para terminar con esta amenaza, conseguiré un revólver.
Editado: 09.10.2018