"El sentir te desvía del camino.
Es un arma de doble filo.
En el cual no sabes que triunfara...
Si el bien o el mal.
Lo único que tienes asegurado es que a favor o en contra tu corazón será expuesto.
Haciéndote librar batallas poco deseadas, pero que valen la pena enfrentarlas si en el culmen de todo aquello, lo que te da vida te espera para resguardarte bajo su protección.
Solo no creas en lo sencillo, porque aquello que se ve fácil es lo más difícil de superar, y eso que se torna imposible puede serlo en realidad".
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(Barcelona – Cataluña)
Castillo de la Quadra.
18 de noviembre de 1793.
Después de un par de semanas ubicados en una de las propiedades de los Belalcazar en el centro de Barcelona, y de haber recorrido cada paraje cercano dando a conocer su arribo, inició la temporada social con un baile como acto principal que se llevaría a cabo, y como era costumbre en la propiedad de los Marqueses de la Quadra.
El cuál iba ligado a la presentación de las nuevas damitas en edad casadera, que por fin daban a vislumbrar su rostro después de años de espera.
Distinguidas por su belleza inmaculada, a la par de vestidos exclusivos y ostentosos.
Con telas de todo tipo.
Galas únicas pese al muy idéntico e ideal blanco.
Haciéndoles parecer ángeles que descendían de los cielos, dándoles el privilegio a los mortales de compartir un poco de su divinidad por asemejarse a creaciones magnánimas.
El carruaje blasonado del condado de Belalcazar, se adentró a la propiedad justo a la hora acordada, esperando pacientemente a que pudiesen descender los habitantes del mobiliario.
Luisa seguía sin comprender del todo porque su hermano les había acompañado.
Debía ayudar a su padre con los negocios y el condado, en cambio se encontraba en contra de su voluntad introducido en aquel carruaje con un humor más agrio de lo habitual.
Estaba más meditabundo de lo normal.
Vivía en su mente.
Cosa rara en su persona pese a su carácter poco afable.
Ninguno de ellos era de charlas para rellenar el silencio, pero la atención que prestaban a todos los asuntos pese a que no les concerniesen aunque no lo evidenciaran, si era primordial.
Habia notado en Javier que solo se centraba en sus problemas.
Como si algo le incomodase.
Su madre por otro lado; la alegría le brotaba por cada poro de su piel.
Era la única que enserio añoraba iniciar aquel evento, en donde las presas serian cazadas por la sociedad, las cuales pocas se salvaban de ser devoradas por comentarios mordaces e insinuaciones, que aunque no pareciesen son impropias hasta para los seres más libertinos que hubiesen pisado la tierra.
Luisa cavilaba en aquello más que nadie; pero no lo exteriorizaba porque sencillamente a ninguno le interesaba.
Seguía su fachada de conformidad y normalidad pese a que su mundo estaba invadido por unos ojos azules que cada segundo le robaban no solo el aliento, si no la vida.
Aquel que le estaba haciendo añorar algo más que una unión vacía, sin un afecto en común aparte de la cordialidad.
¿Su padre se lo permitiría?
Sería un Duque al igual que Horacio.
Podría expandir sus alianzas hacia Francia, y no quedarse solo en España.
No estaba demás tener algún aliado si la guerra se formaba.
Ella podría ser ese puente, mientras era feliz sin muchas complicaciones.
Aunque su mente abarcaba otra incógnita.
¿Alexandre querría proponerle algo en concreto?
¿Unirse a ella para siempre?
Nunca se lo menciono y si quizás...
Negó para apartar esos pensamientos.
La interrogante se la había planteado muchas veces, y de su parte tampoco sabía que pensar con respecto a aquello.
El de alguna manera se robó su corazón.
Pero se fue, y aunque la esperanza seguía latente en su ser, no tenía seguridad en nada.
En ese tiempo que no supo de su persona, no solo lo soñó sino que también se permitió imaginarlo a su lado.
Una lástima que su mente tan escasa de esas emociones solo lo pudo hacer rígido, sin alguna de sus ocurrencias.
Rememoraba sus palabras como si fuesen sagradas.
Su promesa que algo le decía, no fue lanzada al azar.
Nunca pidió nada al cielo, pero se vio haciéndolo por él.
El único deseo que se atrevió a anhelar en su vida.
Que solamente lo incluía a él.
Poder verle una vez más.
Poder tener la oportunidad de decirle cuanto caló en su interior.
En voz alta.
Sin restricciones.
—Muévanse mis niños que la noche es joven— resoplaron con pesadez mirándose, asintiendo resignados a su destino.
Ayudada por su hermano descendió del carruaje, y colgándose del brazo de este caminaron siguiendo los pasos de su madre, la cual se hallaba extasiada.
Aquella que con rapidez entregó su abrigo a uno de los lacayos, y se abrió paso entre la multitud.
Imitaron su accionar y sin más que decir o hacer fueron anunciados.
Bajaron la escalinata con la vista puesta en todo menos en los presentes.
Con la frente en alto.
Nadie por encima de estos, ni a su nivel.
Así fueron educados.
Dando la imagen de dueños del mundo.
Siguiendo lo inculcado a cabalidad.
Alcanzaron a su progenitora.
La cual se detuvo frente a los anfitriones que hicieron espacio para recibirlos especialmente.
Como si fuesen los más esperados de la noche.
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Editado: 17.12.2022