Ofrenda De Amor (lady Frivolidad) Trilogia Prohibido 1 Y 2

VI

"Las caretas se van cayendo cual castillo de naipes.

Dando a conocer los verdaderos culpables.

Aquellas serpientes con veneno y mirada letal.

Que te dejando presos en su yugo y maldad.

Que derrocarlos parece imposible, e impensable siquiera querer eliminarlos.

Dejando que en el camino se presenten dos opciones:

El pasar de largo sin mirar atrás, ignorando lo que ocurre como el mejor intérprete, o...

Actuar con la posibilidad de vencer en el proceso, llevándote unas cuantas vidas en el intento.

En este caso inmateriales".

*****

Los momentos al igual que las emociones le resultaban tan contradictorias, como impulsivas.

Podía estar sumido en su mundo, solo velando por él y su bienestar; para después sin siquiera proponérselo o quizás por un impulso que muy dentro de sí lo auguraba, sacar a relucir aquella parte enclaustrada.

Una en la cual hay personas que le importan, situaciones que le sobrepasan y momentos claves que necesitan de su interferencia.

En eso y muchas cosas más pensaba Javier de Borja, mientras ultimaba detalles para lo que sería en unas semanas aquel viaje que lo alejaría de sus tierras.

De su vida en general.

Lo deseaba con ansias, aunque aborrecía no poder huir como su mente se lo imploraba.

La parte irracional.

Aquella que estaba cansada de los maltratos e injusticias por parte de un padre que le ultrajaba por no pensar, y ver la vida como él.

Demasiados errores le habían causado daños irreversibles tanto a su alma como a su cuerpo, huellas de sus remordimientos plasmadas como finas marcas en su piel.

Dando el recordatorio que por más de que lo intentasen las injusticias seguirían, si no pedía ayuda.

Si no buscaba un respaldo.

Muchas veces dejaba de ver una salida a ese infierno terrenal.

Aquel al que estaba siendo condenado sin poder remediarlo, solo por ser hijo de aquel desalmado.

Por eso defendió a Luisa.

Harto de los atropellos, de verla tan fiel a su postura pese a que cualquiera se hubiese amedrentado en esa posición.

Su hermana no se merecía aquello.

La hija modelo, criada para ser la voz mandante, ahora querían opacarla.

Pese a su aparente falta de vitalidad, sabía de antemano que ella era mejor que todos.

Su madre, pese a ser la persona más humana que habitaba a su alrededor no podía sacarle en limpio, pues Enriqueta nunca había hecho nada para impedir que fuesen reprendidos de una manera tan severa sin ser merecedores de aquel ultraje; solo desencadenaba un mar de lágrimas que lo único que hacía era asquearlo.

La hipocresía plasmada en cada facción.

Los quería y eso no lo dudaba, pero su amor propio era superior.

Su padre, si es que se podía dar ese apelativo a semejante monstruo disfrazado de elegante caballero con título perecedero.

Pensar en solo describirlo le producía repulsa.

Odiar fue implantado en sus genes, pero ese sentimiento lo experimentaba sólo por una persona... la misma que ayudó a darle vida.

Sonrió con ironía amarga al ver que fue ese mismo quien se ocupó de extinguir lo poco de humanidad que tenía en el cuerpo.

Corroborando por milésima vez lo que ya sabía.

Suspiro con pesadez, sellando la misiva que iba dirigida a una persona clave para lo que tenía en mente.

No podía fallar.

Debía ser sigiloso.

No despertar sospechas.

Tenía demasiado que perder, a comparación de esa pequeña luz que se reavivó cuando Luisa le hablo con aquella sinceridad avasallante, grabando aquellas palabras a fuego en su cabeza.

Un recordatorio que le recalcaba que el podida dar más.

Que despertar a de aquel letargo obligatorio era su deber.

Pensar en aquella muchacha que hasta hace poco era una niña, y la cual tuvo la dicha de verla crecer, le removió las entrañas.

Nunca pudo disfrutar de su hermana.

Tener aquella complicidad que solo con ver sus ojos, o expresiones podría dilucidar cómo la estaba pasando con cada situación.

La culpa era expresamente de él.

Por alejarla.

Ella optó por hacerle más fácil el poco intercambio.

Se acoplo a sus supuestas necesidades.

Había sido un completo imbécil.

No podría recuperar el tiempo perdido, pero si haría algo por remediar el daño que de alguna manera le causo.

El que le seguiría ocasionando.

Salió de sus aposentos con un objetivo trazado, desintegrando por unos momentos sus remordimientos para seguir con lo que desde hace mucho debió hacer.

Antes de ir personalmente a entregar una encomienda en la que prefería no utilizar intermediarios, se topó con la habitación de su madre.

Detuvo su avance.

Necesitaba de sus frases afectuosas.

Después de todo y pese a cualquier cosa, era una madre amorosa.

Solo de palabra, pero que no por eso dejaba de ser algo reconfortante.

Iba a dar un par de toques en la puerta para anunciar su presencia, pero su mano quedó suspendida en el aire cuando observó que estaba entreabierta.

Algo muy extraño teniendo en cuenta que era demasiado estricta en cuanto a la privacidad.

Se dejó arrastrar por la curiosidad.

Se adentró pese a su altura, con un sigilo envidiable.

Le ayudó el hecho que el suelo estaba en su totalidad amortiguando las pisadas con aquella alfombra, que su progenitora se había empeñado en colocar.

Observo todo a su alrededor encontrando la estancia desolada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.