Parte V
Tambores y flautines. Violines. Toda la orquesta al servicio de grandes piezas musicales del mundo cinematográfico. En concreto, justo en este momento, la épica de Spirit con una imagen de un caballo cabalgando a toda velocidad.
El contraste con mi momento resulta abismal.
A mi lado, la taza humeante de café.
Son las cinco de la madrugada exactamente. Ni un minuto más, ni un minuto menos.
Pienso que ya ha pasado esa primera parte de la jornada nocturna en la que todo se ralentiza, como si el propio tiempo necesitase de un descanso.
A las cinco se entra ya en otra fase, como una especie de cuenta atrás que habrá de exponernos a la luz de un nuevo día.
El café quema mucho.
También se encuentra sumido en su transición.
Si lo tomo ahora, podré disfrutarlo largo tiempo a pequeños sorbos. Si lo hago en unos minutos, estará desagradablemente templado y caerá de un trago.
Pero, bien lo sabes seguramente mi querido lector, existe un término medio en esta ingesta que, a todas luces, se antoja totalmente disfrutable.
Así imagino la estabilidad. Así imagino la felicidad.
Pero no nos confundamos, una no es sinónima de la otra.
Viviendo como nos encontramos en pleno estado del bienestar, hay cartas trucadas en el casino donde nos mantiene el capitalismo.
Tanto da si cuando gane nuestro equipo deportivo favorito nos encontramos en un mal momento. Eso es felicidad.
Tanto da si necesitamos taparnos la cabeza con las sábanas en una festividad pirotécnica local. Eso es felicidad.
Y así podríamos hilvanar la lista infinita.
Un montón de imbéciles de cerebro sorbido tirando de los carros preferidos por las grandes masas.
Si no te sumas, eres un amargado.
Si te rebelas, te tachan de inadaptado.
Pero es que si tienes la desgracia de padecer problemas mentales, entonces directamente se te insulta a discreción. Como si supiesen que no puedes pelear, pues el sistema ha blindado a la sociedad de los locos. Como si supiesen que, pase lo que pase, tú mismo te torturarás en tu intimidad pasada la trifulca.
Cuando el rebaño sonríe en grupo hay que ser feliz.
Un goteo calculadamente paulatino para que nadie pueda abrir los ojos demasiado.
Como si las vidas humanas hubiesen pasado a ser pequeñas fichas de un juego de tablero, cada acción y cada jornada disponen de varios modos para ser vividos.
Uno puede pensar que se debe a la explotación de la era digital.
Pero creo que el problema va mucho más allá.
Puedes dejar tu equipo informático a un lado para disfrutar de lo que sea que traigas entre manos. Al final, sin embargo, te harán caer en una de las casillas.
¿Te gusta el postureo? Sentencia al canto.
¿No te gusta? Rápidamente serás juzgado por otro de los flancos.
Y ahí, apreciado lector, radica el problema.
Todo el juego se ha desarrollado para ser autoabastecido por los propios jugadores. E iré más allá: Por el juicio de todos ellos.
Vemos la vida ajena como si hubiésemos pagado una entrada al cine.
Si antes de la vida online los desalmados disfrutaban chismorreando y propinando puñaladas por la espalda, ahora la cosa se nos ha ido totalmente de las manos.
El circo de la información sometida a la estupidez humana.
Menuda mezcla más potente.
Queda claro pues mi punto de vista en torno a la felicidad.
Al menos, en cuanto a la que nos es vendida.
La verdadera es bien sabido que no se puede sostener por más de un breve lapso.
Es tan pintoresca y espontánea que cada uno sabe bien cuál ha sido su rastro al pasar ésta por su vida.
Egoístamente se calla, para atesorar el surco que ha dejado, tratando de indagar en cada pequeña pista, con tal de poder sentirla de nuevo.
Algo así como el café que he ido tomando en su tiempo perfecto.
La estabilidad, sin embargo, es harina de otro costal.
Si la oscura infusión tiene que representar la breve y fugaz felicidad, entonces lo estable del momento sería la media hora que llevo tecleando, meditando, sopesando y rehaciendo este texto.
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trastornos mentales, diario de vida, pensamientos y reflexiones
Editado: 20.06.2021