Alicia
Con una copa de vino en la mano, contemplo el ambiente festivo que me rodea. Hoy es una noche especial pues se celebra la fiesta de compromiso de mi hermana Ana con Alex, mi mejor amigo de toda la vida y el hombre del que he estado enamorada desde la adolescencia.
El rico aroma de las flores y del catering de alta gama, preparado por un chef estrella, invadían el aire del lugar. Los camareros, con sus bandejas, se pasean entre los invitados ofreciendo copas de vino y canapés a los invitados. La sala estaba repleta de familiares y conocidos de la pareja, todos ellos lanzando murmullos de aprobación y sonrisas cómplices que solo intensifican mi malestar. Todo este ambiente me hace sentir tan agobiada que he tenido que refugiarme en un rincón a la vista de todos. Simplemente no puedo soportar que otra persona me recuerde los perfectos que son Alex y Ana.
La felicidad que emana de Ana y Alex me llenan de una maraña de emociones. Envidiaba esa conexión que tenían, ese brillo en sus ojos que los hacía parecer ajenos a todos los demás. Un profundo remordimiento me invade por no haberle confesado a Alex mis verdaderos sentimientos, porque, en el fondo, deseaba ser yo la que estuviera en sus brazos, a solo unos días de ser su esposa. La imagen de ellos bailando juntos se graba en mi mente; no podía ver cómo se miraban, sumidos en su propio mundo, como si nada ni nadie más existiera. En estos momentos soy incapaz de apartar la vista de ellos, mientras una mezcla de alegría y desesperación se entrelaza en mi pecho.
El ritmo de la música parecía sincronizarse con mis latidos, creando una sinfonía de emociones al borde de la catástrofe. Mientras giraban en la pista, sentía que cada giro era un clavo más en el ataúd de mis esperanzas. Pero, aun así, había un destello de felicidad sincera dentro de mí, un pequeño refugio que se negaba a sucumbir ante la tristeza.
La música suave de fondo se convirtió en un murmullo distante mientras mi mente divagaba. Estaba tan absorta en mis pensamientos que apenas me di cuenta de que las risas comenzaron a desvanecerse, dejando un silencio incómodo que rápidamente llenó la sala. Fue entonces cuando las miradas de casi todos los presentes se dirigieron, de manera disimulada, hacia la puerta. Levanté la vista justo a tiempo para ver entrar a un hombre que me resulta muy familiar, pero que no puedo recordar de donde lo conozco. Es un hombre alto, de cabellos tan negros como una noche sin luna, vestido con un conjunto que sería más apropiado para un integrante de un apandilla de moteros que para asistir a una fiesta de compromiso.
-Oh, Dios- exclamo Alicia en voz baja. Ya sé de dónde le conozco.
Era Lucas, el hermano de Alex, su archienemigo de la infancia. Cuando crees que las cosas no pueden empeorar aparece el diablo en persona para sacarte de tu error. No sé porque me asombra tanto que él esté aquí, ya que es hermano del novio.
Después de unos minutos, las conversaciones volvieron a florecer, pero el ambiente había cambiado. Algunos invitados se acercaban al recién llegado para saludarlo con una mezcla de tensión y curiosidad.
Un camarero con una bandeja repleta de copas de vino pasa a mi lado y lo detengo para tomar una. La mía se ha vaciado sospechosamente rápido y algo me dice que voy a necesitar muchas más de estas para poder llegar al final de la noche. Le doy las gracias al camarero y levanto la vista justo a tiempo para ver a Lucas caminando hacia donde estoy.
Antes de que pueda escapar, Lucas se para delante de mí. Nuestros ojos se encuentran en una mirada que hace que un escalofrío recorra todo mi cuerpo. El tiempo parece detenerse, Lucas, con una sonrisa traviesa y un brillo en su mirada me saluda. Su voz, siempre tan llena de energía, resuena en el aire templado de la tarde.
—Hola, Alicia— dice, manteniendo esa chispa en sus ojos— ¿Qué tal estas?
—Hola, Lucas —respondo, intentando esconder el rencor que me despierta su presencia. La amabilidad no es fácil de cultivar cuando él está cerca—. Bien, gracias.
—¿Solo “bien”? Pensé que estarías más emocionada por la boda de Ana y Alex —bromea, riéndose. Esa misma risa que tanto me irrita.
—Lo estoy, Lucas —le digo, con un tono mordaz y un tanto sarcástico—Al final de cuentas es mi mejor amigo quien se casa con mi muy querida hermana.
Se acerca un poco más, como si quisiera escudriñar mis pensamientos.
—Siempre pensé que tú serías la que se casaría con Alex, no Ana —dice, haciéndose el sorprendido.
—¿Por qué pensabas eso? —le pregunto, sintiendo cómo mi pecho se aprieta. Su respuesta se siente cada vez más inevitable.
—Porque he sabido desde hace tiempo del enamoramiento que tenías por él… aunque, claro, él nunca te correspondió —su voz es casi un susurro, pero la burla está ahí, evidente.
Su comentario provoca una mezcla de risas y tristeza. Es verdad, siempre había estado atrapada en ese torbellino de emociones, y Lucas, el eterno burlón, parece disfrutar cada instante.
—Te divierte esto, ¿verdad? —le digo, tratando de mantener la compostura.
—Un poco —confiesa, encogiendo los hombros—. Pero no te preocupes, estoy seguro de que algún día encontrarás a alguien mejor que Alex.
—Bueno—le respondo—me gusta pensar que todos tenemos alguien predestinado, incluso, alguien como tú.
—Vaya, no sabía que pensaras tanto en mí— me dice Lucas llevándose una mano al pecho— dime, cuantas noches de insomnio te he provocado, en cuantos de tus sueños he aparecido.
—Temo decirte que antes de esta noche apenas y me acordaba de tu existencia—digo, de forma seria y luego me llevo la copa a los labios solo para descubrir que está vacía. ¿En qué momento me la he tomado?
Detengo a un camarero que pasa y cambio la copa vacía que se encuentra en mi mano por una llena. Lucas me mira con un ceño fruncido.
—¿Qué? —le pregunto, tomando un gran trago de vino— No me juzgues
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Editado: 15.07.2025