Chris.
Sus manos alejaron mi rostro del suyo mientras retrocedía, su respiración entrecortada y sus labios hinchados invitándome a adentrarme de nuevo en ellos.
Saqué mi mano de su recorrido bajo su falda y me limité a mirarla. La tristeza inundó sus ojos de nuevo y supe lo que vendría. —No lo digas. —pronuncié, temiendo el dolor que se iba a instalar en mi pecho de nuevo.
— No podemos hacer esto, Christopher. —el lamento, la culpa, el dolor. Todo junto. Ella tenía razón, no podíamos hacerlo, porque yo no iba a soportar más.
— ¿Por qué? —la única pregunta que por lo visto no tenía una respuesta para mí.
Sacudió la cabeza y sonrió de lado, sus manos se presionaron contra mi pecho. —No es un buen momento. No ahora.
— ¿Entonces cuando? —se encogió de hombros.
Solté el aire que contenía y me alejé de su cuerpo, evitando el toque de sus manos y buscando la forma de salir ileso de todo esto. —¿Es un juego para ti, Lana? —el asombro cruzó su rostro y lamenté las palabras.
No era justo que pensara de ella de esta manera, pero simplemente no hallaba solución a los interrogantes rondando por mi cabeza.
— Me merezco eso. —soltó. A pesar de que quería sacarla de su error, no lo hice. Si eso llevaba a que se abriera a mí, lo tomaría como una ganancia.
— ¿No dirás más nada?
Mordió su labio inferior y se recostó contra la fría pared. —No tengo más que decir.
Ahora fue mi turno de sacar el asombro a colación. ¿De verdad había dicho eso?
— Claro. —por alguna razón, no dije nada más. Ya me había cansado de este sube y baja que nos rodeaba cada vez que estábamos juntos.
— Lana. —la voz del hombre tras nosotros nos hizo girarnos. Johnny nos observaba con cautela y recelo, sus ojos pasando de Lana a mí con insistencia. —Creo que lo mejor es que te lleve a casa. —no la miré, pero por el rabillo del ojo noté el leve asentimiento que sacó en dirección a su compañero de trabajo.
— Dame un segundo, Johnn...
— No. —la interrumpí, encarándola. —No necesitas ni medio segundo. Yo he terminado aquí.
— Chris...—intentó llegar a mi brazo haciéndome retroceder.
Sacudí la cabeza y saqué mi teléfono. Era demasiado tarde para ir a casa de Valentina. Y tampoco quería sacar todo retozando con ella entre las sabanas.
Sin mirar a ninguna de las personas a mi alrededor, caminé de vuelta al club y pasando al otro hombre en la entrada, me adentré de lleno en él, dirigiéndome a la barra.
La mujer me sonrió por segunda ocasión en la noche. —Un whisky. —asintió y se alejó. Cuando volvió, tan solo esperé a que me colocara el vaso enfrente para llevarlo y tomarlo de golpe haciendo que un ligero chillido saliera de su boca. —Otro.
No me importaba su mirada incrédula, tampoco que el dolor en mi pecho no se aminorara conforme el alcohol pasaba por mi sistema. Tampoco cuantas mujeres invité a bailar para bajar el líquido. No. Nada de eso interesaba para mi esta noche.
Lo único que deseaba era olvidar y no lo estaba consiguiendo.
Dos horas después entré a trompicones al baño y mojé mi rostro un tanto mareado. Demasiado tarde para que hiciera efecto esa mierda.
Sin pensarlo, saqué mi teléfono y marqué el número de la rubia que sabía que estaba cerca o por lo menos en la ciudad. Había dicho que su teléfono estaba abierto a mis llamadas, nunca especificó la hora, así que esperaba que respondiera.
— Sam...—solté riendo al escuchar su respiración tras el tercer timbre, al otro lado de la línea.
— Chris, ¿qué hay? —casi podría jurar que había cierto tono de preocupación en su tono. Yo lo estaría, a decir verdad. El correcto y caballero Christopher quería metérmelo por el culo y nunca volver a sacarlo a la luz. Lana me había vuelto una mierda andante y odiaba sentirme así.
— Me alegra que contestaras. —dije como pude, las palabras confundiéndose y estaba casi seguro de que no había salido del todo convincente como esperaba. Si. Estaba nivel siete hasta el puto culo de borracho. Cuando llegara a diez, estaría bien. No recordaría una mierda mañana, pero eso haría sobre llevable el dolor.
O por lo menos, esperaba que la resaca que tendría ayudara.
Repasé mi rostro en el espejo frente a mi mientras escuchaba su respiración. — ¿Dónde estás, Christopher?
— Estoy...feliz. —sonreí. ¿Esa era mi voz? Carajo. Necesitaba más de eso último que la chica había lanzado en mi dirección.
— Sí, me alegro que lo estés. Ahora dime, ¿Dónde estás? —
— En Boston. —solté esperando alguna respuesta. —En un club llamado ¿Dirty Drinks? A la mierda, no recuerdo. —reí al ver que no decía nada.
— No te muevas de allí.
— Te espero para seguir la fiesta, Sam. —colgué esperando que viniera junto a Kyle. Necesitaba a mis viejos amigos. Divertirnos como en los viejos tiempos habíamos hecho, no estar sufriendo por mujeres que no nos querían en sus vidas.
***
Mi cabeza quiere explotarme cuando me pongo de pie escaneando la habitación blanca en la que estoy. Este no es el departamento de Valentina, y tampoco es mi jodido hotel.
¿Dónde demonios estoy?
Dios. Esperaba no haber hecho una estupidez anoche.
Mis recuerdos eran un severo borrón en mi cerebro desde que me terminé la botella de whisky. ¿Qué había hecho luego de eso?
Miré mi cuerpo y solté el aire. Por lo menos estaba vestido, no había rastro de una noche loca para mi anoche. Perfecto. Podría manejar esto.
Caminé conteniendo las ganas de sentarme y pasé la puerta de la habitación pasando por un pasillo sin rastro de otra persona en el lugar.
El sonido de la música me dirigió a la cocina, mis ojos encontrándose con una melena rubia dándome la espalda.
— ¿Sam? —la chica saltó sobresaltada en la silla y los cubiertos con los que comía cayeron al suelo.
Sin prestarle atención a ello, caminó directo hacia mi vestida con un par de vaqueros y una simple blusa azul. Sus ojos marrones se encontraron con los míos y la preocupación irradió de ellos.
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Editado: 04.06.2024